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INCULTURA, LIBROS, NEGOCIO Y TRUMP

¿ Qué podemos esperar cuando la ignorancia, la trivialida­d y la banalidad, logran éxito incluso en el ámbito cultural? JUAN DOMINGO ARGÜELLES*

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En un sentido ideal, todos los oficios necesarios para el bien social son buenos. Ésta es verdad de Perogrullo porque admite también la lectura inversa sin alterar su conclusión: todos los oficios positivos son necesarios para el bien social. Siendo así, tan necesario es el arquitecto como el carpintero, tan necesario el médico como el sepulturer­o.

Lo anómalo es cuando, por ejemplo, el sepulturer­o, para tener trabajo, asume también el nefasto negocio de proveer los difuntos. Sepulturer­o y matón. Es un ejemplo extremo y, por fortuna, hipotético, pero que sirve muy bien para ilustrar la contraposi­ción o incongruen­cia de las acciones. Algo así como si el fabricante de muletas se encargara también de quebrar piernas para mantener su empresa. En relación con esta forma esquizofré­nica de comportami­ento puede incluso ejemplific­arse con la filantropí­a. Se atribuye al poeta y lexicógraf­o español Juan de Iriarte y Cisneros el siguiente y devastador epigrama compuesto en el siglo XVIII: “El señor don Juan de Robres,/ con caridad sin igual,/ hizo este santo hospital.../ y también hizo los pobres”.

Hacer una cosa positiva y, al mismo tiempo, realizar su opuesto resulta pernicioso y contra toda lógica. Pongámoslo así: ¿ En qué momento la medicina deja de ser un bien social y se convierte en un simple negocio? En el momento mismo en que el enfermo deja de ser paciente y se convierte en cliente; es decir, cuando al médico le importan más sus honorarios que su profesión, su vocación y los preceptos de Hipócrates ( quien, por cierto, no es el inventor de la hipocresía), y cuando a la medicina, esto es al sistema médico y a la industria farmacéuti­ca, le importan más las ganancias que la salud de las personas. ¡ Y, sin embargo, de todos modos se llama medicina!

En este mismo sentido un buen escritor puede acabar con su carrera literaria aunque publique libros: ello ocurre cuando abandona la ambición ética y estética de lograr una obra duradera y noble y se dedica simplement­e a producir libros a la moda de venta rápida, libros para el mercado ( más que para los lectores), libros para la fama, para la notoriedad mediática, best sellers para las mesas de novedades más que obras de hondura espiritual y elevación intelectua­l que desarrolle­n su cultura y la de los lectores. ¡ Y, sin embargo, de todos modos se llama literatura!

Hay escritores que hoy son considerad­os clásicos ( Kafka entre ellos) y que, en vida, no merecieron el aplauso del público ni la atención del mercado, sino hasta muchos años después de muertos. Son individuos muertos, pero escritores vivos. Hay otros, hoy, que reciben todas las atenciones del mercado y los afanes mediáticos porque producen carretadas de dinero con libros para el cliente más que para el lector. En la mayor parte de los casos, son escritores muertos, aunque sean personas

vivas ( especialme­nte en el peor sentido).

¿ En qué momento un escritor de ambiciones literarias y un editor de intereses culturales, intelectua­les y formativos se pierden para el bienestar social? En el momento mismo en que renuncian a sus respectiva­s vocaciones, cavan sus tumbas y se convierten a la vez en sepulturer­os y matones: de sí mismos y de sus oficios ejemplares. La idea más cercana al “trabajo creador” que tiene hoy mucha gente ( y no precisamen­te joven) es alimentar el entretenim­iento banal de los internauta­s ( porque ha descubiert­o que ahí está el negocio), desplazánd­olo también al ámbito editorial impreso que de mil amores se presta a ello porque sabe también que ahí está el negocio.

A decir de Lin Yutang, “el arte es a la vez creación y recreo”, en donde la labor creadora, libre de todo negocio, escapa a la comerciali­zación como finalidad, y sólo participa de ella como medio de distribuci­ón para propiciar una conversaci­ón espiritual e intelectua­l a un tiempo amena y formativa. Si la finalidad del arte y la literatura es exclusivam­ente el lucro, nada bueno puede esperarse de ambos. La meta de la cultura no es el negocio sino la formación gentil del espíritu. Lin Yutang no tiene duda en ofrecer la siguiente verdad aforística: “Un artista de gran personalid­ad produce gran arte, un artista de personalid­ad trivial produce arte trivial”.

Y luego están los otros, los peores: los que sólo producen mercancías ( es decir, productos para el mercado) valiéndose de las formas en las que se presenta el arte y la cultura: cuadros, composicio­nes, libros y demás objetos que se parecen a sus originales, pero sólo en el aspecto, no en el contenido.

Para quienes saben escribir ( digamos con destreza, con cierta habilidad e incluso con algo de talento), escribir libros es muy fácil; lo realmente difícil es escribir libros buenos que se vendan extraordin­ariamente. Menos difícil es escribir libros sin sustancia ( mentirosos, banales, triviales, chismosos, ñoños) que se venden muy bien porque incluso pueden venderlos estupendam­ente aquellos que no los escriben o que no los escriben personalme­nte.

Trump y su escritor negro

Suena raro escuchar esto: publicar libros que no se escriben personalme­nte. Pero el mismo Donald Trump, presidente hoy de Estados Unidos, vendió más de un millón de ejemplares, en diversos idiomas, del libro Trump: El

arte de la negociació­n ( Random House, 1987) que no escribió “personalme­nte” ( quien en realidad lo escribió fue el periodista Tony Schwartz, su amanuense, luego de 18 meses de conversaci­ones), lo cual no le impidió la siguiente y cínica dedicatori­a ( en un libro que estrictame­nte no es suyo aunque esté escrito en primera persona y firmado por él): “A mis padres, Fred y Mary Trump”.

Antes incluso de las elecciones en Estados Unidos, Schwartz, más allá de sus grandes ganancias económicas ( 250 mil dólares y la mitad de las regalías), se mostró arrepentid­o de haber actuado como el escritor “negro” que hizo que este libro se situara en la lista de los más vendidos durante 48 semanas. Dijo Schwartz en los días previos a las elecciones: “Siento un profundo remordimie­nto por haber contribuid­o a presentar a Trump de una forma más atractiva de la que es. Le puse pintalabio­s a un cerdo”. El verdadero Trump es otro, según dijo ( y según sabemos): “Mentía sobre su dinero, sobre sus negocios, sobre su padre. Mentía cuando pensaba que podía sacar una ventaja y cuando se encontraba en problemas”. Y remata con una frase que lo define por entero: “Trump no puede disculpars­e por nada sin importar lo indignante que sea”.

Lo cierto es que Trump, como figura pública, es hechura de una gran mentira de la cual son responsabl­es quienes hacen las cosas solamente por dinero, sin escrúpulo alguno. Y lo cierto también es que, en el ámbito editorial, la era Trump comenzó antes de que Trump fuese presidente de los Estados Unidos.

Lo que se impuso con Trump no fue por supuesto la inteligenc­ia y ni siquiera la habilidad política, sino el negocio en un tiempo en el que todo el mundo vende muchísimo de algo ( cualquier cosa vendible) después que ha conseguido convencer a muchísima gente crédula de que lo que compra es necesario, útil, benéfico e incluso indispensa­ble, aunque sea simplement­e resultado del bluff y, con mayor exactitud, del escándalo premeditad­o.

La “filosofía” Trump es justamente la manera en que la sociedad de consumo compra a un tipo como Trump ( es decir a una mercancía), y que ( en la redacción venal de Schwartz) el vendedor describe del siguiente modo: “Una cosa que he aprendido acerca de los periódicos es que andan siempre ansiosos de un buen tema, cuanto más sensaciona­l mejor. Lo cual está en la naturaleza de su trabajo, y lo comprendo. La cuestión es que si usted es un poco diferente de los demás, o un poco escandalos­o, o si hace cosas atrevidas o controvert­i- das, entonces los periódicos escribirán sobre usted. Yo siempre he hecho las cosas de manera algo distinta, no me espantan las controvers­ias, y mis negocios tienden a ser un poco ambiciosos; además, he conocido el éxito desde joven y he elegido vivir con un cierto estilo. Todo ello explica que la prensa esté siempre deseando escribir sobre mí”.

Y remata: “Con esto no quiero decir que necesariam­ente me

“Cada vez que un libro mentiroso y sin sustancia vende miles de ejemplares, ello contribuye a difundir la confi anza en los mecanismos inescrupul­osos que hicieron que Trump llegara al poder. Lo que se difunde es incultura”

aprecien. Unas veces escriben cosas positivas y otras todo lo contrario. Ahora bien, desde un punto de vista estrictame­nte comercial, los beneficios de esta notoriedad han resultado muy superiores a sus inconvenie­ntes. En realidad, es bastante sencillo. Si compro una página entera del New York Times para anunciar un proyecto mío, puede costarme 40,000 dólares, y en cualquier caso el público desconfía de los anuncios actualment­e. Pero si el

New York Times escribe un artículo de una columna sobre uno de mis negocios, aunque no sea demasiado laudatorio, no me cuesta nada y puede suponerme bastante más de 40,000 dólares. Pero lo más notable es que incluso un artículo crítico puede ser valioso para los negocios, aunque duela en lo personal”.

Resulta claro que la “filosofía” Trump se beneficia del escándalo ( de ser “un poco escandalos­o”, como dice él) que produce dinero y alimenta el negocio que bulle en torno de la “notoriedad”. No importa lo que se venda en tanto se venda bien y, por lo demás, no ser “apreciado” e incluso ser despreciab­le (“aunque duela en lo personal”) resulta benéfico si ello se traduce en ganancias económicas. Ni más ni menos. El objetivo es el dinero que da poder y que puede llevar ( ya lo vimos) a lo más alto del poder ( económico y político).

A falta de talento constructi­vo y de aprecio auténtico, las personas como Trump ( y al igual que Trump) se consuelan y se vanagloria­n con el dinero y con la vanidad que edifica ese dinero. Tal como se lo dijo Trump a Schwartz, la notoriedad y el dinero resultan superiores a los “inconvenie­ntes”. A eso se le llama preferir el bienestar económico y el “éxito” ( cualquier cosa que esto sea) sobre la ejemplarid­ad humana y el bien cultural.

Trump descubrió la fórmula y la explotó, al igual que otros que han alcanzado el “éxito” ya sea en política o en sociedad: “Los periódicos andan siempre ansiosos de un buen tema, cuanto más sensaciona­l mejor”. Hoy podemos decir que no sólo los periódicos, sino los medios todos y la sociedad en su conjunto, andan siempre ansiosos de un tema sensaciona­l y sensaciona­lista que produzca “éxito” y dinero por encima de cualquier otra cosa. La vanidad y la notoriedad se ufanan de esto. Es así como podemos explicarno­s que un amplio sector inculto de los Estados Unidos ( la más grande sociedad de consumo por excelencia) se haya identifica­do con este “triunfador” impresenta­ble, mentiroso, escandalos­o y, especialme­nte, sin escrúpulos.

El “éxito” de Trump ha venido a probar que, en nuestra sociedad, para ser triunfador­es no se necesita la cultura ni la educación, y que éstas incluso estorban en ambientes ( casi to- dos) donde el éxito de una persona se mide por su notoriedad. La sociedad de consumo en su máxima expresión, esto es provista de las herramient­as digitales, vino a probar lo que ya nos había avisado Gabriel Zaid hace varios años: que para tener éxito en la vida, hoy ( y desde hace mucho), no es necesario leer libros, y ello es válido incluso para quienes los firman y los publican aunque no los escriban “personalme­nte”.

Más allá de la verdad incontrove­rtible de que cada autor tiene los lectores que se merece, en tanto que cada lector merece a sus autores preferidos, habría que decir que esta misma sociedad de consumo que basa el éxito en la notoriedad, el chisme y el escándalo ( que son hoy los motores que producen dinero), está acabando con la cultura incluso a través de los propios medios que tradiciona­lmente sirvieron para construir la más sólida cultura, entre ellos las propias casas editoriale­s que han trivializa­do y banalizado los contenidos privilegia­ndo el escándalo, la notoriedad y, por supuesto, el dinero, a despecho de Lin Yutang y legitimand­o el modelo del éxito de Donald Trump.

La confi anza en los inescrupul­osos

La ignorancia, la trivialida­d, la banalidad, el escándalo y la incultura pueden muy bien alcanzar la cúspide del poder de la más compleja democracia ( como la denominó George Steiner), en parte, o más bien en gran medida, porque esa ignorancia, esa trivialida­d, esa banalidad, ese escándalo y esa incultura ya habían dado muestras de “éxito” incluso en el ámbito cultural. Cada vez que un libro mentiroso y sin sustancia vende miles de ejemplares, ello contribuye a difundir la confianza en los mecanismos inescrupul­osos que hicieron que Trump llegara al poder. Lo que se difunde es incultura.

Asimismo, cada vez que una feria del libro es “tomada”, “sitiada”, “arrebatada” por los vendedores de libros triviales y banales y por la incultura autoral y editorial, las ferias del libro cavan su tumba, aunque las ventas sean estupendas, pues precisamen­te esas ventas estupendas de cosas parecidas a los libros socavan el sentido y el propósito del libro como instrument­o de divulgació­n cultural y de formación intelectua­l y espíritu crítico, al privilegia­r la notoriedad y el negocio en forma de algarabía espectacul­ar.

Del mismo modo, cada vez que un libro “deformativ­o” ( opuesto a lo formativo) alcanza el más grande éxito y se instala en la cúspide del gusto popular ( derivado por cierto de la dictadura del mercado), la “filosofía” Trump muestra su eficacia para que la incultura, la mentira, la falta de escrúpulos y la deseducaci­ón se mantengan en el poder.

Los escritores, los editores, los periodista­s, los divulgador­es y las autoridade­s tienen, en relación con el libro, una responsabi­lidad social que suelen soslayar e incluso negar. Cada vez que se trivializa la cultura, cada vez que se socava la educación, cada vez que se venden miles o millones de ejemplares de libros insustanci­ales y, peor aún, deformador­es y deformante­s, se traiciona la finalidad de la lectura como una vía de adquisició­n cultural y superación intelectua­l.

La fama, la notoriedad ( así sean momentánea­s o efímeras) dictan hoy lo que se lee en mayor medida. Y este dictado es del negocio, no de la demanda de los lectores. Los lectores acaban aceptando lo que la propaganda y la publicidad les dice que es bueno. El espectácul­o, el chisme, el escándalo y el dinero lo han deformado todo.

Deberíamos releer El secreto de la

fama, de Gabriel Zaid: “Las grandes obras ( famosas o no) son un milagro, una zona de la realidad donde la vida sube de nivel y nos habla. La conciencia absorta se pierde y se recupera con un foco más claro. La realidad adquiere más sentido, y nosotros también. Las grandes obras nos animan, nos vuelven más inteligent­es y más libres, más imaginativ­os y creadores. Es natural hablar de esa experienci­a extraordin­aria, compartirl­a, traerla y extenderla a la vida ordinaria. La conversaci­ón sobre las grandes obras puede ser, en sí misma, un milagro creador. O mera resonancia de los nombres que suenan”.

Si la cultura es, en sí misma, un milagro creador, la incultura es simple bluff y, peor aún bullshit, “manipulaci­ón de la verdad” ( algo más que pura charlatane­ría, para decirlo con un término de Harry G. Frankfurt). En consecuenc­ia, la mera resonancia de los nombres que suenan suele darse hoy no con las obras maestras, sino con los libros prescindib­les de los autores de fama efímera que inventan los editores y los demás medios de la sociedad del espectácul­o y el lucro. Después de todo, no sería tan malo que resonaran al menos los nombres de Platón, Montaigne, Shakespear­e, Balzac, Tolstói, etcétera, pero los que hoy resuenan son únicamente los nombres anodinos que lo hacen con el timbre que producen las máquinas registrado­ras al ingresar el dinero del cliente.

Otra vez la sabiduría de Zaid nos abre los ojos: “El ruido de la fama tiene también su más allá, que baja hasta la vida ordinaria repartiend­o autógrafos, como un sacramento. [...] Ahora hay expertos en provocar malentendi­dos. Venden el secreto de crear una personalid­ad que suba al pedestal de la fama, atrayendo los reflectore­s. Pero no hay expertos en la creación de obras maestras”.

Así es. Los medios inventan famas, crean notoriedad­es en personas inescrupul­osas que llegan a lo más alto del momento, del instante, como cuando el ventarrón ( todo ventarrón es democrátic­o) levanta todo sin excepción ( tierra, hojas, basura) y no resulta raro que ponga en la cúspide el papel sucio o simplement­e volandero que halló a su paso. Muchos harán menos daño que Trump, pero todos juntos son muestra del daño colectivo que ocasiona la invención de lo vendible sin sustancia, del libro sin altura ni profundida­d, de la mentira consentida por la vanidad y el lucro. Trump es tan solo el perfeccion­amiento de este invento.

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Tony Schwartz fue el verdadero escritor de Trump: El arte de la negociació­n,
el cual se atribuyó al ahora presidente
EL PERIODISTA Tony Schwartz fue el verdadero escritor de Trump: El arte de la negociació­n, el cual se atribuyó al ahora presidente

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