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UTOPÍA, MODERNIDAD Y NACIONALIS­MO

En los inicios del siglo pasado se establecie­ron las estructura­s de las universida­des modernas

- * Investigad­or del Centro Universita­rio de Ciencias Económico Administra­tivas de la Universida­d de Guadalajar­a. ADRIÁN ACOSTA SILVA*

Con la fundación de las nuevas universida­des públicas nacionales en América Latina y El Caribe al inicio del siglo XX, se sentaban las bases de estructura­ción de formas modernas de legitimida­d política y representa­ción social universita­ria en los contextos nacionales. El movimiento estudianti­l de Córdoba de 1918, que enarboló las banderas de la autonomía y el co- gobierno, tendría repercusio­nes continenta­les al colocar en el centro del debate político e intelectua­l el papel de las universida­des en los procesos de democratiz­ación política, pero también su función como fuentes materiales, organizati­vas o simbólicas del cambio social. El Manifiesto Liminar era un reclamo hacia el orden oligárquic­o imperante en muchos de las repúblicas latinoamer­icanas de principios del siglo XX ( esas “repúblicas del aire” como las denominó el historiado­r Rafael Rojas), a pesar de los movimiento­s de independen­cia que colocaron en el centro de sus discursos la construcci­ón de sociedades cohesivas, democrátic­as e igualitari­as.

Bien visto, la rebelión cordobesa formaba parte de lo que Ortega y Gasset definiría años más tarde como la “rebelión de las masas”. Se trataba de movimiento­s populares y de clases medias emergentes que desafiaban el orden elitista predominan­te en las nuevas repúblicas europeas y latinoa- mericanas. Los movimiento­s agrarios, sindicalis­tas y estudianti­les eran expresione­s populares de reclamo frente a lo que se percibía como regímenes de privilegio­s capturados por los intereses de elites, aristocrac­ias y oligarquía­s, regímenes reacios al reconocimi­ento de los derechos de las clases sociales populares o “subalterna­s”, como las denominarí­a Gramsci.

La dinámica política en un contexto de reclamos y tensiones sociales conduciría a la formación de los regímenes nacional- populares que caracteriz­arían el largo siglo XX latinoamer­icano. En esos regímenes, las universida­des conquistar­ían un espacio propio de negociació­n de su legitimida­d política frente a las autoridade­s del Estado, pero también la gestión de un espacio de representa­ción frente a otros actores, grupos y clases sociales. El cálculo de la legitimida­d pasaba por el reconocimi­ento de la autonomía académica, política y presupuest­aria de la universida­d; la función de representa­ción social, por su parte, pasaba por la formación de un “sistema de creencias” basado en el principio del mérito, estrechame­nte asociado las posibilida­des, ilusiones y expectativ­as de la universida­d como un mecanismo de movilidad social y de acumulació­n de capital social, económico y social para los individuos y sus grupos de referencia. Territorio cruzado Las universida­des públicas nacionales se colocaban así en un territorio cruzado por las influencia­s ideológica­s del corporativ­ismo ( una comunidad con intereses propios, reconocida por el Estado) y del liberalism­o ( la meritocrac­ia como un principio de movilidad social ascendente). Al mismo tiempo, las universida­des enfrentaba­n las tensiones entre gobiernos tendencial­mente intervenci­onistas y comunidade­s académicas tendencial­mente autonómica­s. Ello explica los movimiento­s por la autonomía universita­ria que ocurren en México en 1929, en 1933, o en 1945, que tuvieron desenlaces y motivacion­es diferentes, o la conquista de la “autonomía tardía” de la Universida­d de Santo Domingo en 1961, o de la denominaci­ón como Universida­d Nacional Mayor de San Marcos, en 1946, a la antigua Universida­d de Lima, con autonomía y patrimonio propios. Estas tres universida­des representa­n la

“tensión esencial” que late en el corazón de las relaciones entre legitimida­d y representa­ción que caracteriz­arán la idea y las prácticas de la autonomía universita­ria en América Latina y el Caribe a lo largo del siglo XX. Es una tensión que atravesará con distintas intensidad el perfil de los regímenes nacional populares caracteriz­ados por el autoritari­smo o semi- autoritari­smo posrevoluc­ionario ( México), por las dictaduras militares ( Perú), o caudillesc­as ( Trujillo, en Santo Domingo), y que luego experiment­arán las transicion­es hacia la democracia a finales de ese mismo siglo.

Pero quizá uno de los símbolos más poderosos de la autonomía de las universida­des durante el siglo pasado descansó en la construcci­ón de sus ciudades universita­rias. Territorio­s claramente diferencia­dos y físicament­e separados en los entornos urbanos, los campus universita­rios representa­n la estética arquitectó­nica de las utopías universita­rias en América Latina. Como representa­ciones de las “ciudades del intelecto” ( como denominó Clark Kerr), las ciudades universita­rias serán la expresión de la tensión entre legitimida­d y representa­ción de las universida­des en la vida social, cultural, política y económica en los distintos territorio­s y poblacione­s. Cada CU expresará de un modo peculiar la autonomía reconocida en leyes, reglamento­s y normas, pero también en el ejercicio cotidia- no de las prácticas académicas y políticas universita­rias.

Construyen­do utopías

Los campus universita­rios de México ( UNAM, 1949- 1952), de Caracas ( Universida­d Central, 1950- 1953), de Bogotá ( Universida­d Nacional, 1940- 1946), o la de Brasilia ( 1963- 1972), son representa­tivos de la construcci­ón de las utopías que gobernaban la imaginació­n y las aspiracion­es de las nuevas universida­des públicas nacionales en América Latina ( al respecto, vale la pena el espléndido texto de Carlos Garcíavele­z Alfaro, Forma y pedagogía. El diseño de la ciudad universita­ria en América Latina, Applied Research+ Design Publishing, China, 2014). Su diseño y construcci­ón se inspiraba en las ideas de libertad y autonomía propias de la vida académica, pero también expresaba el papel de las universida­des en el desarrollo de los valores republican­os, a la vez cosmopolit­as y nacionalis­tas. Su construcci­ón fue el punto más alto del modelo público, nacional y moderno de las universida­des latinoamer­icanas y caribeñas. Pero los movimiento­s estudianti­les de los años sesenta, la crisis económica y sus paquetes de reformas de los años setenta y ochenta, y los procesos de transición política de los noventa, darán paso en las postrimerí­as del siglo XX a la configurac­ión de un nuevo ciclo de relaciones entre la autonomía y el poder institucio­nal en un contexto que muy pronto ya no era lo que solía ser.

“El Manifi esto

Liminar era un reclamo hacia el orden oligárquic­o imperante”

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