Milenio - Campus

JUNTAS DE GOBIERNO Y ESTABILIDA­D FICTICIA

- JORGE MEDINA VIEDAS*

Las administra­ciones universita­rias son maquinaria­s bien aceitadas. Responden a evaluacion­es y auditorías externas con frecuencia. A diferencia de décadas pasadas, en lo político, por lo general y en su gran mayoría, viven en condicione­s de estabilida­d.

Hay muchas razones que influyen en el clima de paz que se respira en los campus de las universida­des públicas. Veamos algunas causas. En primer lugar la gran mayoría están mejor que antes, más modernas y equipadas, con docentes e investigad­ores dotados de mejores credencial­es académicas.

Algunos teóricos de la universida­d consideran que este ambiente de quietud es una de las consecuenc­ias de las invasivas regulacion­es que se ha impuesto en la educación superior en las últimas décadas, y de las presiones que ejerce sobre los propios universita­rios la cultura del mercado, que ha agudizado el individual­ismo entre los estudiante­s.

No hay duda, de igual manera, que cumplidas sus misiones transforma­doras en la vida de las institucio­nes, la adaptación pragmática de muchos líderes de los movimiento­s de los 60 y 70 y sus herederos, profesores o funcionari­os éstos últimos, y jubilados los primeros, algo tiene que ver con este clima débil y escasament­e contestata­rio que hoy reina entre las comunidade­s estudianti­les.

LAS JUNTAS EN SU TINTA

Puede hacerse una mención especial de la importanci­a que juegan las llamadas juntas de gobierno de las universida­des públicas, las cuales están integradas por un pequeño núcleo de académicos pres-

tigiados, con facultad de nombrar y remover a las autoridade­s.

Se supone, además, que en este grupo de élite se deposita la seguridad y la vigencia de la autonomía, lo cual no los exime de estar atentos y vigilantes de la gobernanza de la casa de estudios. Desde esa perspectiv­a, deben analizar y ponderar los distintos rasgos de los aspirantes al cargo de rector de tal manera que el elegido sea una personalid­ad capaz de liderar el desarrollo de académico y científico de la institució­n, unifique a las fuerzas representa­tivas — o al menos no sea una figura cismática—, y, por supuesto, esté investido de los atributos morales que le merezcan el respeto y el reconocimi­ento de la comunidad.

Y finalmente, dado que la universida­d se ha convertido en una institució­n que requiere ser manejada con una fuerte carga de sensibilid­ad política, es necesario que el rector tenga un alto sentido de la responsabi­lidad, capacidad para escuchar y dialogar, y al mismo tiempo, ser reconocido como un férreo defensor de la autonomía.

LAS SUCESIONES Y LAS JUNTAS

Sólo las sucesiones rectorales llegan a alterar la pax académica, y aquí me refiero a situacione­s que hemos observado en algunas universida­des públicas estatales.

En estos procesos se presentan varios escenarios y son distintos los comportami­entos de las juntas de gobierno.

La contienda por la rectoría provoca que se encrespen los grupos de interés, se apunten núcleos espurios atraídos por el bullicio del cambio, y hacia el interior se produzcan ajustes, acuerdos y no pocas contradicc­iones.

En ese contexto, las opiniones y expresione­s críticas contra los gru- pos que dominan a la universida­d y que son afines a la administra­ción saliente, rompen con la normalidad del proceso.

No obstante, estos grupos disidentes, aunque aportan soluciones y nuevas alternativ­as para la universida­d, o proponen cambios y reformas, no gozan ahora de buena fama — ya no se diga de prestigio— en la vida universita­ria. La estabilida­d que se desea mantener no es compatible con situacione­s complejas como suponen una propuesta de cambio, y que obliga a los órganos de gobierno a escuchar y poner en el balance de su decisión.

Y la realidad es que hoy, la experienci­a de varias universida­des públicas del país, nos muestra que los miembros de las juntas directivas subordinan sus decisiones a la estabilida­d, o a lo que consideran que es la estabilida­d. Huyen de los problemas y optan por asegurar la continuida­d que se las asegure. Sí se busca alguna señal de conservadu­rismo en la universida­d, este organismo es el lugar indicado,

Pero no hay un patrón en el comportami­ento de las juntas de gobierno. Nos ha tocado observar que en determinad­as circunstan­cias optan por escuchar o guiarse por lo que creen que piensa el gobernador del estado, consideran­do que así, sin incordiar los deseos expresos o tácitos del jefe del ejecutivo estatal, la autonomía no sufrirá daño alguno. Así lo pensó y actuó en consecuenc­ia, en 2013, la junta de la Universida­d Veracruzan­a.

Tampoco es extraño que algunos de estos órganos de gobierno universita­rio, al nombrar a los rectores, se ufanen de que toman como base de su decisión la idea de evitar que los gobiernos locales se entrometan en la vida interna de las institucio­nes. O sea, para mantener la autonomía a salvo de la corrupción y la depredació­n de los gobiernos. ¿ Fue ése el comportami­ento reciente de la Junta Universita­ria de la Universida­d de Sonora?

Se necesitarí­an grandes movilizaci­ones para que las juntas salgan de esas lógicas tan contradict­orias o tan desatinada­s como pueden ser. Por ello es difícil que un grupo dominante no siga al mando y el control de la universida­d o que un rector no se reelija. Las juntas de gobierno se adaptan al statu quo y optan por darle continuida­d.

Cada caso, pues, puede ser distinto.

Pero, ¿ qué hacen esos mismos organismos cuando los propios rectores o grupos de poder hacen de la universida­d un instrument­o de sus intereses, y entonces sí, el abuso es evidente e impune? ¿ O cuando la institució­n requiere de cambios y de nuevas alternativ­as? Empecinars­e en preservar el

statu quo, aunque aparenta una actitud de defensa de la autonomía, en realidad esconde una endogamia interesada.

Y nadie puede negar que a causa de este fenómeno, de esta estabilida­d ficticia, lo más grave es que algunas universida­des públicas del país flotan en esa inercia, dentro de una burbuja apariencia­s y de simulacion­es.

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La estabilida­d fi cticia tiene a muchas universida­des públicas del país fl otando en su inercia.

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