JUNTAS DE GOBIERNO Y ESTABILIDAD FICTICIA
Las administraciones universitarias son maquinarias bien aceitadas. Responden a evaluaciones y auditorías externas con frecuencia. A diferencia de décadas pasadas, en lo político, por lo general y en su gran mayoría, viven en condiciones de estabilidad.
Hay muchas razones que influyen en el clima de paz que se respira en los campus de las universidades públicas. Veamos algunas causas. En primer lugar la gran mayoría están mejor que antes, más modernas y equipadas, con docentes e investigadores dotados de mejores credenciales académicas.
Algunos teóricos de la universidad consideran que este ambiente de quietud es una de las consecuencias de las invasivas regulaciones que se ha impuesto en la educación superior en las últimas décadas, y de las presiones que ejerce sobre los propios universitarios la cultura del mercado, que ha agudizado el individualismo entre los estudiantes.
No hay duda, de igual manera, que cumplidas sus misiones transformadoras en la vida de las instituciones, la adaptación pragmática de muchos líderes de los movimientos de los 60 y 70 y sus herederos, profesores o funcionarios éstos últimos, y jubilados los primeros, algo tiene que ver con este clima débil y escasamente contestatario que hoy reina entre las comunidades estudiantiles.
LAS JUNTAS EN SU TINTA
Puede hacerse una mención especial de la importancia que juegan las llamadas juntas de gobierno de las universidades públicas, las cuales están integradas por un pequeño núcleo de académicos pres-
tigiados, con facultad de nombrar y remover a las autoridades.
Se supone, además, que en este grupo de élite se deposita la seguridad y la vigencia de la autonomía, lo cual no los exime de estar atentos y vigilantes de la gobernanza de la casa de estudios. Desde esa perspectiva, deben analizar y ponderar los distintos rasgos de los aspirantes al cargo de rector de tal manera que el elegido sea una personalidad capaz de liderar el desarrollo de académico y científico de la institución, unifique a las fuerzas representativas — o al menos no sea una figura cismática—, y, por supuesto, esté investido de los atributos morales que le merezcan el respeto y el reconocimiento de la comunidad.
Y finalmente, dado que la universidad se ha convertido en una institución que requiere ser manejada con una fuerte carga de sensibilidad política, es necesario que el rector tenga un alto sentido de la responsabilidad, capacidad para escuchar y dialogar, y al mismo tiempo, ser reconocido como un férreo defensor de la autonomía.
LAS SUCESIONES Y LAS JUNTAS
Sólo las sucesiones rectorales llegan a alterar la pax académica, y aquí me refiero a situaciones que hemos observado en algunas universidades públicas estatales.
En estos procesos se presentan varios escenarios y son distintos los comportamientos de las juntas de gobierno.
La contienda por la rectoría provoca que se encrespen los grupos de interés, se apunten núcleos espurios atraídos por el bullicio del cambio, y hacia el interior se produzcan ajustes, acuerdos y no pocas contradicciones.
En ese contexto, las opiniones y expresiones críticas contra los gru- pos que dominan a la universidad y que son afines a la administración saliente, rompen con la normalidad del proceso.
No obstante, estos grupos disidentes, aunque aportan soluciones y nuevas alternativas para la universidad, o proponen cambios y reformas, no gozan ahora de buena fama — ya no se diga de prestigio— en la vida universitaria. La estabilidad que se desea mantener no es compatible con situaciones complejas como suponen una propuesta de cambio, y que obliga a los órganos de gobierno a escuchar y poner en el balance de su decisión.
Y la realidad es que hoy, la experiencia de varias universidades públicas del país, nos muestra que los miembros de las juntas directivas subordinan sus decisiones a la estabilidad, o a lo que consideran que es la estabilidad. Huyen de los problemas y optan por asegurar la continuidad que se las asegure. Sí se busca alguna señal de conservadurismo en la universidad, este organismo es el lugar indicado,
Pero no hay un patrón en el comportamiento de las juntas de gobierno. Nos ha tocado observar que en determinadas circunstancias optan por escuchar o guiarse por lo que creen que piensa el gobernador del estado, considerando que así, sin incordiar los deseos expresos o tácitos del jefe del ejecutivo estatal, la autonomía no sufrirá daño alguno. Así lo pensó y actuó en consecuencia, en 2013, la junta de la Universidad Veracruzana.
Tampoco es extraño que algunos de estos órganos de gobierno universitario, al nombrar a los rectores, se ufanen de que toman como base de su decisión la idea de evitar que los gobiernos locales se entrometan en la vida interna de las instituciones. O sea, para mantener la autonomía a salvo de la corrupción y la depredación de los gobiernos. ¿ Fue ése el comportamiento reciente de la Junta Universitaria de la Universidad de Sonora?
Se necesitarían grandes movilizaciones para que las juntas salgan de esas lógicas tan contradictorias o tan desatinadas como pueden ser. Por ello es difícil que un grupo dominante no siga al mando y el control de la universidad o que un rector no se reelija. Las juntas de gobierno se adaptan al statu quo y optan por darle continuidad.
Cada caso, pues, puede ser distinto.
Pero, ¿ qué hacen esos mismos organismos cuando los propios rectores o grupos de poder hacen de la universidad un instrumento de sus intereses, y entonces sí, el abuso es evidente e impune? ¿ O cuando la institución requiere de cambios y de nuevas alternativas? Empecinarse en preservar el
statu quo, aunque aparenta una actitud de defensa de la autonomía, en realidad esconde una endogamia interesada.
Y nadie puede negar que a causa de este fenómeno, de esta estabilidad ficticia, lo más grave es que algunas universidades públicas del país flotan en esa inercia, dentro de una burbuja apariencias y de simulaciones.