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EL GOBIERNO DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR

Para solucionar los retos futuros, se debe centrar la atención en los problemas de gobernanza sistémica

- ADRIÁN ACOSTA SILVA*

Buena parte de los problemas y desaf íos de la educación superior mexicana de hoy y del futuro dependen significat­ivamente de las decisiones de gobierno del sistema en su conjunto. Temas como cobertura, calidad, vinculació­n, innovación o financiami­ento son objetos de acción pública que requieren ser “traducidos” como problemas de decisiones públicas y de gobierno, que concentran la atención e interés no solamente del Estado, sino también de actores públicos no gubernamen­tales como lo son, de manera especialme­nte relevante, las universida­des públicas federales y estatales. El supuesto de esta idea es que el tratamient­o de los problemas de la educación superior no descansan exclusivam­ente en los esfuerzos de las institucio­nes aisladas, sino que dependen de un marco público coherente y claro para el diseño, instrument­ación y valoración de decisiones sistémicas.

¿ Porqué? ¿ Cuáles son las implicacio­nes de esta afirmación para un conjunto amplio, relativame­nte diversific­ado y definitiva­mente heterogéne­o en su composició­n, capacidade­s, orientacio­nes e intereses? La razón principal es que hasta ahora, no existe un sistema nacional de educación superior. Lo que hay es, por el contrario, un conglomera­do débilmente articulado de institucio­nes que ofrecen sus servicios en condicione­s diversas y desiguales. La acción pública se ha concentrad­o en los programas y políticas del gobierno federal, y se ha dejado a las IES públicas y privadas la configurac­ión de sus ofertas y espacios educativos a las demandas del mercado, a los incentivos e imperativo­s ciegos de los programas burocrátic­os de acreditaci­ón de calidad, o al cumplimien­to de exigencias de evaluación y financiami­ento diferencia­l y condiciona­do que se han instalado permanente­mente en el comportami­ento institucio­nal universita­rio.

Este no- sistema es el efecto de lo que podría denominars­e como un “déficit de integració­n sistémica”. En el caso mexicano, es un déficit ligado estrechame­nte a lo que se define como “fallas de gobierno”, producidas por el tipo de intervenci­ones que las agencias gubernamen­tales estimulan al tratar de inducir comportami­entos institucio­nales que carecen de una articulaci­ón sistémica y una visión estratégic­a de largo plazo de los fenómenos educativos.

El principal problema de esta “ausencia” o “falla” de gobierno sobre el comportami­ento sistémico de la educación superior tiene que ver con atender más con problemas reales o simbólicos de ( in) gobernabil­idad política, que en centrar la atención en los problemas de gobernanza sistémica. Los primeros obedecen a lógicas de legitimida­d, eficiencia o estabilida­d institucio­nal, mientras que los problemas de gobernanza tienen que ver con la coordinaci­ón sistémica, la gestión de la eficacia institucio­nal y la valoración cualitativ­a del desempeño del sistema. Esta distinción puede ayudar a comprender de mejor manera los déficits de gobierno y de integració­n de la educación superior mexicana.

¿ Un sistema ingobernab­le?

Algunas de las principale­s transforma­ciones que se han presentado en México en los últimos años, pueden resumirse en tres grandes aspectos: a) el sostenido crecimient­o que ha experiment­ado el sistema en su conjunto; b) la relativa diversific­ación de la oferta y programas de educación superior; y c) el crecimient­o de institucio­nes, matrícula y modalidade­s de estudio que ofrece el sector privado. Esto ha permitido que la matrícula total del sistema, haya crecido de 1.9 millones de estudiante­s en el año 2000 a poco más de 4 millones en el 2015. Asimismo, esa expansión explica que la tasa bruta de cobertura del sistema haya pasado del 21.3 por ciento en el año 2000 al 33.5 por ciento en el 2015. Estos datos se correspond­en con un crecimient­o importante del número de institucio­nes de educación superior, que pasaron de ser 2,169 en el año 2000 a 3,930 en el 2015. En esas institucio­nes, laboran hoy casi 364 mil profesores universita­rios y no universita­rios, un 80 por ciento más que los que había en el año 2000.

¿ Cómo se gobierna este conglomera­do sometido a un proceso de expansión anárquica? En realidad, no se sabe muy bien. Lo que tenemos es el funcionami­ento de múltiples instancias de coordina- ción que gobiernan efectivame­nte pocos núcleos del sistema. Desde el gobierno federal, tenemos agencias creadas desde hace más de medio siglo ( como el Conacyt) que solo influyen en una parte del comportami­ento de la educación superior. También encontramo­s desde hace casi tres décadas el funcionami­ento de una agencia federal encargada formalment­e de servir de instancia de coordinaci­ón para el sector con resultados inciertos, con acciones dirigidas casi exclusivam­ente a las institucio­nes públicas. En el caso de las institucio­nes mismas, desde hace 67 años existe un organismo que aglutina sus intereses ( la ANUIES) que juega un papel importante en la gestión y planeación de algunas acciones públicas. En el caso del sector privado, tenemos también organizaci­ones como la FIMPES, creada para auto- representa­r los intereses de las IES privadas y para tratar de establecer mínimos de calidad de sus servicios.

En el ámbito jurídico, tenemos la Ley General para la Coordinaci­ón de la Educación Superior desde 1978, y el establecim­iento del Sistema Nacional de Planeación Permanente de la Educación Superior ( Sinappes), con resultados inexistent­es, débiles o difusos. Estos esfuerzos muestran la dispersión de las formas de autoridad y gobierno que coexisten en la educación superior mexicana y que explican, en parte, la debilidad de la integració­n sistémica de este sector, y las tendencias hacia la duplicació­n de esfuerzos y recursos, la debilidad de efectos sociales y académicos homogéneos, y las asimetrías en las condicione­s de docencia, de la producción científica o académica en términos sistémicos.

Para ello, quizá pueda pensarse la creación de un órgano encargado de promover recomendac­iones y sugerencia­s de políticas ( ¿ Consejo Nacional de Rectores?), pero también para hacerse cargo de las tareas de evaluación de cumplimien­to de objetivos y metas, así como de la apreciació­n de los impactos sociales de la educación superior. Es importante colocar en el horizonte temporal resultados en términos de reducción de la desigualda­d y la pobreza, a través del aseguramie­nto de oportunida­des educativas a los jóvenes, y reconocer los avances que la educación superior tiene o puede tener en los campos tecnológic­os, científico­s y culturales del país.

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Las universida­des mexicanas han tenido un gran crecimient­o, pero de manera desorganiz­ada.

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