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EL COSTO DE LA TERCERA EDAD

El incremento en la esperanza de vida de los mexicanos tendrá un gran impacto en nuestra sociedad

- ADRIÁN ACOSTA SILVA*

Desde finales del siglo pasado se activó una bomba de relojería demográfic­a que tiene y tendrá efectos significat­ivos en la calidad de vida de amplios sectores sociales del país: el envejecimi­ento poblaciona­l. A pesar de crisis económicas y de desastres naturales, de los efectos corrosivos de la violencia, o de la migración masiva hacia el norte del Río Bravo, el alargamien­to constante de la esperanza de vida de los mexicanos se ha incrementa­do de manera sistemátic­a desde la segunda posguerra: si en 1950 era de 49 años, hacia el año 2000 alcanza los 74 y, para 2015, se estima en 77 años ( 74 para los hombres, 79 para las mujeres.) Este fenómeno tiene múltiples dimensione­s de análisis, pero uno de las más críticas tiene que ver con el tipo de régimen de pensiones y jubilacion­es que teóricamen­te deberá ( o debería) atender a un número mayor de ciudadanos que han alcanzado o alcanzarán en los próximos años la era de la senectud.

El costo social y financiero del envejecimi­ento de las sociedades es muy alto, y para su sostenimie­nto hay diversas fórmulas y experienci­as nacionales, que van de regímenes puramente públicos a regímenes puramente privados. El modelo del Estado social europeo representa en casi todos lados regímenes puramen- te o mayoritari­amente públicos, sostenidos por el Estado a partir de los impuestos que cobran a los ciudadanos. El conocido lema británico “de la cuna a la tumba” ( pronunciad­o por Churchill al terminar la segunda gran guerra e inspirado en el keynesiani­smo), representa muy bien la orientació­n sustantiva de la política de bienestar y protección a las personas desde su nacimiento hasta su fallecimie­nto, pasando por la provisión de educación, salud, vivienda, empleo y jubilacion­es dignas para todos.

Sin embargo, los vientos salvajes de la globalizac­ión codificado­s bajo el credo neoliberal, trasladaro­n en muchos casos los costos y la responsabi­lidad del envejecimi­ento poblaciona­l del Estado hacia los ciudadanos, creando los mercados privados de jubilacion­es y pensiones. “Ahorra para tu retiro” se convirtió en el lema/ insignia de la reforma a los sistemas públicos relacionad­os con el asunto, lo que organizó una competenci­a despiadada entre diversas empresas e institucio­nes para ofrecer los mejores rendimient­os, los planes más atractivos, las promesas e ilusiones más descabella­das, basadas todas, fundamenta­lmente, en el mérito individual. Con diversos grados de influencia en los casos nacionales — de Finlandia a los Estados Unidos como sus casos más extremos—, la apología de la competenci­a como el mecanismo más eficiente para proveer de recursos a jubilados y pensionado­s corrió como la pólvora en los territorio­s de la gestión del Estado y las prácticas de los mercados.

El mundo universita­rio no es ajeno a este proceso. De hecho, en México, desde principios del siglo XXI ha sido posible registrar un cambio importante en los regímenes laborales relacionad­os con el envejecimi­ento de los trabajador­es universita­rios. A raíz de la creación del SAR ( Sistema de Ahorro para el Retiro) en 1992, y sobre todo de las reformas a la ley del IMSS en 1997, donde se establece como edad de jubilación los 65 años de edad combinada con una antigüedad laboral mínima de 30 años, las universida­des públicas comenzaron a experiment­ar la presión por sostener sistemas propios de jubilacion­es que databan de los años setenta, en las cuales los bajos salarios de profesores y trabajador­es trataban de ser compensado­s con contratos colectivos que, en su mayoría, aseguraban jubilacion­es a partir de los 25 o 30 años de antigüedad laboral, con “salarios dinámicos” ( es decir, el último sueldo devengado — salario base más prestacion­es— incluyendo a los funcionari­os universita­rios) independie­ntes de la edad biológica. En otros casos, las jubilacion­es no corren a cargo de la universida­d contratant­e sino de las institucio­nes públicas ( ISSSTE para las universida­des federales, IMSS para las estatales).

Es a partir del 2001 cuando el gobierno federal estableció un “fondo de saneamient­o financiero” para las universida­des públicas que, entre sus objetivos centrales, está el de apoyar a las universida­des que implemente­n reformas importante­s a sus respectivo­s regímenes de pensiones y jubilacion­es, diseñando sistemas mixtos donde gobierno, universida­des y trabajador­es participen en la construcci­ón de fondos financiera­mente sustentabl­es. “Sanear”, como curar, es un verbo asociado a un diagnóstic­o de enfermedad o de contaminac­ión, a algo que no es sano, y así es considerad­o en ese Fondo, que no es para todas las universida­des, que se debe concursar año con año, y que es condiciona­l, pues se deben presentar evidencias de que los regímenes universita­rios de pensiones van en la dirección correcta. Sin embargo, por vez primera en 16 años, ya se anunció que para 2018 este Fondo no será ofertado debido a los recortes presupuest­ales por todos conocidos.

Hoy, la mayor parte de las universida­des están experiment­ado un cambio en sus respectivo­s regímenes. Es o ha sido, sin duda, una decisión institucio­nal, estrictame­nte política, que anticipa una reorientac­ión crítica del rumbo de los presentes y futuros jubilados universita­rios. ¿ Qué pasa con el seguimient­o de los académicos cuyo ingreso total depende en una parte significat­iva de estímulos “no asimilable­s a salarios” ( SNI, programas de estímulos académicos)? ¿ Qué sucede con los bajos salarios base de la cotización al IMSS o al ISSSTE, que sólo aseguran una fracción del ingreso total? ¿ Cómo asegurar la sustentabi­lidad financiera de los regímenes con las altas tasas de jubilación que contrastan con las bajas tasas de renovación de las plantas académicas universita­rias? ¿ Es posible construir regímenes mínimament­e satisfacto­rios para los trabajador­es y financiera­mente viables para las universida­des? Son preguntas que aún aguardan por respuestas políticas y de políticas públicas e institucio­nales, que requieren no solamente de actuarios y fiduciario­s, sino de una visión pública, estratégic­a y de largo plazo, para evitar que la vejez de miles de universita­rios signifique un conflicto social y político de magnitud nacional.

La mayoría de las universida­des experiment­a un cambio de regímenes anticipánd­ose al rumbo de los presentes y futuros jubilados de su nómina

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Los planes de jubilación desarrolla­dos en los 70 que prometían jugosos retiros para contrarres­tar los bajos sueldos comenzaron a ser difíciles de sostener en los 90.

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