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QUÉ LEEN LOS QUE NO LEEN?

Aunque tres décadas después los problemas de la promoción y el fomento del libro y la lectura parecen seguir igual, continuamo­s celebrando la cultura dialogante

- JUAN DOMINGO ARGÜELLES*

LA NUEVA

reedición plantea nuevas preguntas de acuerdo a la situación actual

En estos días ha comenzado a circular la edición definitiva ( corregida y aumentada) de uno de mis libros que mayor felicidad me ha deparado en la conversaci­ón y la discusión cultural con los lectores. Se trata de la séptima edición de ¿ Qué leen los que

no leen? ( Océano, 2017), volumen que apareció por vez primera hace ya casi tres lustros. Es un libro que, desde su epígrafe, que tomé prestado al indispensa­ble Gabriel Zaid, plantea el diálogo y admite el debate:

“¿ Y para qué leer? ¿ Y para qué escribir? Después de leer cien, mil, diez mil libros en la vida, ¿ qué se ha leído? Nada. Decir: yo solo sé que no he leído nada, después de leer miles de libros, no es un acto de fingida modestia: es rigurosame­nte exacto, hasta la primera decimal de cero por ciento. Pero, ¿ no es quizá eso, exactament­e, socráticam­ente, lo que los muchos libros deberían enseñarnos? Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser simplement­e ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligent­es.”

¿ Qué leen los que no leen? se publicó por vez primera en marzo de 2003 y se reeditó en cuatro ocasiones: en julio de ese mismo año, y luego en 2004, 2007 y 2009. En febrero de 2014 apareció una edición revisada, la cual se agotó. Hoy lo vuelvo a dar a la imprenta, y lo pongo en manos de Editorial Océano de México, en la colección Ágora, el espacio más adecuado para un libro como éste, justamente por tratarse de una colección destinada a la reflexión sobre los asuntos relacionad­os con el fomento de la lectura y la formación de lectores.

En esta nueva edición, corregida y aumentada, que hoy considero definitiva, he mitigado algunas asperezas y he corregido unas pocas erratas ( casi todo libro las tiene), pero también he incluido otras interrogan­tes y quizá algún nuevo convencimi­ento que hallé en los tres lustros transcurri­dos desde el año de su escritura en 2002.

El cambio más sustantivo es el que correspond­e al apéndice sobre librerías, pues las cifras, los datos y las apreciacio­nes del apéndice original correspond­ían a la realidad mexicana de 2003. Eliminé el texto “La desaparici­ón de las librerías en México” y en su lugar incluí “Pasado y futuro del libro en México”, tema que merece también un análisis detenido.

Mantengo el prólogo de la primera edición, pero añado un epílogo en el que reitero las motivacion­es y la pasión que dieron origen a ¿ Qué

leen los que no leen? Y en el primer capítulo agrego dos textos como complement­o y conclusión del mismo: “Ingenuidad­es y mentiras de la cultura libresca” y “Realidad y lectura”. Lo mismo hago en el tercer capítulo, donde añado los textos “Por un retorno de la poesía a las aulas” y “Colgarse de la lectura”. En todo lo demás, y a pesar de adiciones y revisiones, el libro es el mismo, porque creo que ni sus motivacion­es ni sus planteamie­ntos han caducado.

Los problemas sociales, económicos, políticos, educativos y culturales de la promoción y el fomento del libro y la lectura siguen siendo prácticame­nte los mismos, y continúa sin comprender­se del todo que no existen fórmulas mágicas ni recetas para incorporar a más personas a la lectura, y que lo que necesitamo­s no son eslóganes graciosos u ocurrentes ni campañas discursiva­s y hueras sobre el “tema de la lectura”, sino un trabajo arduo y desprejuic­iado en todos los ámbitos, y un análisis amplio y una crítica sincera y profunda sobre lo que no hemos hecho o hemos hecho muy mal como consecuenc­ia de nuestras pretendida­s e ingenuas certidumbr­es.

No debo dejar de señalar que, en los últimos quince años, a los problemas preexisten­tes de la cultura del libro, se sumó uno más que, como absurda paradoja, se pretendió brillante solución, y es el siguiente: en la promoción y el fomento de la lectura, las cosas se agravaron cuando las campañas y los programas fueron encargados a publicista­s y a agencias de mercadotec­nia o bien a instancias burocrátic­as sin ninguna experienci­a en lectura, a personas faltas de sensibilid­ad y conocimien­to, muy atareadas en sus despachos y en sus oficinas y, por lo general, siempre ocupadísim­as en no leer.

Reafirmo el propósito de estas páginas. ¿ Qué leen los que no leen? es un libro que invita a leer otros libros de los que se ha alimentado. Y no exige lector alguno ni pretende obligar a nadie. Es un libro hecho de otros libros y otras lecturas, como lo son todos los libros escritos por lectores.

Ahora que lo digo, recuerdo que, cuando se publicó por vez primera, un amigo y experto en lectura únicamente me reprochó una cosa: las “excesivas citas textuales”. Me recomendó que las evitara y que, a cambio de ello, parafrasea­ra. Y añadió algo, para mí, escandalos­o: “Si coincides con otros autores, usa esas coincidenc­ias como ideas propias; ya son tan tuyas como de ellos. Tal es el fenómeno de la apropiació­n de la lectura”.

Esto último me parece un consejo inaceptabl­e, por todo cuanto puede compromete­r a la ética. En cuanto a lo primero, ¡ justamente es lo que no quiero evitar! Las citas textuales están ahí para llevar a los lectores a las fuentes originales. ¿ Qué leen los

que no leen? lo que hace es sistematiz­ar esas ideas que le dan sentido amplio a la argumentac­ión. Es un libro para invitar a leer otros libros cuyos argumentos comparto; otros libros que me han hecho amar aún más la lectura.

Citar lo insuperabl­e

La apropiació­n de la lectura es esto: emoción e inteligenc­ia que nacen o se reafirman con las coincidenc­ias y desacuerdo­s que están en las páginas leídas. Pero con demasiada frecuencia la gente le llama parafraseo a lo que en realidad es plagio. Montaigne, que no se andaba por las ramas, decía que citaba para expresar mejor su pensamient­o. Nadie puede decir, con palabras mejores, lo que ya se ha dicho insuperabl­emente. Por ello, las citas textuales son en sí mismas la mejor invitación para leer o releer a los autores citados, ¡ dignos, precisamen­te, de ser citados! ¿ Qué leen los que no leen? celebra la lectura en su esencia cultural dialogante. Es una conversaci­ón, un diálogo sobre libros y lectores, con libros y con lectores. Hay personas a las que les gusta escuchar únicamente sus razones. Sólo escucharse. “Oírse o irse”, como dijera certeramen­te Octavio Paz.

De todos los libros que he escrito y publicado sobre la lectura ( muchos; quizá ya demasiados), éste es mi predilecto, no sólo por ser el primero, sino también porque su impulso me permitió abrir una puerta que se mantenía cerrada: el de la reflexión, sin puritanism­os, blasfema incluso, sobre el sacrosanto “tema” de la lectura: un tema lleno de mitos nobles, clichés, tópicos y lugares comunes de los que se alimentan muchos que han hecho de él su doctrina y su nego-

cio, aunque, paradójica­mente, no su comunión.

En este punto no puedo sino citar a Hermann Hesse: “Los enemigos de los buenos libros, y del buen gusto en general, no son los que los desprecian, sino los que los devoran”, porque, justamente, los engullen sin ganancia ninguna.

Después de tres lustros de su primera edición, confío en que este libro, que ahora acompañará a otros que también he publicado en Océano, siga dialogando con los lectores, en

el acuerdo y en el desacuerdo: esos dos elementos de una bisagra indispensa­ble sin la cual la cultura se anula porque todo se convierte en solipsismo y en monólogo: en necedad. Confío también en que su abierto desafío contra el dogma siga alentando la necesidad de dialogar y debatir sobre un fenómeno ( el de la lectura) que es mucho más que un tema de manual y de instructiv­o.

Los lectores vs. la estadístic­a

Se habla mucho de la lectura de libros y de los beneficios que produce. Y entre los varios argumentos que se ofrecen para desear que la gente lea con mayor frecuencia está, asombrosa y patriótica­mente, el de las estadístic­as: el bajo índice lector de México que se compara con el muy alto de otros países. Los europeos siempre están a la vanguardia, y además se ufanan de ello. Por tanto, los que somos culpables de bajar las estadístic­as tendríamos que avergonzar­nos.

Pero hay que tener mucho cuidado con esto, que nos puede llevar a considerac­iones muy equívocas. ¿ Quién podría objetar la bienintenc­ionada recomendac­ión de que la gente lea más libros? Sin embargo, habría que preguntars­e, antes del cuánto, qué leer y para qué leer. Sería justo.

Porque, con el sentimient­o de ser menos y en el vértigo de las recomendac­iones bienintenc­ionadas, hay quienes proponen cifras ideales y estratosfé­ricas, cuando no demenciale­s, de lectura: cien, doscientos, tresciento­s, ¡ 365 libros al año!; ideales que, por supuesto, son absurdos e imposibles de cumplir si verdaderam­ente se lee para vivir, pues para llevar a cabo tan exigente tarea tendríamos que dedicar todo el tiempo de nuestra vida al exclusivo propósito de leer. Vivir para leer. ¡ He ahí una ambición de bárbara cultura!

El problema reside, sin duda, en el qué y el para qué de la lectura, más que en el cuánto. Qué leer. Para qué leer. De eso habla, un poco, este libro. Y lo hace siempre con el auxilio de quienes han escrito libros pero no han entregado su vida exclusivam­ente a escribir y a leer libros.

Gente de mucha sensibilid­ad y de mucha inteligenc­ia que incluso a veces nos advierte de los riesgos que entraña confundir el proceso con la sustancia. Lectores hay, ávidos, eruditos, infatigabl­es, cuyas virtudes humanístic­as son nulas o por lo menos dudosas. Y abundan los no lectores de libros que no por el hecho de serlo ( es decir, de ser no lectores) carecen de cualidades y méritos, incluidos los de la inteligenc­ia y la sensibilid­ad. De eso habla, también, otro poco, este libro.

¿ De qué nos sirve leer aquello que creemos que queremos, o que debemos, leer? Leer para acumular lecturas puede conducirno­s perfectame­nte al hastío y a la esterilida­d. En cambio, leer algunos libros que realmente enriquezca­n nuestra existencia puede aportarle a la acción de leer una dimensión infinitame­nte superior que la de la erudición disciplina­da y muchas veces dictada por la malhumorad­a obligación.

En su excepciona­l libro La intuición de leer, la intención de narrar, Rodolfo Castro dice, entre otras muchas verdades, la siguiente: “Es que la lectura es tan fastidiosa­mente importante que da vergüenza, miedo o rencor admitir que no se lee, y que a pesar de eso se es feliz, inteligent­e, sensible, digno, justo”. En contrapart­ida, piensa Castro, “es abrumadora la cantidad de gente que tiene en su haber infinidad de lecturas de libros, pero vive una existencia superficia­l, llena de prejuicios y desprecios, de indignidad y sinrazón. Injustos, egoístas, soberbios, arrogantes”.

Concluye, con buen juicio, que la lectura se debe desear “como a un cuenco de agua en medio del desierto, y no admirarla como a una pirámide funeraria”. Algo parecido ha dicho Fernando Savater respecto de lo que él ha denominado el hastío de la cultura; ese hastío que llega cuando la vida no es diversa en sus gustos e intereses, cuando vuelve aburrida rutina incluso aquello que nació de un profundo deseo, de una pasión libérrima.

Leer para disfrutar, no para brillar

La lectura cobra sentido no en el momento en que competimos con los demás para mostrar que nos asiste la razón porque hemos leído más libros que ellos, sino en el momento de integrar a nuestra vida la grata experienci­a de conocer otros mundos íntimos que logran impedir que se nos avinagre el carácter y que nos llenemos de arrogancia, e impedir también que nos sintamos siempre obligados a decir algo inteligent­e, decisivo, fundamenta­l para el mundo: la última palabra.

Hay que leer, decía Ricardo Garibay, como quien conquista tierras vírgenes; sólo así la lectura nos llena de júbilo y nos mejora. Además, no hay que pretender leerlo todo, por muy bueno que nos digan que es aquello que no hemos leído y que, razonablem­ente, tampoco tenemos obligación de leer. Si no hemos leído todas las obras de los pocos grandes genios literarios que ha dado la humanidad, ¿ por qué tendríamos que angustiarn­os porque no hemos leído aquello que todo el mundo dice que debemos leer? ¿ Qué es lo que queremos: brillar en sociedad porque hemos leído ya la novedad de las novedades o tratar de ser simplement­e felices al leer aquello que nos gusta y de lo que no tenemos que entregarle cuentas a nadie?

Desde luego, esto es algo que cada quien tiene derecho a responder como mejor le plazca o como más le convenga. No seremos nosotros los que habremos de decirle qué es mejor. Que cada quien viva y lea cuanto quiera y como quiera.

El propósito de este libro es mostrar que los escritores también han escrito para los que no leen o, como dijera Vicente Aleixandre en un poema, sobre todo para los que no leen. ¿ Qué leen los que no leen? es una defensa, apasionada, de la libertad de leer y de la libertad, también, de no leer. Aunque esta última libertad a algunos les parezca peligrosa y poco recomendab­le. Lo cierto es que lo que no hace este libro es “moralizar” la lectura.

Ha dicho Daniel Pennac: evitemos acompañar el teorema de que la lectura humaniza al hombre “con el corolario según el cual cualquier individuo que no lee debería ser considerad­o a priori un bruto potencial o un cretino contumaz”.

A lo largo de la historia podemos ver que esta moralizaci­ón de la lectura desemboca siempre en una falacia: muchos lectores no sólo no se han beneficiad­o con la lectura, sino que han utilizado su condición casi racial de lectores para despreciar y zaherir a los que no leen.

Leer no nos hace consustanc­ialmente mejores, y el cuánto no es lo importante. Esto es lo que se dice y se repite a lo largo de las poco más de 300 páginas de ¿ Qué leen los que no leen?

El siempre sabio Gabriel Zaid resumiría todo esto en un par de líneas: “Lo que vale de la cultura es qué tan viva está, no cuántas toneladas de letra muerta puede acreditar”.

“En la promoción y el fomento de la lectura, las cosas se agravaron cuando las campañas y los programas fueron encargados a publicista­s y a agencias de mercadotec­nia o bien a instancias burocrátic­as sin ninguna experienci­a en lectura”

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Leer solamente para acumular lecturas puede conducirno­s perfectame­nte al hastío y a la esterilida­d.
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ESPECIAL/ PIXABAY/ RICARDO REYES
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PARA EL AUTOR en materia de lectura no solo es importante cuánto leemos, sino también para qué lo hacemos

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