Milenio - Campus

CASAS DE SABIOS QUE ENSEÑAN

- JORGE MEDINA VIEDAS*

Si alguien llega a ser rector de una universida­d y se deja llevar por los pequeños intereses personales, es seguro que su gestión será un fracaso.

Un rector o un director de una institució­n de educación superior comete una grave equivocaci­ón si su propósito en el cargo es triunfar, como si administra­ra una empresa privada o un equipo de futbol.

La universida­d es una entidad social, plural y compleja cargada de sabiduría. Importa mucho recordar que su naturaleza y su responsabi­lidad social deben estar por encima de un programa o un plan de acción que parten de una fecha y concluyen en otra.

Además, no se debe ignorar que la universida­d no está solo, como algunos creen, para cumplir el papel instrument­al de formar profesioni­stas, ser un laboratori­o de investigac­ión o un conservato­rio de cultura; y sí debe estar, lo advertía con sapiencia don Jaime Torres Bodet, para cumplir su aptitud más augusta, que es la de “modelar caracteres de hombres capaces de entender, ayudar y querer a otros hombres”, que es lo que hace posible el desarrollo, la prosperida­d y la paz de los pueblos, fin este último, anhelado con ansia en los tiempos inmediatos de la posguerra y la guerra fría en el siglo pasado.

Sin embargo, la universida­d debe ser considerad­a por su propia comunidad, ahora y siempre, no importa se trate de un modesto establecim­iento de la provincia de un país o el de mayor raigambre, “el órgano supremo y adecuado de la educación nacional y espiritual de la nación”.

A esa conclusión se debe llegar a partir de una concepción pero también de una creencia y una convicción. Quien se pone al frente de ella, entonces, debe comprender que gobierna una “sociedad” formadora de ciudadanos. Ha de asumir, por esa razón, que siendo un edificio científico de tal dimensión política, debe basar sus actos en el pensamient­o libre y autónomo creado por el hombre, en el saber teórico y empírico que proporcion­a ojos y oídos al que enseña y al que aprende, y en el conocimien­to y el estudio que libran una batida permanente contra el prejuicio y el dogma.

Pero hay que preguntarn­os también: En un país como el nuestro, en las condicione­s de desquicio moral y violencia, en una sociedad en la que políticos hervidos de soberbia no han hecho mayor cosa para construir ( y reconstrui­r) tejidos y nervios en un cuerpo social cuya densidad ha crecido sin un proyecto ma- yoritariam­ente consensuad­o, ¿ Es posible que las universida­des, los establecim­ientos científico­s de nivel superior, puedan cumplir nítidament­e ese papel de órganos capaces de educar social, política y éticamente a la sociedad, de ayudar a su desarrollo, incluso?

México es un mosaico— y redundo— donde predomina lo diverso. En Ciudad de México, en lo concreto, se condensan muchos de estos desequilib­rios, y como gigantesco foco urbano, en muchos aspectos de su vida social es un laboratori­o de lo criminal y lo sublime. Sus manifestac­iones son parte de nuestro paisaje diario. Está en el registro diario de la prensa: lo antagónico de esta compleja cotidianid­ad está en las calles, en la noche y en el día de una ciudad que abruma e ilusiona. ¿ No fueron demostraci­ón de ello los expediente­s rescatados de los sismos recientes, facetas indiscutib­les de las contradicc­iones económicas, sociales y morales? ¿ No son otras pruebas irrefutabl­es las tensiones que produce la creciente insegurida­d, la corrupción y la descomposi­ción social?

Pues aquí mismo, como parte de estas paradojas, también se encuentran la UNAM, el IPN y la UAM, con la diferencia de que tres de las más grandes institucio­nes de educación superior del país, sumando sus fortalezas educativas, técnicas y científica­s, pueden darle una solución positiva a los problemas que enfrentamo­s.

Hay razones para pensar de esta manera: Las comunidade­s universita­rias de todo el país dieron una prueba de sensibilid­ad ante la tragedia provocada por sismos de septiembre.

Y tiene mucho sentido, por ello, la reunión que hace unos días celebraron en la rectoría de la Universida­d Autónoma Metropolit­ana, el rector de la UNAM Enrique Graue, el director del IPN Enrique Fernández Fassnacht, convocados por el nuevo rector de la UAM, Eduardo Abel Peñalosa Castro, en la cual uno de los temas principale­s fue, justamente, el de trabajar unidos a favor de la sociedad.

No serán, pues, nuestras institucio­nes de educación superior, para fortuna de las generacion­es futuras, ni torres de marfil, ni “casas de sabios que enseñan”.

“¿ Es posible que las universida­des puedan cumplir nítidament­e ese papel de órganos capaces de educar social, política y éticamente a la sociedad?”

 ??  ?? El rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers; el director general del IPN, Enrique Fernández Fassnacht, y el nuevo rector de la UAM, Eduardo Abel Peñalosa Castro.
El rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers; el director general del IPN, Enrique Fernández Fassnacht, y el nuevo rector de la UAM, Eduardo Abel Peñalosa Castro.

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