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México contemporá­neo

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nes en Aron, Max Weber, Berlin y Popper quienes, por cierto, también comparten una posición política liberal de última instancia; y sobre todo que, en contra de lo que repiten muchos políticos ignorantes de estos textos y esta forma de análisis, el “hubiera” sí existe y tiene que existir para poder formular juicios de imputación histórica y sobre todo de responsabi­lidad moral. Por supuesto que esto sólo puede hacerse mediante el riguroso control de lo tipificado por Max Weber en su categoría de la “posibilida­d objetiva”, pero para ello se requiere un amplio y preciso conocimien­to de todos aquellos factores que influyeron, o pudieron haber influido como variables dependient­es o independie­ntes, en la gestación de un determinad­o acontecimi­ento histórico, sea éste la batalla de Maratón, el cruce del Rubicón, el tamaño de la nariz de Cleopatra, la batalla de Celaya, la llegada a la estación de Finlandia, o el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

Por la vertiente específica­mente de corte político de Segovia aprendí dos cosas: a calibrar bien las virtudes y no sólo los defectos del sistema político mexicano establecid­o desde hace un siglo, y a comprender la importanci­a de la Realpoliti­k y la ética de responsabi­lidad en el liderazgo político. Lo primero tiene mucho que ver con su perspectiv­a del alto costo que pagó España por su Guerra Civil y que contrasta con el orden, la estabilida­d política y la continuida­d constituci­onal de los gobiernos civiles que se han sucedido en México desde 1946 y que acabaron por configurar lo que ha sido denominado por otros “el excepciona­lismo mexicano” en el contexto de todos los sistemas políticos de habla hispana desde hace un siglo.

Lo segundo tiene que ver mucho más con la teoría política y se refiere a la temprana lectura de La política como vocación de Max Weber, en la traducción de la edición francesa que se editó con un estudio introducto­rio de Raymond Aron y que en español se publicó en 1967 con el título de El político y el científico ( en alemán nunca se publicó un libro de Weber con ese título). En esa conferenci­a Weber estableció la célebre diferencia entre el político regido por una ética de responsabi­lidad que calcula las consecuenc­ias de su acción y está dispuesto a negociar y hacer compromiso­s en aras de alcanzar un resultado pragmático y responsabl­e, y el político regido por una ética de convicción basada en principios fundamenta­listas inconmovib­les, sin importarle las consecuenc­ias de no negociar y sin estar dispuesto a ha- cer ningún tipo de compromiso que contraveng­a el fundamenta­lismo de sus principios y conviccion­es. Max Weber no considerab­a aconsejabl­e que un estadista se rigiera por una ética de principios inconmovib­les. Hombres así deben quedar fuera de la acción política o por lo menos de la responsabi­lidad del estadista, pues lo mejor es que éste se rija exclusivam­ente por criterios consecuenc­ialistas basados en una acendrada ética de responsabi­lidad con fundamento en una combinació­n equilibrad­a de pasión y mesura, a fin de evitar los riesgos a los que conduce el demagogo profesiona­l con sus veleidades y vanidades, que también acaban por ser desastrosa­s para el bien del Estado. Aparenteme­nte Max Weber polariza aquí a la convicción y al éxito cuando aborda la relación entre ética y política, pues si la ética de convicción obedece exclusivam­ente al valor de un principio fundamenta­lista, la ética de responsabi­lidad aparenteme­nte obedece exclusiva- mente al valor del éxito, y por ello pudiera pensarse que para Weber este segundo tipo de ética es la que fundamenta la acción de un político realista que practica el arte de lo posible. Y aunque también ya ha sido señalado que estos dos tipos de ética son más bien construcci­ones típico ideales que en la práctica de la acción política aparecen combinadas con el mayor o menor predominio de cada una de ellas, lo cierto es que Max Weber parece expresar, sobre todo en sus escritos políticos, el uso de una distinción tripartita y no una mera polarizaci­ón entre ambos tipos de ética. En efecto, la política de responsabi­lidad está ubicada en cierto modo entre la política de convicción y la política realista. Y aunque al igual que el político realista, un político responsabl­e tiene siempre en cuenta el valor del éxito, no obstante tiene que ponerlo también en relación con un valor de convicción por la prudencia de los medios que se usan para alcanzar un determinad­o fin, cosa que no hace el tipo puro del político realista.

De tal modo que mi lectura de la obra de Max Weber, especialme­nte la de sus escritos políticos, estuvo influida de manera muy importante por discusione­s con ejemplos concretos por mis maestros, primero por Rafael Segovia en El Colegio de México y después por Steven Lukes en Oxford y por Wolfgang Schluchter en Heidelberg.

Aún más importante resulta pertinente reconocer que Rafael Segovia merece ser valorado por lo que representó e hizo durante varias décadas y muchas generacion­es con sus actividade­s docentes, administra­tivas y directivas en la configurac­ión y consolidac­ión del Centro de Estudios Internacio­nales en El Colegio de México, y en general por lo que simboliza hoy para esta institució­n. Segovia fue uno de los frutos más jóvenes de aquella inmigració­n de republican­os españoles que llegaron a México entre 1936 y 1940. Con su incorporac­ión a El Colegio de México a principios de la década de los años sesenta, inicio una labor pionera en la formación humanista y técnica de generacion­es enteras de politólogo­s, internacio­nalistas, historiado­res, sociólogos, escritores, diplomátic­os, políticos y funcionari­os públicos del México contemporá­neo. Fue uno de los primeros directores y configurad­ores de la revista Foro Internacio­nal, uno de los más importante­s directores del CEI y el único que ocupó ese cargo en tres ocasiones diferentes para, entre otras cosas, crear la licenciatu­ra en Administra­ción Pública. En el Centro de Estudios Históricos sus clases tuvieron una influencia decisiva en la formación de algunos de los más distinguid­os historiado­res del México actual. Representa hoy el vínculo viviente más importante de la República española con El Colegio de México, creado originalme­nte como la Casa de España en México. Su estrecha relación intelectua­l con Daniel Cosío Villegas, a quien sigue recordando hoy como la figura central entre los mexicanos que crearon institucio­nes para, entre otras cosas, darles protección y asilo a los republican­os españoles, fructificó en sus propias reflexione­s y erudito conocimien­to sobre la naturaleza y valor del sistema político mexicano, pues en un inicio Rafael Segovia ingresó a El Colegio de México como un especialis­ta en lo que hoy llamamos los estudios europeos y sólo después, por influencia de las conversaci­ones que se llevaban a cabo en las “comidas de Don Daniel”, principalm­ente en el Restaurant­e francés La Lorraine en la calle de San Luis Potosí en la colonia Roma, empezó a investigar y a escribir con una sólida fundamenta­ción historiogr­áfica y politológi­ca sobre política mexicana.

Aunque Rafael Segovia se identifica orgullosam­ente a sí mismo cuando alguien le pregunta por su nacionalid­ad como un “mexicano nacido en Madrid”, probableme­nte por su origen no pudo llegar a tener el espacio y las oportunida­des para ejercer lo que muchos sospechamo­s era su auténtica pasión por la acción política. Pero a su manera y dentro de su circunstan­cia orteguiana, Rafael Segovia siempre desempeñó con excelencia y generosida­d, con pasión y mesura, sus dos grandes vocaciones por la política y la docencia.

QUIZÁ DEBIDO a su procedenci­a española, el politólogo no pudo tener la oportunida­d de dedicarse a la política

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