Milenio - Campus

El futuro del archivo y la Biblioteca de Octavio Paz

- Javier Aranda Luna

¿ El Colegio Nacional es el mejor lugar para albergar la biblioteca de Octavio Paz?

La revista Proceso dio cuenta de que solo tres personas tuvieron acceso a la que fuera la biblioteca personal de Octavio Paz después del incendio de su departamen­to de Guadalquiv­ir y Reforma ocurrido la madrugada del 22 de diciembre de 1996.

El primer balance del desastre tuvo lugar en el Hotel Camino Real de Masaryk los primeros días de 1997 donde se mudaron el poeta y su mujer. Ocupaban una habitación en el primer piso que daba a un pequeño jardín.

El panorama era realmente desolador: el poeta en un sillón junto a una mesita con libros, documentos y una fuente de dos pisos que en lugar de frutas albergaba medicinas.

Pero ni Marie José ni él perdían el ánimo. Al contrario, les emocionaba­n los libros sobrevivie­ntes. La rutina en esos días era sencilla: de las cajas de libros quemados Marie Jo con guantes de cirujano tomaba un volumen, le pasaba franela y me lo entregaba.

Mi trabajo consistía en abrir el libro, leer título y autor y depositarl­o en otra caja limpia. Octavio Paz tomaba nota para hacer un inventario. “Él solo sabe escribir” me decía Marie Jo a manera de broma.

Solo he conocido a dos escritores que conocieran tan bien su biblioteca como Octavio Paz conoció la suya: José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis.

Recordaba cada uno de sus libros, sus años de edición y las dedicatori­as que decía mientras yo, con creciente asombro, las leía en silencio en las primeras páginas de los volúmenes.

No solo eran sus libros los que componían su biblioteca. Allí se encontraba­n también los de su abuelo, el legendario periodista liberal que combatió a Porfirio Díaz, Ireneo Paz y los que fueran de su tía Amalia. La mujer somnilocua quien lo “enseñó a mirar con los ojos cerrados”.

Decenas de libros devoró el incendio pero sobrevivie­ron otros, los que permanecía­n en la habitación que era su estudio. Los documentos de su archivo que allí permanecía­n también se salvaron.

Si el libro Azul de Rubén Darío en su edición de 1890 que pertenecía a su tía Amelia se había perdido y también la edición de 1888 que había pertenecid­o a su abuelo corrió igual suerte, había sobrevivid­o un volumen de Sor Juana con sus duras pastas de pergamino: Poemas publicado en 1692, y que era el Segundo Tomo de la primera edición.

También sobrevivió La mayor virtud de un Rey, de Lope de Vega del remoto año de 1788. Encontrars­e con esos libros en medio de las cenizas y medio comidos por el fuego fue emocionate. Finalmente esos libros fueron restaurado­s por la Biblioteca Nacional.

— Es buena idea que los restauren pero yo no puedo pagar nada, me había dicho el poeta cuando le propuse hablar a la Biblioteca Nacional para pedirles apoyo.

— Tanto ha hecho por la cultura que dudo que le cobren. Sería un escándalo.

Un día después con la autorizaci­ón de Paz busqué al Dr. José G. Moreno de Alba, entonces director de la Biblioteca Nacional de México para plantearle el asunto. Accedió de inmediato. Naturalmen­te no le cobraron nada. Los registros de esa restauraci­ón deben encontrars­e en los archivos de la Biblioteca Nacional. Les enviamos 27 volúmenes el 15 de enero. Después unos seteciento­s en varias cajas. De ese conjunto no todos pudieron rescatarse. Solo lograron sobrevivir unos cuatrocien­tos.

Hoy el futuro del legado de Octavio Paz es incierto pues su viuda Marie José, al morir hace unos días, al parecer no dejó testamento.

Declarar al archivo del poeta Patrimonio Artístico como certeramen­te ha planteado la Secretaria de Cultura María Cristina García Cepeda evitará que salga del país. Era indispensa­ble esa medida pues el archivo de las revistas Plural y Vuelta que también eran del escri- tor terminaron en la Universida­d de Princeton después de la muerte del poeta y sin autorizaci­ón de la viuda.

Es importante que los documentos de Octavio Paz terminen en un lugar adecuado y la Biblioteca Nacional me parece el mejor sitio. Allí cuentan con especialis­tas, instalacio­nes, protocolos de seguridad y consulta certificad­os internacio­nalmente. No es casual que allí Octavio Paz haya decidido enviar para su restauraci­ón parte de su biblioteca afec- tada por el fuego.

Solo en la Biblioteca Nacional, me parece, se garantizar­ía la conservaci­ón de esa memoria documental de uno de los principale­s escritores de nuestro país.

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EL ESCRITORre­cordaba cada uno de sus libros, años de edición y dedicatori­as como pocos

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