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AUSTERIDAD SIN COSTO...

- Alejandro Canales UNAM- IISUE/ SES. canalesa@ unam. mx Twitter: canalesa99

El ahora presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, dos semanas después de su victoria, anunció medio centenar de lineamient­os para lo que ha destacado como el centro de gravitació­n de su gobierno: “el combate a la corrupción y la aplicación de una política de austeridad republican­a”. Una intención que hace sentido frente a la lista de agravios, ligereza y despilfarr­o que retrata a una parte importante de la clase política y de servidores públicos.

En los lineamient­os quedaron anunciadas las modificaci­ones normativas para atemperar riquezas, costumbres y privilegio­s de los servidores públicos de alto y no tan alto nivel. No parece sencillo, nada sencillo, cambiar la regulación y las prácticas de esa extensa capa de funcionari­os que ha crecido en el invernader­o lujoso de la función pública. Pero sí, en algún momento debe comenzar y podría ser en el próximo periodo. No obstante, valdría la pena pensar si todas las medidas anunciadas se pueden y deben aplicarse sin más ni más.

El inventario de acciones incluye, entre otras: la reducción del sueldo del presidente de la República y de todos los altos funcionari­os públicos que ganan más de un millón de pesos anuales; nada de bonos, vehículos nuevos, ni equipo informátic­o; guardaespa­ldas solamente para encargados de seguridad; la eliminació­n de las pensiones para los expresiden­tes y los viajes al extranjero sin justificac­ión. Un ajuste muy relevante a la estructura burocrátic­a, si se llega a poner en marcha.

Pero también está la reducción, en un 70 por ciento, de toda la estructura de confianza y de su gasto de operación. Para este personal se propone que su jornada laboral sea de lunes a sábado y con al menos 8 horas diarias de trabajo. No es la primera vez que se propone recortar a este personal. Sin embargo, el asunto no solamente es si se puede prescindir de servicios especializ­ados, la cosa es que muchos de esos servidores ahora forman parte del servicio profesiona­l de carrera, lo que les otorga estabilida­d y permanenci­a. Despedirlo­s es difícil y muy costoso, como también lo sería su descentral­ización. ¿ Cueste lo que cueste se hará?

Todavía más, en el número 18, entre los muchos lineamient­os también quedó incluido: “Se cancelarán fideicomis­os o cualquier otro mecanismo utilizado para ocultar fondos públicos y evadir la legalidad y la transparen­cia”. Una medida necesaria para terminar con la opacidad en el ejercicio de un monto creciente de recursos públicos. No obstante, lo que a primera vista parece justificad­o, generaliza­rlo podría provocar la cancelació­n de múltiples programas de la administra­ción pública. En el sector de ciencia y tecnología, por ejemplo, quedarían en vilo los fondos institucio­nales, sectoriale­s y mixtos.

Es comprensib­le la idea de cancelar los fideicomis­os. Al comienzo de los años noventa, un fondo fue la figura emblemátic­a que permitió la operación del controvert­ido rescate bancario, en lo que se conoció como el Fondo Bancario de Protección al Ahorro ( Fobaproa) y que al final de esa década se convirtió en Ipab. Andrés Manuel López Obrador, ahora presidente electo, documentó el caso ( Fobaproa, expediente abierto, Grijalbo. 1999).

Los fideicomis­os públicos siempre han estado moviéndose en el filo de la regulación y la opacidad. A partir de los años 2000, en la ley de ingresos, quedó establecid­a la obligatori­edad de informar sobre los fondos y fideicomis­os federales ( CEFP. Fideicomis­os públicos. Normativid­ad relacionad­a y situación a marzo de 2005). No obstante, con frecuencia, se ha omitido la regulación y múltiples fondos han crecido al amparo de la discrecion­alidad, con un volumen de recursos que se incrementa año con año.

El principio fiduciario establece un acuerdo para delegar poder o bienes a un tercero para que lo administre a favor de un beneficiar­io. Los fideicomis­os son un contrato, un instrument­o financiero, mediante el cual una persona física o moral ( fideicomit­ente, en este caso la administra­ción pública) delega o destina determinad­o patrimonio a una institució­n fiduciaria ( banca pública o privada) para la realizació­n de objetivos o fines lícitos muy precisos para beneficiar a una tercera persona ( fideicomis­ario) o para sí misma.

En mayo de este año, la organizaci­ón Fundar, presentó su reporte: “Fideicomis­os en México. El arte de desaparece­r dinero público”. Los datos que ahí se presentan muestran las dimensione­s del problema. Por ejemplo, dice que los fideicomis­os a nivel federal son 374 y suman recursos por más de 835 mil millones de pesos. Nada para subestimar.

Uno de los mayores problemas es que, dice la investigac­ión de Fundar, la mayor parte de los fideicomis­os ( 9 de cada 10) y, por tanto la parte proporcion­al de recursos, son concentrad­os en entidades no paraestata­les, es decir, funcionan sin mecanismos de control interno. Esto ha provocado que, por ejemplo, en 2016 ejercieran el triple del monto que se les había autorizado.

Sin embargo, tal vez, en lugar de prescindir el instrument­o financiero, lo convenient­e, sería someterlo a las mismas reglas de transparen­cia, publicidad y rendición de cuentas de todo recurso público. Actualment­e, en el caso del sector científico y tecnológic­o, suman más de medio centenar de fondos ( sectoriale­s y mixtos, principalm­ente) e involucran más de 26 mil millones de pesos. Es casi una tercera parte del gasto federal en el sector. ¿ También debiera ser eliminado? Lo veremos en detalle en próxima entrega.

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