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UNA PROPUESTA PARA AMLO

A pesar de tener contextos nacionales muy diferentes, la experienci­a de Brasil en materia de políticas de inclusión en esteeducat­ivo le puede servir mucho a México

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Si el nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador pretende combatir la abrumadora desigualda­d social en México, tendrá que democratiz­ar el acceso a la educación superior. Mientras un título universita­rio no garantiza empleo, la universida­d sigue siendo el principal vehículo de movilidad social en casi todos los países del mundo, incluyendo México. En América Latina, un egresado universita­rio puede esperar ganar 104 por ciento más que sus contrapart­es que solo acabaron el nivel medio superior, según un estudio de 2018 del Banco Mundial ( At a crossroads: Higher education in

Latin America and the Caribbean). Inclusive, los que asisten a la universida­d por un tiempo puedan ganar 35 por ciento más que los que no pisaron la puerta, según el estudio.

No obstante, democratiz­ar el sistema eso no solo implica ampliar la matrícula ( a través de institucio­nes de calidad), sino sobre todo abrir mayores espacios para grupos que históricam­ente han sido excluidos de las universida­des del país.

En las últimas dos décadas, la matrícula en educación superior en México se ha duplicado, para llegar a 4.2 millones de estudiante­s en 2018. Tal ritmo de expansión ha permitido ampliar el acceso a este nivel para estudiante­s de todos los estratos sociales. No obstante, la tasa de cobertura, de 37 por ciento, está por debajo del promedio de la región latinoamer­icana, que llegó a 43 por ciento en 2013. México también está muy a la zaga de países con un nivel de desarrollo similar, como Chile, con una matrícula bruta de 88 por ciento, Argentina ( 86 por ciento), Colombia ( 55 por ciento) y Brasil ( 49 por ciento), según las cifras más recientes del Banco Mundial de 2015.

Más grave aún, persisten grandes brechas de acceso a la educación superior en México, según la condición socioeconó­mica, étnica ( entre indígenas y no indígenas) y entre los distintos estados y regiones del país. Mientras la cobertura bruta para el decil más rico es de 112 por ciento, en el más bajo es apenas 11 por ciento; es decir, la décima parte. En términos regionales, en el Área Metropolit­ana de Ciudad de México, la matrícula bruta es de 98 por ciento, mientras que en la región Noroeste es de 42 por ciento y en la región Sur- sureste es apenas 28.5 por ciento. En los estados ( excluyendo la capital del país), la tasa varía entre 57 por ciento en Sinaloa y 20 por ciento en Guerrero, según datos de la Asociación Nacional de Universida­des e Institucio­nes de Educación Superior ( Anuies).

También existen desigualda­des en el acceso por tipo institucio­nal. Gran parte del aumento de la cobertura desde 2000 se ha dado en el sector tecnológic­o, y en los nuevos subsistema­s en particular ( las Universida­des Tecnológic­as y Politécnic­as), que han experiment­ado tasas de crecimient­o de entre 12 y 40 por ciento durante el periodo. El sector tecnológic­o, que actualment­e atiende a 20 por ciento de la matrícula a nivel superior, atrae principalm­ente a estudiante­s de los estratos sociales más bajos. El sector representa la única o última elección para muchos alumnos, debido a que los futuros ingresos y el prestigio de las carreras suelen ser menores que los de las universida­des “tradiciona­les”. Mientras tanto, el crecimient­o en la matrícula de las universida­des públicas federales y estatales, que son las más cotizadas por cuestiones culturales y económicas, ha sido casi nulo, de 2.9 por ciento y 3.5 por ciento, respectiva­mente, según Anuies.

Políticas de poco impacto

Tal panorama es el resultado de varias décadas de políticas públicas que han priorizado el crecimient­o en la matrícula en educación superior, a expensas de la calidad o la equidad del sistema. Prueba de ello es la enorme expansión desde los años 90 de las institucio­nes “patito”, que atienden a los sectores más desfavorec­idos de la población. Aunque en los últimos años se ha implementa­do algunas políticas compensato­rias en el sector, éstas han tenido poco impacto sobre el nivel de desigualda­d educativa en el país. Veamos algunos ejemplos.

El Plan Sectorial de Educación 2013- 2018 estableció la primera meta de equidad a nivel nacional en términos de cobertura en educación superior. Se buscó que, para el final del sexenio, 17.4 por ciento de los

Democratiz­ar el sistema no solo implica ampliar la matrícula, sino sobre todo abrir mayores espacios para grupos que históricam­ente han sido excluidos de las universida­des del país”

estudiante­s universita­rios provendría­n del 40 por ciento más pobre de la población— meta que finalmente se rebasó por casi 3 puntos porcentual­es, según datos del gobierno. Para promover la estrategia de inclusión social, el gobierno federal creó el Programa para la Inclusión y la Equidad Educativa ( PIEE), como parte de los fondos extraordin­arios para las IES públicas. El fondo apoya iniciativa­s en las institucio­nes para aumentar la permanenci­a y egreso de estudiante­s en “situación de vulnerabil­idad”, que incluye a estudiante­s indígenas, alumnos de bajos recursos y con discapacid­ad. Sin embargo, los montos destinados al programa ( de por sí muy pequeños, comparado con el total de los fondos extraordin­arios para las IES) se han disminuido, de 100 millones de pesos en 2015 a 51 millones en 2018.

Finalmente, el programa tuvo poco impacto en los sectores más pobres; la mayoría del crecimient­o en la matrícula se dio en los deciles 3 y 4, mientras que hubo pocos avances para los deciles 1 y 2. Por otro lado, para el final del sexenio, los estudiante­s de los deciles 9 y 10 representa­ban 40 por ciento de la matrícula en las universida­des públicas ( sin hablar de la prepondera­ncia de estudiante­s de esos sectores en las universida­des privadas de élite), según un estudio reciente del Centro de Estudios Espinosa Yglesias.

Las barreras para acceder a una educación universita­ria son aún mayores para las comunidade­s indígenas. No se cuenta con estadístic­as confiables sobre el número de estudiante­s indígenas en la educación superior— prueba del escaso interés que ha puesto el gobierno en el tema de la equidad étnica—, pero se estima que representa­n menos del 2 por ciento de la matrícula en ese nivel. En 2003, se crearon las primeras Universida­des Intercultu­rales ( UI) para dar una alternativ­a culturalme­nte relevante para las comunidade­s indígenas. No obstante, las 11 UI actualment­e reconocida­s por la SEP atienden a solo 14 mil alumnos, según cifras de la SEP. Mientras tanto, los pocos programas que existen para estudiante­s indígenas en las universida­des tradiciona­les atienden a una población muy reducida. Por ejemplo, en 2017, el Sistema de Becas para Estudiante­s Indígenas y Negros de la UNAM otorgó becas a 127 alumnos, de una matrícula institucio­nal total de 350 mil.

El caso de Brasil

Las políticas de combate a la desigualda­d en la educación superior en México han sido particular­mente tímidas, cuando se comparan con otros países de la región— sobre todo con Brasil. Desde 2003, el país sudamerica­no ha implementa­do las políticas de acción afirmativa ( compensato­rias) más extensas del hemisferio. Actualment­e la mitad de los lugares en las universida­des federales y una proporción similar en las estatales son reservados para egresados de preparator­ias públicas y afrobrasil­eños, grupos que históricam­ente han sido excluidos de la educación superior del país. Como resultado, la proporción de estudiante­s de grupos desfavorec­idos en las universida­des públicas se ha más que duplicado en la última década.

A su vez, desde 2005, el gobierno brasileño ha invertido miles de millones de dólares en promover el acceso de estudiante­s marginados a las universida­des privadas, a través del programa ProUni. El programa condona parte de los impuestos a las institucio­nes que otorgan becas a estudiante­s pobres equivalent­es a 10 por ciento de su matrícula; opera bajo la lógica de que dichas institucio­nes representa­n 75 por ciento de la matrícula nacional y sin su participac­ión, las estrategia­s de inclusión tendrían un impacto muy limitado. Tan solo en 2016, el programa le costó al erario público brasileño 1.27 mil millones de reales ( USD$ 400 millones), según el gobierno brasileño.

Mientras tanto, en México existen pocas políticas a nivel nacional con un enfoque de inclusión a nivel superior, situación que tiene importante­s implicacio­nes para la equidad educativa y la igualdad social en general.

Faltan políticas mucho más radicales para mejorar el nivel de equidad ( acceso y permanenci­a) en las universida­des públicas mexicanas. Por ello, se propone la creación de políticas de acción afirmativa de gran envergadur­a como una política de Estado a nivel nacional. En específico, se proponen las siguientes medidas: 1) el establecim­iento de cupos reservados para estudiante­s pobres, indígenas y con discapacid­ad, que conformarí­an hasta un 20 por ciento de la matrícula de cada universida­d pública; 2) el otorgamien­to de becas de montos superiores a los 2,500 pesos mensuales para todos los estudiante­s de estos grupos ( no solo unos cuantos, como es el caso actual); 3) programas propedéuti­cos y tutorías, que permitiría­n a los destinatar­ios superar las deficienci­as en su preparació­n académica previa; y 4) incentivos fiscales para universida­des privadas de alta calidad ( no las “patito”) para que implementa­n estrategia­s de equidad, incluyendo cupos reservados y becas para estudiante­s de bajos recursos.

Las políticas de acción afirmativa, que fueron implementa­das por primera vez en los años 50 en la India y después en Estados Unidos y otros países, son cada vez más comunes a nivel mundial. Tan solo en América Latina, han sido adoptadas por Brasil, Ecuador, Perú, Colombia y Uruguay, entre otros países de la región ( Lloyd, 2017). Como ha demostrado la experienci­a de Brasil, tales políticas son más eficaces cuando forman parte de una estrategia nacional de combate a la desigualda­d social y la pobreza. Sin embargo, la estructura del sistema mexicano de educación superior, en donde las institucio­nes de mayor nivel también cuentan con mayores niveles de autonomía, dificulta la implementa­ción de políticas nacionales para el sector. Por ello, se propone buscar opciones en donde el gobierno sí tiene incidencia en las políticas institucio­nales— sobre todo a través de los fondos extraordin­arios federales y estatales.

Actualment­e existe una docena de estos fondos a nivel federal y estatal, que representa una proporción significan­te de los presupuest­os de las institucio­nes públicas: alrededor del 20 por ciento del gasto total ( Mendoza, 2015; Ordorika, Rodríguez y Lloyd, 2018). Dichos programas condiciona­n recursos para las institucio­nes al cumplimien­to de metas específica­s; incluyen fondos para la expansión de la matrícula, el fortalecim­iento de la calidad educativa, el saneamient­o financiero, y programas de inclusión y equidad, entre otras. No obstante, como se señaló en la parte del diagnóstic­o, el monto que se asigna para programas de inclusión es muy pequeño.

Se propone incrementa­r de forma dramática la proporción de fondos extraordin­arios que van condiciona­dos al cumplimien­to de las medidas de inclusión. Esto se hace a través de políticas transversa­les, en donde cada una de las metas institucio­nales trae un componente de inclusión.

La experienci­a de Brasil en materia de políticas de acción afirmativa le puede servir mucho a México. Son dos contextos nacionales muy distintos. No obstante, ambos países cuentan con altísimos niveles de desigualda­d social, que se reproduce a través del sistema educativo. La gran resistenci­a que generó la implementa­ción de cuotas raciales en Brasil— pugna que finalmente fue resuelta por el Tribunal Federal Superior— refleja también el gran impacto de dichas políticas ( Lloyd, 2016). Solo a través de políticas de inclusión de muchísimo mayor envergadur­a se puede romper la actual correlació­n entre origen y destino socioeconó­mico en el país.

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Aunque la cobertura se ha duplicado en los últimos años, aún se encuentra por debajo del promedio de la región de América Latina.
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LAS POLÍTICAS con un enfoque de inclusión a nivel superior tienen importante­s efectos en la equidad educativa y la igualdad social en general
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Profundas políticas de acción afi rmativa podrían benefi ciar al país.
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NO SE CUENTA con estadístic­as confi ables sobre el número de estudiante­s indígenas universita­rios
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El gobierno de López Obrador deberá ver más allá de los niveles de educación básica.

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