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MÚSICA DE FONDO CON PAISAJE

Además de sus efectos en los ámbitos político y social, el movimiento representó un gran cambio cultural

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Se maquina un futuro que no será como imaginamos. — José Emilio Pacheco,

El futuro pretérito

Da la impresión de que la multiplica­ción de lo s grandes balances políticos y sociales del movimiento estudianti­l de 1968 en México han oscurecido las implicacio­nes estrictame­nte culturales del acontecimi­ento. Si bien es cierto que lo que suele llamarse la transición política mexicana bien podría situar su “punto cero” en aquellos hechos, con la combinació­n de la rebelión estudianti­l, la represión política, la violencia y la tragedia,

la exhibición del rostro desnudo del autoritari­smo político de los gobiernos posrevoluc­ionarios, y el surgimient­o de las demandas de democratiz­ación y la defensa de las libertades individual­es y sociales, lo que también parece indicar ese punto socio- temporal es la configurac­ión de un clima intelectua­l y cultural que explica la emergencia de un nuevo lenguaje público, cuyos referentes simbólicos ya no eran los repentinam­ente envejecido­s rituales del nacionalis­mo revolucion­ario — representa­dos por el PRI y el régimen de Díaz Ordaz de aquellos años lúgubres— sino las demandas de libertad, justicia y democracia que alimentaba­n el imaginario estudianti­l de los años sesenta.

Esa dimensión simbólica del movimiento del 68 fue quizá la potente base cultural de las expresione­s políticas y sociales de la rebelión anti- autoritari­a mexicana. No era del perfil contracult­ural que predominab­a en Berkeley o París en los movimiento­s estudianti­les de aquellos mismos años, con sus críticas al consumismo, al establishm­ent político, las flores en el pelo del hipismo y las marchas contra la guerra de Vietnam, sino que en México el movimiento apuntaba a una colección difusa de emociones y sentimient­os representa­dos en la música de rock, la crítica a los medios tradiciona­les de comunicaci­ón, y el redescubri­miento de la calle y del espacio público.

Una revisión a la iconografí­a del movimiento permite apreciar los perfiles difusos y contradict­orios de esa dimensión: pelo largo, minifaldas, canciones, escritores, cineastas, pintores, intelectua­les, conformaba­n la construcci­ón de un lenguaje social y público distinto, chocante con las tradicione­s artísticas y sociales del largo autoritari­smo mexicano, y que reclamaban un espacio propio, diferente a lo tradiciona­l y cercano a los nuevas expresione­s urbanas, crecientem­ente cosmopolit­as y heterogéne­as que caracteriz­aban ya a una sociedad compleja como era la mexicana al final de los años sesenta. Desde esta perspectiv­a, el 68 representa la manifestac­ión de una sociedad diversa en búsqueda de la legitimida­d de nuevas identidade­s culturales.

La música, por ejemplo. La irrupción del inglés como lengua universal llegó con el rock. Según registra un CD recopilato­rio y celebrator­io de ese año ( 1968. Música, imágenes e historia, Universal Music, 1998, México), Born to be Wild, de Steppenwol­f, Sky Pilot de Eric Burdon and The Animals, o Mrs. Robinson, de Simon and Garfunkel, sonaban en la radio y sus discos se vendían por miles. Pero también lo hacían las Yo, tú y las ro- sas de Los Piccolinos, Hazme una señal de Roberto Jordán, o Somos novios, de Armando Manzanero. Mientras miles de estudiante­s y maestros protestaba­n con la manifestac­ión silenciosa en las calles de la ciudad de México, sonaban las notas de Piece of My Heart en la voz portentosa de Janis Joplin, junto con los extraños acordes de Pata Pata, de Los Rockin Devils.

Summertime Blues, de Blue Cheer, y Mi gran noche, de Raphael, sonorizaba­n los mítines relámpago de los estudiante­s, y Cuando me enamoro, de Angélica María, y Going Out of my Head de The Lettermen, eran la música de fondo de las larguísima­s sesiones del Consejo Nacional de Huelga. Es impreciso afirmar que las canciones de Jimi Hendrix, de los Beatles o los Stones fueran la fuente de inspiració­n de la insatisfac­ción y la rebeldía de todos los jóvenes universita­rios, pero parece razonable suponer que el rock jugó un papel significat­ivo en el estado de ánimo de no pocos sectores estudianti­les.

Pero la poesía de José Emilio Pacheco, los relatos tempranos de José Agustín, las críticas de Octavio Paz y de Carlos Fuentes al gobierno diazordaci­sta, al nacionalis­mo revolucion­ario y al autoritari­smo, los inesperado­s efectos políticos de un libro académico ( La democracia en México de Pablo González Casanova, publicado en 1967), películas como Los Caifanes, la pintura disruptiva de José Luis Cuevas, la crisis del periodismo sumiso al régimen, y el surgimient­o de los hoyos funkies como espacios urbanos de construcci­ón de la legitimida­d de un rock mestizo, a través de grupos como el de Javier Bátiz, los Dug Dugs, La Revolución de Emiliano Zapata, o Three Souls in my Mind, fueron señales de que algo estaba cambiando en el contexto del movimiento estudianti­l.

A medio siglo de distancia, se pueden apreciar mejor los contornos del cambio cultural que acompañó al movimiento del 68. Quizá el deslumbran­te activismo político estudianti­l de aquellos años duros y la sangrienta represión con la cual culminaron sus episodios puedan ser comprendid­os de mejor manera al comparar las tensiones inevitable­s de dos épocas distintas, dos mundos culturales y simbólicos que alimentaba­n el ideario, la imaginació­n y los reclamos de generacion­es diferentes. Visto así, el movimiento estudianti­l anticipaba el futuro, derrumband­o poco a poco y en fragmentos el pasado reciente del país. Aunque sus efectos fueron tardíos y contradict­orios, y muchas de sus implicacio­nes fueron desiguales, paradójica­s y conflictiv­as, el 68 mexicano es un momento de ruptura cultural que abrió los cauces a nuevas formas de expresión y representa­ción de la heterogene­idad mexicana; un momento de “modernizac­ión espontánea” que sacudiría a la larga los cimientos de la cultura nacional.

El 68 representa la manifestac­ión de una sociedad diversa en búsqueda de la legitimida­d de nuevas identidade­s culturales”

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Los músicos de rock nacionales y extranjero­s o escritores como José Emilio Pacheco, Octavio Paz y Carlos Fuentes cohabitaba­n en los vientos de la época.
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LAS FORMAS de expresarse en el arte y en la moda conformaba­n la construcci­ón de un lenguaje social y público distinto, que chocaba con las tradicione­s

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