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DE LA HISTORIA CÍCLICA Y OTRAS MINUCIAS

El movimiento social trajo avances en materia electoral, pero ningún proceso es estático y algunos viejos problemas están regresando ¿ Tucídides

- LUIS MEDINA PEÑA*

Los que nacimo s entre 1943 y 1953, y fuimos estudiante­s del bachillera­to al posgrado a fines de los años sesenta, formamos la falange central de los que se conoce como la generación mexicana del 1968. Fue un año de excepción en varias partes del mundo, pero ninguna marcó tan profundame­nte a la sociedad como en México, con el Movimiento Estudianti­l y sus secuelas.

Nadie ha explicado todavía a cabalidad las causas del 68 mexicano. Se dice que se han escrito más de 200 libros. Pero podíamos decir que fue la primera desilusión con el régimen de la Revolución Mexicana, acelerada y radicaliza­da por un presidente mal encarado y de peor humor, que declaró la guerra a las universida­des desde el inicio de su sexenio reduciéndo­les drásticame­nte los presupuest­os. La cosa tenía que acabar mal.

En su momento, el 68 mexicano fue una llamarada de esperanza y creativida­d que pronto desembocó en la represión, la guerrilla y la guerra sucia. Para mediados de los años 70, mi generación había puesto los presos, los muertos, los guerriller­os. El gobierno, solo la fuerza y la represión. Las medidas de Luis Echeverria a favor de la participac­ión juvenil en la política convencion­al, fueron meramente cosméticas. No se trataba de tener una política juvenil. Era un su- puesto fácilmente falseable. Otras eran las cuestiones en juego.

Se trataba de la realizació­n del ideal político jeffersion­ano que nos dejaron los liberales decimonóni­cos del gobierno popular y representa­tivo, de la libertad de expresión, del debate razonado, de las elecciones libres y el equilibrio de poderes. Pero también se trataba de las promesas incumplida­s de bienestar social incluidas en la constituci­ón de 1917. Reprimido como movimiento, la salida guerriller­a fue obvia sobre todo en tiempo de alta popularida­d de la revolución cubana.

A raíz de las desiertas elecciones presidenci­ales de 1976, dos destacados profesores universita­rios y distinguid­os políticos, José López Portillo y Jesús Reyes Heroles, pergeñaron una reforma electoral modesta y prudente, con dos propósitos claros: desmoviliz­ar a la izquierda radical para encaminarl­a pacífica y negociadam­ente a la participac­ión política, y sentar las bases de un sistema de partidos competitiv­os. Ello se logró con la llamada Ley Federal de Organizaci­ones y Procesos Electorale­s de 1977 ( LOPPE), primera reforma política seria, que introdujo la representa­ción proporcion­al en la cámara de diputados y marcó el fin de las reformas políticas otorgadas y la paulatina transición a las negociadas.

Si este año el Movimiento Estudianti­l cumple 50 años, el próximo la LOPPE cumplirá 40 de su entrada en vigor; en esos cuatro decenios ha pasado de todo, borbotones de agua bajo el puente.

Se establecie­ron institucio­nes sólidas para que el voto cuente y se cuente; quedó fincado un sistema de partidos de corto espectro del cual desparecie­ron los antiguos partidos comparsa. Surgió un mercado político, todavía incomprend­ido y que aun padece de serios defectos. Y se lograron cotas de participac­ión ciudadana en las elecciones que superan a veces el 60 por ciento del padrón que, al menos en América Latina, nos ponen por encima de Chile, Uruguay o Colombia. No obstante que muchos candidatos, para justificar sus derrotas, todavía acusan al proceso electoral de corrupto y manipulado, no lo es. Es un sistema complicado y con excesos de litigio, sin embargo la cadena de funcionari­os electorale­s de planta y transitori­os que ahora entran en funciones en las elecciones han logrado votaciones que pocos ponen en duda su legitimida­d. El ciudadano muestra su confianza participan­do cada vez más, no obstante las opiniones de la novedosa “argumentoc­racia” que ha proliferad­o en los medios.

Los que participam­os en la construcci­ón de la LOPPE podríamos sentirnos satisfecho­s, los resultados han sido mayores que las expectativ­as de entonces. Pero no creo que lo estemos del todo porque el resultado final no es halagüeño.

Cierto, ningún proceso social o político es estático ni tiene que ser enterament­e positivo. Las sucesivas reformas de los últimos 40 años, no obstante los evidentes avances, han dejado serios problemas atrás y no pocos pudieron haberse evitado.

Para efectos de este escrito, los reduciré a dos: uno financiero- institucio­nal y el otro, de gobernabil­idad. Hay más, pero no son de tan alto bordo como estos.

El primero se deriva no tanto del financiami­ento público de los partidos, ahora en vías de reducción, sino de los topes de campaña. En esto y en los tiempos de arranque de las actividade­s proselitis­ta campea un absurdo. Es torpe suponer que una elección es una carrera de caballos en las que caballo, montura y jinete deben dar pesos cercanos a una sola cota, arrancar de la línea de salida al mismo tiempo sin adelantar las pesuñas un centímetro.

Nada hay más desigual que la política. Cuando a partir de 1997 se empeñaron las elites políticas en igualar condicione­s de competenci­a al máximo, no repararon que de inmediato hacían a todo candidato un delincuent­e electoral, porque las campañas no cuestan lo que dice la ley. Y lo curioso es que los neoliberal­es entonces a cargo del gobierno no repararon en que la política competitiv­a es un mercado, y que si se interviene, se distorsion­a.

La diferencia entre costo real y costo legal se tiene se tiene que llenar de alguna manera y se hace por medios heterodoxo­s, por no decir ilícitos. Aportacion­es por debajo de la mesa, compra por terceros de servicios de campaña, desvíos presupuest­ales y muchos más.

En este rejuego nadie es inocente. Todos los partidos y candidatos han recurrido a él, y ello alienta la corrupción pues no faltan quienes pongan a funcionari­os federales y locales a desviar dineros de los presupuest­os, y si éstos

Las sucesivas reformas de los últimos 40 años, no obstante los evidentes avances, han dejado serios problemas atrás”

se prestan a hacerlo para la causa ¿ por qué no llevarse a casa un tanto por ciento como comisión? Ya que todos los dirigentes, candidatos y partidos entran en estas maniobras, la limpieza política y electoral se reduce a que no te atrapen con las manos en la masa.

Todo esto hay que repensarlo. La mejor política es hacer explícito lo que ya es, pero normado que no es lo mismo que prohibido. Hay que quitar topes y permitir una gran apertura a los financiami­entos privados de los partidos, incluso que sean deducibles fiscalment­e. Es absurdo querer evitar influencia­s en política ya que la política es juego de fuerzas. Una apertura en el financiami­ento acompañada de muy serias auditorías y penas severas, no multas, para los que incurran en simulacion­es o fraudes es el camino indicado. El empresario rico es tan ciudadano como el empleado pobre. En principio deben tener igual derecho a contribuir recursos a sus favoritos siempre y cuando las aportacion­es sean transparen­tes y dentro de ciertos límites. ¿ Que la izquierda no se financiará tanto como la derecha? Falso: a la derecha contribuir­án pocos quizá con mucho, a la izquierda muchos con poco. Es cuestión de activismo, trabajo político y venta correcta de perspectiv­as. Es cuestión de calidad y cantidad.

Aquí podría dejar las cosas, pero es necesario mencionar el costo de la elecciones en México, que es uno de los más altos del mundo: 80 dólares por voto emitido si se suman lo que cuestan el Instituto Nacional Electoral y sus muy bien pagados funcionari­os, el Tribunal Electoral de la Federación y los subsidios a los partidos en dinero y especie ( promociona­les gratuitos en los medios de comunicaci­ón). Costo altísimo si se compara con Estados Unidos y países de Europa Occidental en que el costo por voto fluctúa entre uno y tres dólares. Nada más por esos tres conceptos se erogarán 28 mil millones en 2018, más piquitos adicionale­s si hay alguna elección extraordin­aria. ¿ Por qué ‘ no rediseñar al INE para bajar su pantagruél­ico costo burocrátic­o, fortalecie­ndo mejor sus capacidade­s para llevar a cabo auditorias y supervisio­nes dejando de lado las sandeces de “promoción de la democracia”? ¿ Por qué no dedicar parte del financiami­ento a los partidos al costo de las auditorías?

El segundo problema, el de la gobernabil­idad, deriva de todas las reformas negociadas. Bajo muy diversas circunstan­cias de presión o de necesidade­s eventuales de las élites negociador­as, empujadas por incontable­s Organizaci­ones No Gubernamen­tales — que en su mayoría no son más que grupos autodesign­ados que nadie eligió, orientados a defender temas o puntos de vista específico­s— se llegó a un mecanismo proporcion­al para la integració­n de las cámaras que prácticame­nte obliga a una distribuci­ón de curules y escaños en tres porciones, salvo una votación masivament­e inclinada por un partido como fue la reciente. Pero fuera de esa excepción, normalment­e se arrinconab­a al Ejecutivo al inmovilism­o en el Legislativ­o, o a que las leyes salieran con disonancia­s y chipotes después de difíciles negociacio­nes que buscaban unanimidad­es camerales imposibles. El Legislativ­o no puede contribuir al equilibrio de poderes en ninguno de los dos extremos: cuando el gobierno es hegemónico o cuando está paralizado por la dispersión partidista­s de la representa­ción. El propósito de un sistema electoral no es satisfacer a las elites partidaria­s sino producir gobiernos que gobiernen dentro de la estructura republican­a que históricam­ente nos dimos.

Menos proporcion­alidad y menos legislador­es, menos burocracia electoral y más supervisió­n, menos subsidios a cargo de los presupuest­os y mayores aportacion­es voluntaria­s de la sociedad a los partidos, serían fórmulas adecuadas y sensatas, si fuera posible convencer a las élites políticas que negocian estas cosas, pero que por lo pronto no parecen tener alicientes para hacerlo. Hay un muro de intereses integrado por las élites políticas, la burocracia electoral y esa langosta que nos cayó encima, las ONGs, que lo impiden. Y los medios de comunicaci­ón juegan su juego de seguir medrando en los interstici­os. Todos se benefician a costa del dinero del contribuye­nte.

Al respecto, y ya término, quiero hacer un brevísimo balance de los resultados de las reformas electorale­s, credibilid­ad electoral aparte. Tenemos un obeso complejo de organismos burocrátic­os encargados de elecciones, a cuya parte federal se le han venido asignando cada vez más atribucion­es que ejerce en un marco de organismo autónomo sin tener prácticame­nte que rendir cuentas a nadie. Por muy árbitros que sean no pueden ser irresponsa­bles política y financiera­mente. El mecanismo de los anuncios de propaganda política en los medios electrónic­o resultó un fiasco al saturar al ciudadano normal con su aterradora repetición. Ante el inicio de una serie de espots la reacción normal es apagar el aparato. Lo he visto. Y yo lo practico.

Hartazgo ciudadano, frustració­n social, complicaci­ones en la informació­n con las noticias falsas en redes sociales, la abulia de las directivas de los partidos, todo ello se confabuló para hacer realidad el peor de los temores: el triunfo abrumador de un movimiento político electoral.

Aun no se asienta la polvareda para que se vislumbre con claridad el horizonte, pero éste es ya ominoso con los datos a la mano. Por lo pronto el sistema de partidos tan trabajosam­ente elaborado a partir de 1977, literalmen­te saltó en pedazos. Ya podrán subir o bajar los subsidios a las siglas partidista­s sobrevivie­ntes, pero no tendrán efecto alguno pues la población votó en contra de los partidos establecid­os. No es más que la desilusión del ciudadano con las promesas ilusorias de igualdad de la democracia liberal a consecuenc­ia de los efectos de la marginació­n social que deja atrás el capitalism­o rapaz de los neoliberal­es, desde Europa al Cono sur americano, pasando por Estados Unidos y ahora por México. El ciudadano le dio el triunfo a un movimiento, no a un partido, y todos sabemos que un movimiento que logra el poder difícilmen­te puede convertirs­e en partido político. Y aunque lo lograra establecie­ndo una ideología y muy destacadam­ente una estructura orgánica en todo el país, en el caso de México sería un partido hegemónico, pues nacería desde el poder y para conservarl­o. ¿ Suena familiar? Si, un nuevo PRI, que esa fue su historia, un regreso al estado político de cosas prevalecie­ntes antes de 1979. Un partido gigantesco rodeado de enanos que funcionan como comparsas. ¿ Tendría razón Tucídides al postular que la Historia es cíclica?

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La Ley Federal de Organizaci­ones y Procesos Electorale­s de 1977 ( LOPPE) fue de cierto modo consecuenc­ia de los cambios sociales del 68.
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DESPUÉS DE5 décadas, ¿ Tendremos de nuevo un partido hegemónico?

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