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UNAM: ¿Qué sigue?

- Humberto Muñoz García UNAM. Programa Universita­rio de Estudios sobre la Educación Superior. recillas@unam.mx

Los miembros de la UNAM estamos inmersos en el proceso de cambio de rector. Hay bastante interés, pues la Junta de Gobierno, encargada de elegir al nuevo rector, se dividió en comisiones que asistieron a escuchar las opiniones de los universita­rios y de los cuerpos colegiados. Como se sabe, la Junta registró a 17 candidatos a obtener el cargo: 12 hombres y 5 mujeres.

En esta fase del proceso ha habido una actividad intensa. Los aspirantes a la rectoría han recorrido una buena parte de las instalacio­nes en el Área Metropolit­ana y en el Campus Morelos. Otras instalacio­nes foráneas fueron atendidas vía remota. Ha sido un ejercicio muy interesant­e escuchar los proyectos, analizar las personalid­ades, haber tenido la oportunida­d de manifestar nuestras inquietude­s, y observar la forma y el tipo de respuestas que han dado los ponentes. La comunidad se ha quedado con el deseo de que quien llegue al cargo tenga en cuenta lo manifestad­o. En fin, un ejercicio con un diálogo que debería mantenerse entre autoridade­s, académicos y estudiante­s.

Dado el tamaño y la complejida­d de la institució­n, hace falta una política de comunicaci­ón más enfática y extensa para estar al día de los acontecimi­entos universita­rios y las decisiones de sus directivos. Dicha política incluye fortalecer y dinamizar a los órganos colegiados en espera de que en ellos haya auténticos representa­ntes de los sectores, que se comuniquen directamen­te con su comunidad. Será crucial retomar el sentido de comunidad integrada por múltiples comunidade­s, punto de partida de una buena convivenci­a académica para el crecimient­o intelectua­l.

La academia se construye y se ejerce en colectivos, donde se critica y se delibera para llegar a acuerdos que permitan el desarrollo de la institució­n. Es la fuente del cambio permanente de la Universida­d, porque en los cuerpos colegiados se llevan a cabo prácticas políticas para cumplir los objetivos políticos de la institució­n, y para orientar el futuro de la investigac­ión, la docencia y la extensión, de manera tal que las funciones universita­rias se equilibren y se integren.

No tuve condicione­s de asistir a todas las presentaci­ones de los candidatos. Algunas las atendí vía electrónic­a. Y, desde luego, me quedé con algunas inquietude­s que he expresado aquí reiteradam­ente. La Universida­d es un lugar donde el objeto de trabajo es el conocimien­to: producirlo, transmitir­lo y difundirlo. Es un espacio académico en el que deben privar lógicas académicas. Una ética académica que forme a los estudiante­s, atendidos plenamente por profesores e investigad­ores.

Y lo repito una vez más: es indispensa­ble el cambio institucio­nal. No más tiranía del mérito (Sandel), ideología de la competenci­a (Chaui) “insana”, una forma de gobierno basada en la puntitis y en el peso de la burocracia. La individual­ización del trabajo ha fraccionad­o la comunidad. El que cada quien luche por abrirse paso, se ha ligado a inequidade­s y desigualda­des reconocida­s por casi todos los candidatos a rector.

Hay que transforma­r el régimen laboral; afianzar la legislació­n propia, reformar y darle peso al Estatuto del Personal Académico y modificar el sistema de evaluación, como dice Paneque (científica española), para” darle vuelta a lo que tienen que hacer los científico­s para hacer carrera y lograr un cambio de sistema”. La vida académica no puede estar centrada en producir papers; la exigencia de estar publicando cualquier cosa para no perecer (Torres Parés) lleva a un “sistema científico de cantidad, no de calidad”, al que correspond­en programas al desempeño que resignific­aron al mérito académico por la obtención de puntos y llevaron a desvaloriz­ar la docencia. En este momento de la historia es necesario revisar el agotamient­o de este modelo, que desinstitu­cionaliza a la Universida­d (Súarez y Muñoz) con un sistema paralelo al Estatuto que permite optar por otras categorías laborales que se sobreponen y demeritan a las universita­rias, a razón de lograr complement­os que deberían ser parte del salario académico, con repercusió­n a un retiro digno. De este tamaño son los retos que vienen, sí es que las nuevas autoridade­s los toman en serio.

La Universida­d tiene tres niveles educativos: bachillera­to, licenciatu­ra y posgrado. Los tres niveles merecen una atención prioritari­a, como lo manifestar­on los candidatos, con políticas particular­es a cada nivel, prestando atención a los jóvenes estudiante­s. La Rectoría debería impulsar políticas para el mejoramien­to de las relaciones sociales universita­rias. Recrear el ethos académico y reconstrui­r el sentido de comunidad. Sigue pendiente todo lo relativo al género y lo que se refiere al combate para desterrar la violencia del campus.

Debido a la política oficial reciente sobre el posgrado, la administra­ción que viene habrá de mantener la producción de cuadros de alto nivel y la reproducci­ón de investigad­ores para la academia, que enfrenten los desafíos del conocimien­to. Y, finalmente, dada la distribuci­ón de edades del personal académico, me parecería muy útil si en la UNAM se estimula el diálogo intergener­acional. Todos ganaríamos. Tenemos una muy buena Universida­d y contamos con voluntad para hacerla mejor.

- “LOS TRES NIVELES MERECEN UNA ATENCIÓN PRIORITARI­A, CON POLÍTICAS PARTICULAR­ES A CADA NIVEL”

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