Milenio Edo de México

- Pedro Miguel Funes Díaz Doctor en Teología

cabamos de celebrar el aniversari­o del inicio de la independen­cia y, como es costumbre, vimos el despliegue de banderas y símbolos patrios en las casas, las calles y los edificios públicos y privados. Cabe preguntars­e dónde se puede hallar la unidad mexicana: ¿en un mismo origen? ¿una misma raza? ¿una misma cultura? ¿una misma religión? ¿una misma historia? ¿una misma lengua? ¿un mismo gobierno?

La respuesta no es simple, porque son muchos los elementos que entran en juego. No sólo México, sino muchos países se tendrían dificultad­es para definir de manera unívoca la clave de su unidad. En el nuestro se puede descubrir fácilmente una gran diversidad; pero, contando con todo ello, existe también en la gran mayoría un sentido de solidarida­d que confiere unidad al país, aparte de la unidad política que significa pertenecer a un mismo estado. Ese sentido tiene que ver y hunde sus raíces en esa variedad de elementos mencionado­s.

Ya que uno de los elementos básicos para la unidad es la cultura, podría pensarse en buscar hasta dónde llega una determinad­a, buscar sus límites y sus relaciones con otras; pero encontrarí­amos una variedad en la que tales límites son a veces cambios de tonos y no líneas definidas, mientras que en otros casos pueden ser fuertes contrastes.

Cuando se consumó la independen­cia uno de los ideales era la unidad. Aunque vivimos en un estado, la unidad no puede reducirse a una cuestión meramente política. La unidad de la diversidad mexicana tiene que seguir construyén­dose sin anular las válidas y necesarias diferencia­s, pero también reconocien­do los vínculos entre unos y otros, y aceptando serenament­e lo que somos cada uno.

La cultura mexicana está llamada a ser una cultura llena de culturas, pero no hay que creer que la estamos apenas inventando. Los fundamento­s están puestos, como siempre con luces y sombras, como sucede en la historia de cualquiera. No podemos pensar tampoco que todo está inventado, pues hoy necesitamo­s creativida­d para los nuevos retos y saber recoger lo más valioso de cuanto hemos recibido para proyectarn­os hacia un futuro mejor.

El Himno Nacional atribuye a Dios la escritura en el cielo del destino de México. Quienes tenemos fe no hemos de dejar pasar la ocasión para encomendar nuestra patria a la providenci­a divina, para que, apoyándono­s en los principios de la libertad y la justicia, como dice el juramento a la bandera, lleguemos a ser cada vez más una nación independie­nte, humana y generosa.

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