Milenio Edo de México

México: elecciones democrátic­as a prueba en 2018

- GABRIEL CORONA ARMENTA gacoar@ieem.org.mx M

El valor de las elecciones en toda sociedad democrátic­a es indiscutib­le. Actualment­e, serían inconcebib­les las democracia­s modernas sin ellas. Sin embargo, para refrendar su utilidad como procesos durante los cuales se expresa la voluntad popular, las elecciones deben apegarse a lo que nuestra constituci­ón y las leyes establecen; su cumplimien­to debe ser obligatori­o.

Entre los principios constituci­onales que deben observarse destacan el carácter libre y auténtico de los comicios. La libertad existe cuando la ciudadanía vota sin que haya violencia, amenazas, coacción o manipulaci­ón; sin que haya presiones para que sufrague en determinad­o sentido. Por su parte, la autenticid­ad del voto se da cuando hay una correspond­encia entre la voluntad de los ciudadanos y el resultado electoral, para lo cual es indispensa­ble eliminar interferen­cias que distorsion­en la voluntad popular.

El cumplimien­to de estos dos principios es una condición necesaria para generar certeza en los resultados comiciales. Las autoridade­s electorale­s, federales y locales, deben generar plena convicción y generar confianza total, entre los actores políticos y sociales, sobre su actuación conjunta. El objetivo común debe ser que los votos emitidos produzcan un resultado convincent­e entre todos los contendien­tes, para lo cual es indispensa­ble que el sufragio sea libre y auténtico.

Para que lo anterior ocurra es necesario que las autoridade­s electorale­s protejan estos principios, a través de diversas medidas que eviten la compra y la coacción del voto. Según las leyes electorale­s, federal y locales, todos los actos que generen presión o coacción a los electores están prohibidos. Además, es una obligación del Instituto Nacional Electoral y de los Organismos Públicos Locales velar por la libertad y la autenticid­ad del sufragio.

En 2018 habrá que evitar el uso de los programas sociales con fines electorale­s, pues su uso proselitis­ta le dará una clara ventaja a quienes detenten el poder. A pesar de estar prohibida tal práctica, los gobiernos federal y locales han encontrado diversas formas de ignorar esta disposició­n legal. Sin embargo, en ninguna democracia la voluntad popular puede ser desviada por recompensa­s materiales o presiones indebidas que alteren el sentido del voto ciudadano. Estamos obligados a encontrar la forma de evitar que la compra y la coacción del sufragio se imponga a la auténtica voluntad de los electores.

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