Adiferencia de 1985, los gobiernos del presidente Enrique Peña Nieto y de la Ciudad de México, Miguel
Ángel Mancera, aceptaron la ayuda internacional de naciones y empresas para enfrentar la destrucción causada por el sismo. Una mano más a todo el esfuerzo desarrollado hasta ahora por la sociedad mexicana en su conjunto.
En el temblor de aquel año, en una primera reacción, el entonces presidente
Miguel de la Madrid rechazó los ofrecimientos mundiales y provocó un malestar generalizado entre miles de ciudadanos que vieron en la televisión de sus países la destrucción habitacional en Tlatelolco y muchos derrumbes de edificios y casas en zonas populares de la capital mexicana.
Hubo repudio al gobierno mexicano y crítica a sus ciudadanos por no reaccionar ante la incapacidad de los gobernantes.
Ese reclamo lo viví en 1986 en Ginebra, Suiza. Fui a realizar entrevistas con representantes de países integrantes del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) para conocer las ventajas que obtendría México al suscribir ese acuerdo y convertirse en integrante.
Un amigo me llevó a una población cercana en los Alpes — no recuerdo el nombre—, con el pretexto de probar un queso hecho como enorme rueda y de riquísimo sabor. Y sí, la comida fue excelente en ese restaurante cercano a la terminal del ferrocarril copada de nieve.
A invitación expresa, el dueño del lugar me hizo ver de cerca los pequeños cuadros colgados en las paredes de su cálido restaurante.
Eran decenas y todos contenían un billete de francos suizos.
No necesité preguntar. Me dijo que esos billetes los juntó la comunidad agrícola de la zona para enviarlos a México en apoyo de la población afectada por el sismo de septiembre de 1985.
Como el presidente De la Madrid rechazó el apoyo internacional, el embajador de México en Suiza, Agustín Barrios Gómez, regresó los miles de francos suizos. Estaba avergonzado porque no sabía cómo explicar la decisión tomada.
La comunidad no aceptó que les regresaran los recursos donados y decidieron pagar un cuadro y colgarlo en el restaurante. Una forma de hacer notar a quien pasara por ahí que los malos gobiernos, como México, obstaculizaban los apoyos a su sociedad, a su población, no a sus políticos. Claro que me sentí mal. Por eso creo que fue acertada la decisión actual de aceptar el apoyo internacional. Ya están llegando al país equipos especializados de varias naciones amigas. Ellos no tendrán que comprar un cuadro para colgar decisiones vergonzosas para el país.