Milenio Edo de México

Vaya orilla a la que hemos llegado

Un jefe policiaco atacado con armas de guerra en pleno Paseo de la Reforma tendría que ser alarma suficiente para ver a qué orilla hemos llegado...

- Xavier Velasco

El Paseo de la Reforma tiene muy pocas curvas, aunque ninguna de ellas tan incierta y pronunciad­a como la que desciende de la esquina de Sierra Madre a la de Monte Blanco. Es una cuadra larga, integrada por solo cuatro predios, entre ellos una escuela de barda muy extensa, de modo que uno baja por ahí con la sensación rara, por no decir absurda, de que al fin de la curva se topará con un evento inesperado.

Puestos a fantasear, si antes de ayer alguien me hubiera preguntado por la esquina perfecta para plantar una emboscada a medio Reforma, no habría dudado en señalar la que sigue a esa curva, diríase trazada a la medida para caerle a uno por sorpresa. ¿Por qué entonces encuentro sorprenden­te que fuera la elegida por los facineroso­s para llevar a cabo de madrugada la ejecución de Omar García Harfuch, un policía al que conozco y admiro? Porque nunca es lo mismo fantasear con ideas descabella­das que asumirlas totalmente posibles, pero una vez que ocurren es tiempo de aceptar que el absurdo ha llegado demasiado lejos.

No faltará quien me llame alarmista, pero hay que estar muy sordo o muy mareado para no oír la cantidad de alarmas que últimament­e suenan en mi país. Vivimos un infierno criminal, otro económico y otro sanitario, más o menos por orden de aparición. Cualquiera de los tres sería por sí mismo suficiente para dejar de lado cualquier otro proyecto y entregarse a la causa de la superviven­cia. ¿Y no es lo que le pasa a cualquier familia si los padres se enferman, o pierden el trabajo, o se quedan sin casa, o les sucede todo al mismo tiempo? Si hasta hace poco tenían grandes planes, ahora precisan de grandes remedios. Pobres de ellos si ignoran las alarmas.

Debe de ser precioso fantasear con un futuro próximo libre de quiebras, virus y maleantes, como lindo es soñar que tiene uno alas, pero la realidad insiste en encender un firmamento de luces rojas. Un jefe policiaco atacado con armas de guerra en pleno Paseo de la Reforma tendría que ser alarma suficiente para ver a qué orilla hemos llegado. En un país sometido por el hampa boyante y sanguinari­a, donde cualquier cobarde puede hacer mofa pública de los policías y humillarlo­s sin pagar consecuenc­ias, nada de raro tiene llegar hasta los últimos extremos, entre los cuales se destaca hoy la emboscada en Paseo de la Reforma, y mañana quién sabe porque si algo está claro es que somos atónitos rehenes del absurdo.

¿En verdad nos extraña que la mafia vaya y venga a sus anchas por Ciudad de México? Si preguntamo­s a los dueños de tiendas, bares y restaurant­es de las zonas céntricas nos dirán que hace tiempo los acosan con cuotas y extorsione­s, amén de enjaretarl­es a sus secuaces para que hagan negocios a su sombra. Los mismos que secuestran, asesinan, padrotean, trafican, asaltan, piratean y saquean, según vaya ofreciéndo­se. Están aquí, mezclados con nosotros, y muchos los respetan más que a los policías.

¿Cómo pelear contra unos criminales que ya cobran impuestos, invaden territorio­s y declaran la guerra al Estado, y al propio tiempo combatir la pandemia y la crisis? Parece obvio que hará falta dinero. Muchísimo dinero. Dinero prioritari­o, si ocurre que en finanzas, salud y seguridad hemos caído adonde más temíamos. Y como por lo visto seguiremos cayendo, cabría preguntars­e no tanto qué queremos hacer con el poco dinero que restará, sino apenas para qué nos alcanza, empezando por esos tres pendientes —salud, dinero, horror— que no pueden quedar sin solución, y que evidenteme­nte deberán preceder a cualquier otro proyecto, por bonito y vistoso que pueda parecer. Con el hambre, la guerra y el virus en las calles, hace rato que ya sonó la hora de enfrentar las verdades más insoportab­les, antes de que ellas solas terminen de emboscarno­s.

Con el hambre, la guerra y el virus en las calles, hace rato que ya sonó la hora de enfrentar las verdades más insoportab­les

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OCTAVIO HOYOS Peritos en la zona donde García Harfuch sufrió el atentado.
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