Milenio Edo de México

Una misma línea condujo al atentado

- CARLOS MARÍN

El ataque a García Harfuch responde a una estrategia continua que apenas empieza.

Las tres personas que perdieron la vida (dos policías y una vendedora de quesadilla­s cuya hermana herida sobrevive) en el atentado contra Omar García Harfuch fueron asesinadas por sicarios, pero la responsabi­lidad de sus muertes es del gobierno federal por mantener una irresponsa­ble política de pasividad ante la delincuenc­ia.

Y horror: a la familia de la difunta le dan pinches

10 mil pesos de “indemnizac­ión”.

Que al desastroso comportami­ento gubernamen­tal ante la creciente narcoviole­ncia le llamen “estrategia de seguridad” es un agraviante contrasent­ido: los encargados de garantizar­la no muestran cualidades básicas de estrategas, a saber: habilidad para tomar decisiones, planear acciones y lograr resultados. Priva en ellos desorienta­ción para alcanzar objetivos precisos y nada de lo que dicen o hacen permite confiar en que tienen un programa de trabajo contra la criminalid­ad

Por fortuna, la regla de abrazos, no balazos tiene sus excepcione­s, entre las que refulge la profesiona­l del secretario de Seguridad capitalina, quien salvó su vida, no por seguir “protocolos” de cuidado, sino de combate: en vez de atenerse a guardaespa­ldas ocasionale­s, trabaja desde hace años con un equipo de leales con sólida capacitaci­ón y experienci­a policiaca.

El ataque de Jalisco Nueva Generación dista mucho de ser algo eventual, ocurrente o fortuito (por más que haya fracasado en su objetivo): el 4 de junio, en Tonalá, fue victimado el director interino del penal de Puente Grande, Marcos Andrés Corona Baltazar, y

12 días después lo fueron el juez del Centro de Justicia Penal Federal en Colima, Uriel Villegas, y su esposa Verónica Barajas.

La banda parece actuar así por la equívoca señal, ojalá involuntar­ia, de que la

4T quiere mantener una buena relación con la pandilla de ElChapo Guzmán (liberación de Ovidio y deferencia­s inauditas con la madre del capo), y ha de tomar como amenaza directa el decreto por el que las fuerzas armadas (Ejército y Marina), aun contra la Constituci­ón, pueden actuar como virtual policía.

El presidente López Obrador insiste en mantener su política de “sentido social” frente al crimen, a través de banales esfuerzos presupuest­ales para dizque neutraliza­r “sus causas”.

Tal propósito implica una premisa falaz: los criminales delinquen por ser pobres, aunque lo cierto sea que la mayoría de nuestros millones y millones de pobres no son delincuent­es.

La violencia tampoco es generada por los gobiernos de ayer (se la achacan a Calderón) ni hoy, sino por las organizaci­ones que a “plata o plomo” se han ido apoderando de regiones y estados.

Una institució­n ajena a veleidades ideológica­s o políticas, el Ejército, previno en 2006 que la delincuenc­ia organizada estaba poniendo “en riesgo la viabilidad del país”.

De los riesgos físicos a las personas preocupa que el Presidente diga: “Me cuida el pueblo”.

Él y centenares de funcionari­os deben corregir y volver a los blindados y a las escoltas. Negarse refleja no tener idea de gobierno.

De los riesgos físicos a las personas preocupa que el Presidente diga: “Me cuida el pueblo”

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