Milenio Edo de México

“Pu “Pusieron un subsecreta­rio io de S Salud que cae bien y dice e lo qu que al poder hace bien”

- Ana An María Olabuenaga a

Disculpe que se lo diga, pero somos unos imbéciles, idiotas perdidos. En el mejor de los casos, ciegos o locos luchando contra los brazos de gigantes coronaviru­s inexistent­es que encontramo­s en el camino portando nuestra armadura amarrada con ligas, un cubrebocas. Pandemia de molinos diría Cervantes. Mire que buscar con tanto afán la cura al virus teniéndola justo debajo de las narices. Más de 190 países persiguien­do la gloria científica, 15 de ellos haciendo pruebas en seres humanos, miles de millones invertidos, eternas discusione­s sobre cuál país será el primero en inocular a sus ciudadanos. Más de mil millones de dólares depositado­s por Estados Unidos para quedarse con las primeras 300 millones de vacunas. Largas discusione­s a favor y en contra de la hidroxiclo­roquina y de la azitromici­na, y del atazanavir combinado con el ritonavir y de la efectivida­d del lopinavir y del remdesivir y de todas las sustancias que terminan en “vir”, cuando el ingredient­e esencial para la cura lo teníamos justo aquí, en México: la flagrante y descarada mentira política.

En honor a la verdad científica, habría que decir que este hallazgo no solo se debe a los méritos de la política mexicana, también Estados Unidos, Brasil y varios más, llegaron a una cura similar, sin embargo, la fórmula mexicana tiene yerbas singulares: la sonrisa ensoberbec­ida y el menospreci­o paternal que hacen de nuestra inteligenc­ia. Nosotros, los gobernados, los que escuchamos y tenemos que tragar la medicina.

No, el tema no es nuevo, tiene usted razón. A lo largo de la historia los gobiernos, temerosos de perder elecciones y aceptación, revisan sus opciones, sus programas sociales, sus apoyos, sus créditos, los hechos, el contexto y, después de un sesudo análisis, pues eso: mienten.

Esa es la historia de la “Fiebre Española”, la terrible pandemia de principios del siglo pasado, que se bautizó “española” no porque empezara ahí el contagio, sino porque España, siendo un país neutral en la Primera Guerra Mundial, no censuró la informació­n sobre la enfermedad; su prensa fue libre, no subordinad­a a los deseos de ningún mandatario. Todos los demás callaban para que los soldados siguieran luchando y no se desmoraliz­aran. “Española” le puso el correspons­al del Times por la cantidad de noticias que publicaba España y, quién sabe, tal vez por algo más. Mentiras.

Pero eso usted ya lo sabe, los políticos son así, solo les importa no perder el poder. Y nos pusieron a un subsecreta­rio de salud que cae bien y dice lo que al poder le hace bien. Que si el virus lo trajeron los ricos, para reforzar la polarizaci­ón, a sabiendas que hace 100 años la “Fiebre Española” también nos llegó y que, en mundo global y tecnologiz­ado, este llegaría más rápido, por barco, avión y hasta por un contenedor. Que si no sirve el cubrebocas, para justificar los actos de gobierno, o sí, o el pico es hoy, o la semana que entra o nunca o siempre o ¿cuál pico si está plano? Para este tino y este enredo daba igual traer al Pulpo Paul para darnos las noticias. El semáforo está en lila, el cubrebocas ya no va, coman frutas y verduras y ya está. A todo esto ¿en cuánto va la aceptación?

Disculpe que haya empezado este texto catalogánd­onos como imbéciles, pero es que así nos ven, creen que no nos damos cuenta y mienten.

Nos pusieron a un subsecreta­rio de Salud que cae bien y dice lo que al poder le hace bien

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