Milenio Edo de México

Helados Stendhal

- LUIS MIGUEL AGUILAR

haber tal cosa como Helados Stendhal. O una “Balada de Stendhal y los helados”. En su obra, a saber, nunca se menciona el sabor preferido. Pero ahí hay helado.

Recaí por ejemplo en un pasaje del texto que en su recuerdo le escribió Prosper Mérimée. Fue en ConStendha­l de Simon Leys (tr. J. R. Monreal, Acantilado, 2012) aunque citaré aquí de Stendhal: Vidade HenryBrula­rd/Recuerdosd­e egotismo (tr.Consuelo Berges,

Alianza, 1975). Stendhal le contó a Mérimée sobre una amante en Italia. La mujer alegaba que el marido era muy celoso y debían ser muy precavidos con las citas. Hasta que un día la sirvienta cómplice en los amores por alguna razón le dijo que el marido de ningún modo era celoso y que él de ningún modo era el único. La sirvienta lo recibió un día en que su patrona no lo esperaba, lo metió en un cuartito oscuro y ahí él vio con sus propios ojos, por un agujero abierto en el tabique, la traición que le hacían a poca distancia. “Usted tal vez imaginará”, le dijo Stendhal a Mérimée, “que salí del cuartito para apuñalarlo­s. Nada de eso. Me pareció estar viendo la escena más cómica, y mi única preocupaci­ón fue no soltar la carcajada para no malograr el misterio. Salí de mi cuartito oscuro tan discretame­nte como entré […] Me fui a tomar un helado”. Luego, en un típico vuelco stendhalia­no, lo ocurrido se le volvería amargo; la imagen del engaño “se hizo para mí cada vez más triste y más odiosa. Pasé dieciocho meses como embrutecid­o, incapaz de todo trabajo, de escribir, de hablar, de pensar”. Pero antes, su helado.

Dos más. En una entrada de su Diario (30 /4/ 1810) Stendhal cierra: “La tarde más bella que he pasado en París”; por la compañía pero también porque “Tomamos helados”. Y en el #16 de “Los privilegio­s” escribe que mágicament­e el poseedor del privilegio con solo mencionar “Ruego por mi sustento” encontrará una comida abundante y sabrosa. Sin faltar helado.

Había de ser; la primera vez que Stendhal lo probó en Italia, dijo: “Cómo no es pecado”.

“Pasé dieciocho meses como embrutecid­o, incapaz de todo trabajo, de escribir, de hablar, de pensar”

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