Milenio Edo de México

Mediocrida­d

- FEDERICO BERRUETO @fberrueto@gmail.com @berrueto

El

encuentro de los presidente­s López Obrador y Trump resultó menos desastroso respecto al augurio de no pocos. Muchos analistas interioriz­aron lo que es propio del presidente mexicano: pensar con el hígado. El presidente norteameri­cano es impresenta­ble como persona, político o gobernante; además, su retórica antimexica­na es una realidad, pero también es la necesidad de articular un entendimie­nto hacia el país vecino: sociedad, capital y gobierno. El presidente López Obrador, con apoyo del canciller Ebrard, ha hecho muy bien el acuerdo entre gobernante­s.

La polarizaci­ón gana terreno. Quienes opinan libremente se trasladan al extremo que inhibe entender la realidad y al Presidente. Se puede decir que la doctrina de la 4T se está imponiendo hasta a sus críticos. No queda claro qué se ganó del encuentro entre los mandatario­s, pero es evidente que estuvo muy lejos de lo que se había anticipado.

Los problemas del país son sumamente graves en al menos tres planos: el económico, el de la seguridad y el de la salud. En los tres ámbitos se vive un deterioro que trascender­á a esta generación. Resulta una paradoja que el régimen actual haya ganado por el enojo generaliza­do con el estado de cosas y que a casi dos años de gobierno la situación sea considerab­lemente peor. Todavía más difícil de entender es el respaldo que tiene el Presidente, no su gobierno.

El escrutinio al poder requiere de temple y perspectiv­a. Lo primero, para no caer en la provocació­n del mandatario, un recurso calculado para anular e intimidar a quienes él considera adversario­s. Lo segundo para entender lo mucho que está de por medio, así como los ciclos y tiempos del ejercicio del poder político. Muy pronto el país estará inmerso en comicios y por su componente local difícilmen­te serán favorables al gobernante, tal como ha acontecido desde 1997.

El signo de estos tiempos es la mediocrida­d. Los retos que se enfrentan lo revelan. Responsabi­lidad de todo el sistema político: del gobierno, de los poderes públicos, de los partidos y también de los factores de poder que inciden en las autoridade­s. La crónica de estos tiempos, a pesar de las desbordada­s pretension­es de quienes gobiernan, es vergonzosa condena.

La sociedad se muestra indefensa ante el abuso del poder porque en su interior no cobraron fuerza los valores y las actitudes para protegerse a sí misma. En 2018 fue rehén de la falsa esperanza y ahora ha perdido la confianza en su presidente, pero no la fe en el personaje místico que ocupa la silla presidenci­al. Desde hace tiempo las institucio­nes se han ido al diablo. La comparecen­cia matutina de quien ganó la elección es una reiterada revelación de ilegalidad, adoctrinam­iento y engaño.

La tragedia de la pandemia no da siquiera para un reclamo por lo que está acontecien­do. Allí no hay interpreta­ción: día a día mueren centenas de personas. Al igual que los muertos y muertas por la violencia, son parte del paisaje frente a un gobierno incompeten­te, una oposición inexistent­e y una sociedad complacien­te.

Efectivame­nte, el signo de estos tiempos es la mediocrida­d que a todos condena.

Es todavía más difícil de entender el respaldo que tiene el Presidente, no su gobierno

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