Mediocridad
El
encuentro de los presidentes López Obrador y Trump resultó menos desastroso respecto al augurio de no pocos. Muchos analistas interiorizaron lo que es propio del presidente mexicano: pensar con el hígado. El presidente norteamericano es impresentable como persona, político o gobernante; además, su retórica antimexicana es una realidad, pero también es la necesidad de articular un entendimiento hacia el país vecino: sociedad, capital y gobierno. El presidente López Obrador, con apoyo del canciller Ebrard, ha hecho muy bien el acuerdo entre gobernantes.
La polarización gana terreno. Quienes opinan libremente se trasladan al extremo que inhibe entender la realidad y al Presidente. Se puede decir que la doctrina de la 4T se está imponiendo hasta a sus críticos. No queda claro qué se ganó del encuentro entre los mandatarios, pero es evidente que estuvo muy lejos de lo que se había anticipado.
Los problemas del país son sumamente graves en al menos tres planos: el económico, el de la seguridad y el de la salud. En los tres ámbitos se vive un deterioro que trascenderá a esta generación. Resulta una paradoja que el régimen actual haya ganado por el enojo generalizado con el estado de cosas y que a casi dos años de gobierno la situación sea considerablemente peor. Todavía más difícil de entender es el respaldo que tiene el Presidente, no su gobierno.
El escrutinio al poder requiere de temple y perspectiva. Lo primero, para no caer en la provocación del mandatario, un recurso calculado para anular e intimidar a quienes él considera adversarios. Lo segundo para entender lo mucho que está de por medio, así como los ciclos y tiempos del ejercicio del poder político. Muy pronto el país estará inmerso en comicios y por su componente local difícilmente serán favorables al gobernante, tal como ha acontecido desde 1997.
El signo de estos tiempos es la mediocridad. Los retos que se enfrentan lo revelan. Responsabilidad de todo el sistema político: del gobierno, de los poderes públicos, de los partidos y también de los factores de poder que inciden en las autoridades. La crónica de estos tiempos, a pesar de las desbordadas pretensiones de quienes gobiernan, es vergonzosa condena.
La sociedad se muestra indefensa ante el abuso del poder porque en su interior no cobraron fuerza los valores y las actitudes para protegerse a sí misma. En 2018 fue rehén de la falsa esperanza y ahora ha perdido la confianza en su presidente, pero no la fe en el personaje místico que ocupa la silla presidencial. Desde hace tiempo las instituciones se han ido al diablo. La comparecencia matutina de quien ganó la elección es una reiterada revelación de ilegalidad, adoctrinamiento y engaño.
La tragedia de la pandemia no da siquiera para un reclamo por lo que está aconteciendo. Allí no hay interpretación: día a día mueren centenas de personas. Al igual que los muertos y muertas por la violencia, son parte del paisaje frente a un gobierno incompetente, una oposición inexistente y una sociedad complaciente.
Efectivamente, el signo de estos tiempos es la mediocridad que a todos condena.
Es todavía más difícil de entender el respaldo que tiene el Presidente, no su gobierno