El suave desfile
“The soft parade has now begun, listen to the engines hum”. The Doors
El recuerdo más lejano y quizá único que tengo del ritual es la parada obligada en el Jardín Zaragoza. Ahí donde se apostaba cualquier cantidad de vendedores ambulantes. Los de las cornetas, las serpentinas y el confeti y también los de los globos. Pero también los de las garnachas, tacos dorados, elotes y esas tostadas que por acá llaman huaraches y que no son otra cosa que masa horneada (azul o amarilla), embadurnada de frijoles y coronada con nopales picados, cebolla, queso rallado y una salsa de chile de árbol que picaba como cien mil diablos.
En conjunto era el escenario propicio para un día de campo. Equivalía, sin exagerar, a las playas capitalinas en Semana Santa. El Jardín Zaragoza exudaba raza por doquier, lista para atestiguar el pasar de los convoyes que desfilaban el 16 de septiembre. “La parada cívico-militar”, rezaba a manera de lugar común el cronista en turno que desde la radio o la televisión narraba los pormenores del asunto. Así, ante la algarabía parvularia hacían su aparición soldados, policías, scouts, bomberos y más.
De golpe me ha venido a la memoria esta remota escena, un flash back que llevaba más de treinta años esperando ser reproducido. Quién iba a decir que tres décadas después volvería a atestiguar el simbolismo de la historia por la vía de un desfile. Ahora, en primera fila y lejos del jardín de antaño, ataviado por un atuendo que desvelaba la identidad del medio que represento, reportaba a ras de cancha los detalles de esa cita con el destino.
Se trataba de una crónica para la que hubo de prepararse con demasiada anticipación. Lo mejor de los desfiles, dirían los afectos a los movimientos sociales, son las congregaciones de gente. La turbamulta urbana que se aglutina en las calles para legitimar, con su concurso, la celebración de los símbolos. El culto al civismo es, al parecer, la materia que no pasa de moda en la educación obligatoria nacional. Aunque ocurre lejos de las aulas, más bien patrocinada desde el hogar.
Y así, con micrófono en mano y una cierta mirada a la cámara, el oficio de cronista obligó al encuentro con los asistentes. Se trataba de tomar el pulso al hecho, hacer color desde la algarabía. Retomar los juegos de niño y hacerlos quehacer profesional. A fin de cuentas, el suave desfilar de los sospechosos comunes sigue siendo eso, un pasar de cuerpos que celebran en la torna-fiesta de la historia. Sólo que ahora los ojos de este fulano fueron miles de ojos que vieron sin estar. Colocados ante la complicidad de una pantalla que registró el evento en HD.