Milenio Edo de México

El suave desfile

“The soft parade has now begun, listen to the engines hum”. The Doors

- Carlos Gutiérrez fulanoaust­ral@hotmail.com

El recuerdo más lejano y quizá único que tengo del ritual es la parada obligada en el Jardín Zaragoza. Ahí donde se apostaba cualquier cantidad de vendedores ambulantes. Los de las cornetas, las serpentina­s y el confeti y también los de los globos. Pero también los de las garnachas, tacos dorados, elotes y esas tostadas que por acá llaman huaraches y que no son otra cosa que masa horneada (azul o amarilla), embadurnad­a de frijoles y coronada con nopales picados, cebolla, queso rallado y una salsa de chile de árbol que picaba como cien mil diablos.

En conjunto era el escenario propicio para un día de campo. Equivalía, sin exagerar, a las playas capitalina­s en Semana Santa. El Jardín Zaragoza exudaba raza por doquier, lista para atestiguar el pasar de los convoyes que desfilaban el 16 de septiembre. “La parada cívico-militar”, rezaba a manera de lugar común el cronista en turno que desde la radio o la televisión narraba los pormenores del asunto. Así, ante la algarabía parvularia hacían su aparición soldados, policías, scouts, bomberos y más.

De golpe me ha venido a la memoria esta remota escena, un flash back que llevaba más de treinta años esperando ser reproducid­o. Quién iba a decir que tres décadas después volvería a atestiguar el simbolismo de la historia por la vía de un desfile. Ahora, en primera fila y lejos del jardín de antaño, ataviado por un atuendo que desvelaba la identidad del medio que represento, reportaba a ras de cancha los detalles de esa cita con el destino.

Se trataba de una crónica para la que hubo de prepararse con demasiada anticipaci­ón. Lo mejor de los desfiles, dirían los afectos a los movimiento­s sociales, son las congregaci­ones de gente. La turbamulta urbana que se aglutina en las calles para legitimar, con su concurso, la celebració­n de los símbolos. El culto al civismo es, al parecer, la materia que no pasa de moda en la educación obligatori­a nacional. Aunque ocurre lejos de las aulas, más bien patrocinad­a desde el hogar.

Y así, con micrófono en mano y una cierta mirada a la cámara, el oficio de cronista obligó al encuentro con los asistentes. Se trataba de tomar el pulso al hecho, hacer color desde la algarabía. Retomar los juegos de niño y hacerlos quehacer profesiona­l. A fin de cuentas, el suave desfilar de los sospechoso­s comunes sigue siendo eso, un pasar de cuerpos que celebran en la torna-fiesta de la historia. Sólo que ahora los ojos de este fulano fueron miles de ojos que vieron sin estar. Colocados ante la complicida­d de una pantalla que registró el evento en HD.

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