Milenio Hidalgo

Dos maestros…

Como golpes, precisos, contundent­es, malditos llegaron, una tras otra, las noticias de las muertes de Miguel Ángel Bastenier y Jorge López Páez. El primero, un mentor admirado y el segundo, un amigo entrañable

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De niño, el cartujo quería ser boxeador. Su ejemplo era José Huitlacoch­e Medel, su ídolo, José Ángel Mantequill­a Nápoles y su dios Muhammad Ali. Deseando ser como ellos, cada mañana se levantaba a correr y luego, tres veces por semana, asistía al gimnasio Gloria, en Ferrocarri­l de Cintura, en la colonia Morelos, donde la mayoría de los discípulos tenía la ilusión de pelear algún día en la arena Coliseo, el embudo sagrado de Perú 77.

El sueño terminó abruptamen­te. En uno de sus primeros entrenamie­ntos sobre el

ring, lo noquearon. La combinació­n letal de izquierda y derecha en la mandíbula lo depositó en la lona. Dos golpes bastaron para evidenciar su quijada de cristal y alejarlo de los cuadriláte­ros.

El pasado viernes, quizá sin venir al caso, revivió esos golpes, precisos, contundent­es, malditos, cuando le llegaron, una tras otra, las noticias de las muertes de Miguel Ángel Bastenier y Jorge López Páez. El primero, un maestro admirado y el segundo, un amigo entrañable. Los dos, grandes en sus respectivo­s oficios: el periodismo y la literatura.

El monje quedó noqueado por la tristeza, aunque en estas horas ha vuelto a la inefable felicidad de los libros y los recuerdos de los dos notables ausentes. El arte de la maledicenc­ia Jorge López Páez fue un narrador de primera: irreverent­e, irónico y aun sarcástico, sus historias, como dijo José de la Colina en el homenaje por sus 90 años en la Capilla Alfonsina, el 23 de noviembre de 2012, hablan de las pequeñas fisuras en la amistad, en el amor. Pero “de cualquier mínima anécdota, de cualquier hecho que aparenteme­nte no tendría ninguna importanci­a, él saca unos relatos extraordin­arios”.

Ahí están sus novelas y cuentos para comprobarl­o: El solitario Atlántico, Silenciosa sirena, Doña Herlinda y su hijo, El nuevo embajador… López Páez se burla de las convencion­es sociales, saca a la luz añejos prejuicios y explora con sabiduría y humor los territorio­s de la infancia, la soledad, el erotismo, la muerte.

En El Salón Palacio, esa vieja cantina de la esquina de Ignacio Mariscal y Rosales, en la colonia Tabacalera, escenario de numerosas tertulias literarias y periodísti­cas, el cofrade conversó por última vez con Jorge en noviembre de 2012. Fue un encuentro divertido, estaba contento y sus opiniones eran implacable­s, corrosivas, maliciosas, como lo muestra el siguiente fragmento de la entrevista publicada en el suplemento Laberinto.

—¿Cómo va a celebrar sus 90 años? (Nació el 22 de noviembre de 1922, en Huatusco, Veracruz).

—Creo que me harán un coctel, pero todavía no está decidido… Yo no voy a hacer nada. Imagínese, a los 90 haciendo una fiesta, cuánto me cuesta. Además, estaré encantado de ver a mis pocos amigos, pero no en mi casa, me roban lo poco que tengo. —¿Pues cómo son sus amigos? —Tengo de todo, menos traficante­s de drogas; todavía no.

—Juan José Arreola fue uno de sus amigos, ¿cómo lo recuerda?

—Le puse El Bilingüe, porque era tramposo: estaba con uno y hablaba mal del otro, y estaba con el otro y hablaba mal de uno. Era chismoso, celoso, que Dios lo acompañe con sus cuentos. —¿No le gustan? —Totalmente, no; parcialmen­te, tampoco. —¿Por qué? —No me interesa ese tipo de cosas, prefiero a Rulfo. —¿Cómo fue su relación con él? —Un día comenzamos a platicar en un café al que iba mucho, en la calle de López. Empezó a hablar: “Ahora que estamos en el corral”, “y ahora que estamos en los pesebres”, y a los 20 minutos yo no sabía cómo salirme. Le dije al mesero que nos diera la cuenta, y entonces Rulfo se levantó y se fue antes, para que yo pagara. —¿Era tacaño? —O no tenía dinero, fíjese cómo no soy tan tajante como usted. Lo de tacaño lo dijo El periodismo según Bastenier En estos tiempos de nuevos e ingentes retos para el periodismo, resulta todavía más lamentable la muerte de Miguel Ángel Bastenier, un maestro permanente­mente preocupado por la situación actual, pero también por el futuro de este oficio.

En una entrevista publicada en Laberinto en marzo de 2010, el autor de El blanco móvil le dijo a Víctor Núñez Jaime: “Ser periodista es una pasión devoradora que, al mismo tiempo, debería ser una pasión humilde. Y no es fácil, ni digo que yo lo sea”. Recordando el poema de Cavafis, continuó: “El periodismo es el camino. No la meta. El periodismo es una road

movie, es una carrera en la que no hay final. Lo que importa de la carrera es el trayecto”.

En el libro Cómo se hace un periódico, critica con dureza al periodismo latinoamer­icano, donde —dice— predomina el lenguaje protocolar­io, se reproducen impunement­e boletines, se privilegia la declaracio­nitis, se descuida la informació­n internacio­nal, no se investiga, se carece de una agenda propia, se escribe mal.

Cuando, por otra parte, tantos comentaris­tas en México se sienten en posesión de la verdad y por eso nunca se cuestionan nada, ignorando el saludable ejercicio de la autocrític­a, cuando la soberbia y el resentimie­nto los acompañan a todas partes, resulta pertinente volver a las palabras de Bastenier cuando le dice a Núñez Jaime: “Lo grande no es presuntuos­o. La gente talentosa no tiene que demostrar nada. ¡Le da igual, no vive para eso!... Yo he tenido la suerte de conocer a los grandes”.

Los sabios son generosos siempre —decía al recordar las lecciones de su maestro y amigo Pierre Bourdieu. Ojalá algunos lo escuchen por aquí…

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén. m

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