Milenio Hidalgo

10 de mayo

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Cada año me prometo no escribir sobre las madres. No puedo. Soy víctima de Rafael Alducin, creador del día de las mamás mexicanas desde 1922 en el periódico Excélsior. En los años de mi infancia había festivales en las escuelas en honor de las madres. Bailé “Brasilia” con maracas ante mi pobre madre que soportó con gran valor aquel número que puso la maestra Eustolia.

Para que yo pareciera un niño brasileño me pintaron la cara con un betún que me duró tres días. Mi madre usó zacate para eliminar los restos de mi negritud. A mi mamá, les informo, nada se le atoraba. Como no pudimos comprar la crema especial para la cara, la mañana del festival, mi mamá me puso en la cara grasa Amberes para calzado. Se los juro, no miento. Las maracas las fuimos a comprar al mercado de Sonora, un lugar lejano y muy barato. Mi madre me tomó de la mano y me dijo: vamos por tus maracas, no puedes seguir ensayando con lápices en las manos. Nos subimos a un camión Arcos de Belén. El boleto costaba 30 centavos, también había camiones de 40 centavos, más chatos, más potentes, como los Santa María. Pero éste no es un artículo del transporte público, sino de mi mamá, las maracas y los festivales del 10 de mayo. Mi madre se acercaba a los 50 años. Era una mujer pequeña y esbelta que llevaba con ella un rostro de facciones finas y una mirada de ojos negros con la que decía y deshacía. Después de perder y ganar una tarde en el mercado de Sonora en el cual a mi madre le decían güerita en los pasillos, regresamos a casa con maracas. Fue amor a primera vista. Me refiero a las maracas: las adoré. Grandes, rojas, repletas de semillas que resonaban, si las agitabas, como un aguacero de mayo.

En alguna mudanza, las maracas se perdieron. Ni yo mismo supe cuándo, las abandoné un día y desapareci­eron para siempre. La vida ha pasado desde entonces. Recuerdo a mi mamá tranquilo, sin lágrimas. Solo a veces, como en estos días, una vaga congoja me recuerda que nunca volveré a verla. Grasa Amberes para calzado. Desde luego, solo faltaba que el hijo de mi madre no llegara de tez negra y con maracas al festival de las madres.

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