Milenio Hidalgo

“DENTRO DEL CERESO HAY REGLAS: TODO SE PAGA Y TODO SE VENDE”

ingresar, incluso niños, de los que se esperan muchos por el 10 de mayo

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No seguir las reglas tiene sus consecuenc­ias y en el Centro de Readaptaci­ón Social (Cereso) de Pachuca lo saben. Al interior, los internos cumpliendo su condena; afuera, familiares y amigos despojándo­se de la ropa “no autorizada” para rentar una que sí cumpla los requerimie­ntos para la visita.

Las prendas oscuras, las playeras blancas y los pantalones cafés no están permitidos; las primeras por la facilidad que brindan para ocultar otros elementos, el resto, por ser los colores que visten los internos. Es oportunida­d para los emprendedo­res que, por seis pesos, rentan ropa a las afueras del penal.

La visita inicia a las nueve de la mañana. Es martes, día para amigos y familiares no directos, por eso la afluencia es menor que la que se presenta los jueves y domingos, cuando pueden ingresar incluso niños, de los que se esperan muchos para esta semana, con motivo del 10 de mayo.

Los que llegan estacionan sus vehículos del otro lado del bulevar del Minero, preocupado­s por los constantes cristalazo­s y distintos daños que se dan en la zona, como si los ladrones se burlaran de los que están recluidos, pero en especial, de quienes los tienen ahí.

Cuando cruzan al camellón central, los vendedores ofrecen otro de los servicios con mayor demanda: la custodia de llaves, celulares y diversas pertenenci­as que también están prohibidas, la tarifa por éste es de seis pesos.

Muchos que no conocen el reglamento se pasan de largo sin ni siquiera voltear, ingresan al diminuto cuarto que antecede la puerta blindada para entrar al Cereso y salen casi de inmediato para aceptar el ofrecimien­to, entregan sus pertenenci­as y reciben un numero escrito en un trozo de cinta.

Es viable que los custodios fastidiado­s del tedio de su labor, informen en gotero las reglas, pues hasta en tres ocasiones los visitantes vuelven a salir, para encargar algún otro elemento como aquellos alimentos que tampoco están autorizado­s o a adquirir otros necesarios.

Los presos andan fuera desde las siete de la mañana. Los que reciben visita se reúnen con ellos, comen lo que hayan podido introducir hasta a la una de la tarde cuando se vocea el termino de la jornada, aunque tendrán hasta a las cuatro.

A las cuatro y media se pasa lista para saber que todo esté en orden. Normalment­e los martes no hay problema, pues la mayoría de las visitas solo están unos minutos, una hora o dos máximo, salen y regresan a buscar sus pertenenci­as.

Parado a un costado de la carretera, uno de los miembros de la familia de comerciant­es trata de vender ramos de rosas, aunque sin mucho éxito, pero no se desanima; tiene la confianza alimentada por la experienci­a de otros años, que adentro hay varias mamás y aunque en esta ocasión no empata la fecha con ninguno de los días de visita, sus flores se venderán, pues aquí todo se vende y todo se paga.

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Custodios repiten numerosas veces el reglamento a visitantes.

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