Milenio Hidalgo

DÍA DE LAS MADRES EN EL PANTEÓN

“Cómo han pasado los años, las vueltas que dio la vida…”

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Cómo han pasado los años, las vueltas que dio la vida…”, canta con entonación añorante una mujer a su madre, sentada frente a su tumba en el Panteón Municipal de Pachuca, con los ojos bañados en lágrimas que deposita en un pañuelo y flores en un jarrón.

Acompañada­s con la voz de la finada Rocío Dúrcal desde la bocina de un celular, madre e hija se reencontra­ron la tarde de ayer. Ahí, la visitante acariciaba la lápida fría como si lo hiciera a la mano que tanto le dio en vida; abraza su bolso anaranjado a falta de su viejita y en secreto murmura: “nada nos va a separar”.

A pasos de ahí, una joven preguntó con molestia a su madre “¿traes los zapatos que te regalé?”, al ver la tierra cubriendo su calzado. La aludida responde de inmediato “no, son otros”, mientras continúa su andar cargando una cubeta y dentro de ésta una escoba, para tranquilid­ad de la hija, quien aliviada volvió su atención a su teléfono celular.

La conmemorac­ión a las madres cayó en miércoles, un mal día para las que “moran” en el camposanto.

Hubo visitas, por supuesto, pero no como en el Día del Padre, que se festeja en domingo. La afluencia de visitantes era grande por momentos.

No hubo tiempo para visitarlas ahí, como quizá no lo hubo cuando aun vivían.

Afuera del cementerio, los tríos norteños descansaba­n a la sombra de los árboles, cansados del rechazo de quienes se les hizo caro pagar 20 pesos por una canción, adentro los imitaban quienes prestan el servicio de acarreo de agua.

“La gente ya no viene como antes”, afirma uno de ellos luego de pelar entre sus manos una pepita y llevarla a su boca, hace varios años que acude al panteón a ofrecer también sus servicios de albañilerí­a para el mantenimie­nto de las tumbas, tiene la esperanza de que en lo que resta de la semana, haya más visitantes.

Un cortejo fúnebre irrumpe en el recinto, la gente sobre la calzada se orilla, guardan silencio, algunos se detienen a observar a los dolientes que viajan en cinco vehículos, detrás de ropas negras y gafas que no ocultan su dolor, “mira, un muertito…y en pleno Día de las Madres”, murmura alguien que no recibe respuesta.

Así, en silencio, tres generacion­es de una familia entra con rapidez al cementerio, rodean una tumba con gesto solemne, colocan las flores en los recipiente­s destinados para ello y luego de un minuto de silencio, salen tan apresurado­s como llegaron.

Mientras tanto, debajo del arco que colocó el ayuntamien­to para dar la bienvenida a los visitantes, cruza una niña pequeña con el cabello recogido y un hermoso vestido blanco, mirando todo a su paso: las flores, las tumbas, la gente que viene y va.

“¿Aquí está mi abuelita, mami?”, interroga a la mujer que la lleva de la mano, quien pese a la sonrisa, no evita que se le escape una lágrima mientras asiente con la cabeza.

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No llegaron muchos visitantes al cementerio pachuqueño.

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