TRUMP EN ISRAEL, ENTRE IVANKA Y LOS PALESTINOS
El viaje del presidente de EU a la zona no despeja la incógnita de cuál será el camino hacia la paz
Los asesores más estrechos del presidente de EU, Donald Trump, se encuentran casi siempre dos pasos detrás de él en su visita a Israel: se trata de su hija Ivanka y su yerno, Jared Kushner. Que Ivanka se haya convertido al judaísmo y Kushner proceda de una familia judía estrictamente religiosa genera gran interés en Israel.
Quizá por eso los medios locales se hicieron eco enseguida del momento en el que la hija de Trump derramó una lágrima de emoción en el Muro de las Lamentaciones en Jerusalén, lo que según medios de prensa israelíes “conmovió a los corazones judíos”.
“Me conmovió profundamente visitar el lugar más sagrado de mi fe y dejar una carta con una oración”, escribió Ivanka en Twitter, donde tiene casi 4 millones de seguidores. Kushner es considerado un hombre en las sombras en la Casa Blanca. Trump le ha encargado la paz en Oriente Medio.
Ivanka se convirtió al judaísmo al casarse con Kushner en 2009. La introducción en las reglas religiosas es complicada y dura al menos un año. Los conversos deben aprender a leer hebreo, todas las normas de la doctrina judía y deben cambiar por completo su estilo de vida. El matrimonio, que ya tiene tres hijos, se atiene a las estrictas reglas del día de descanso judío, el sabbat. Para poder viajar en sábado con Trump, la pareja obtuvo el permiso de un rabino, según la Casa Blanca.
Tanto Ivanka como Donald Trump y su esposa Melania acudieron al Muro de las Lamentaciones, siendo la primera vez que un presidente de EU en ejercicio visita el sitio sagrado del judaísmo.
Pero lejos de las tormentas políticas que enfrenta en Estados Unidos, Trump fue recibido el lunes con muestras de amistad. Desde su aterrizaje en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv hasta su cena con el primer ministro Benjamín Netanyahu, se vio beneficiado de una deferencia bastante inusual, y respondió de la misma manera. Trump se ciñó a un guión disciplinado, evitando abordar cualquier tema espinoso, como la continuación de la colonización o el traslado de la embajada de EU a Jerusalén.
A la vez, tampoco se hizo ninguna precisión sobre la manera en la cual la administración Trump piensa triunfar ahí donde todos sus antecesores han fracasado, llegando al “acuerdo último” entre israelíes y palestinos. Netanyahu estaba radiante y aliviado: no recibió ninguna presión o crítica. Tampoco hubo referencia alguna al Estado palestino y los llamados reiterados a la paz en un marco regional fueron también de consenso y vagos.
Ayer en Belén, en la Cisjordania ocupada, Trump se comprometió a “hacer todo” para ayudar a israelíes y palestinos a llegar a un acuerdo de paz y se dijo “decidido” a intentar alcanzar dicho acuerdo en presidente del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas. A su vez, Abas abogó por la solución de los dos Estados, que implica la creación de un Estado palestino independiente, sobre lo que Trump no dijo nada. Abas subrayó que su “problema fundamental no es contra el judaísmo como religión sino contra la ocupación”.
El domingo por la noche, el gobierno israelí adoptó “a petición” de Trump, algunas medias para facilitar la vida de los palestinos y favorecer su economía, especialmente sus viajes al extranjero y los desplazamientos de decenas de miles de palestinos que cada día van a trabajar a Israel. Pero estos gestos de “buena voluntad” no son suficientes para avanzar en la resolución de un conflicto de casi 70 años.