Milenio Hidalgo

Tres poetas y una abuelita

- José de la Colina

Aeso de las 11 de la noche EL JOVENAZO el hombre,(de unos 70 años, con aspecto que mi psicosocio­logía amateur fichó como de burócrata menor recienteme­nte despedido, entró en el semivacío vagón del Metro, tosió para aclararse la garganta, se disculpó por “la molestia que nos causaba”, requirió nuestra “amable atención” para unos versos suyos escritos “en memoria de alguien muy querido”, y empezó: “Años hace que murió Abuelita...”. Así, de decasílabo en decasílabo, nos informó de que durante el entierro de su abuelita los parientes lo habían regañado porque él no derramaba una sola lágrima, pero que ahora solo él se acordaba de la anciana, pues (¡admirable final!) “su recuerdo fuerza cobró/ como del árbol en la corteza/ se ahonda el nombre que se escribió”.

En el vagón hubo un enternecid­o silencio, un viajero estuvo a punto de aplaudir pero se contuvo, y el hombre recorrió el pasillo del vagón ofreciendo, a cambio de “lo que sea de su voluntad”, el poema “debido a la pobre inspiració­n de un servidor”.

Colectó no pocas monedas y luego se sentó a mi lado. Leí su nombre y apellido al pie del último decasílabo: Higinio Oropeza, y tuvimos un breve diálogo que va seguido por asuntos de espacio.

—¿Hace mucho que escribió usted este poema? —Sí, señor, hace como unos 50 años; quería ser poeta, pero, qué le cuento, no se pudo... la vida es canija. —Y más el que la aguante. —Sí, señor, yo escribía mis versitos inspirándo­me en los poetas que me gustaban. –Por ejemplo don Manuel Gutierrez Nájera. —Así es, señor, ¿cómo adivinó? —¡Ejem!, yo también soy admirador del gran poeta, que por cierto también le hizo unos versos a su abuelita. —En efecto, señor, él también... y [tras un carraspeo] disculpe, con su permiso, aquí me bajo.

El hombre se levantó y descendió y yo me quedé meditando en los prodigios de una inspiració­n poética digamos universal que del sigl o XIX al XXI hace pasar un bello poema desde el francés Gérard de Nerval al mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y de éste al también mexicano don Higinio Oropeza, quizá burócrata menor recienteme­nte despedido.

¡Y una sola abuelita inspirador­a de tres poetas a través de siglo y medio!

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