Milenio Hidalgo

UNA CENA BIEN SABROSA CON EL GENERAL

El popular reguetoner­o Edgardo Franco, El General, reapareció hace unos días en la televisión peruana convertido en predicador de los Testigos de Jehová. Entre el meneo y el perreo, existió un personaje sencillo y amable que hoy, con todo respeto, cayó en

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dedicar a la producción musical y que le iba hacer un disco a su novia Anayka (la primera mujer a la que vi perreando en sus videos). Que el ambiente y el negocio se habían maleado. Que ya tú sabes.

Cenó, se acomodó el sombrero y se fue, como un ceniciento antes de que se terminara el encanto. Tenía una presentaci­ón de año nuevo en un club de Miami. “¿Pero qué es lo que tú quiere?”, decía al despedirse, “¿fama y dinero, o una vida serena y chévere?” Quizá ese fue su conflicto, era millonario y famoso, pero el trabajo en los escenarios le impedía disfrutar una cena cálida o una vida familiar. La impresión que daba era la de ser un hombre sencillo (no usaba cadenas de oro, solo un reloj discreto) que contagiaba ritmo y entusiasmo en la gente, con un carisma especial para las mujeres. Al año siguiente volvió a ser noticia, se salió del clóset religioso para declararse Testigo de Jehová. Que su misión era alabar a Dios. Ignoro qué pudo haber sucedido para que tal conversión se llevara a cabo, posiblemen­te era algo que ya se cocinaba en su mente cuando compartimo­s aquel delicioso lechón.

Ahora vuelve a mover los medios con sus confesione­s religiosas, desligándo­se de su trabajo musical y condenándo­lo a las llamas del infierno. Allá van dos décadas de puro reguetón que se lleva el diablo, a la mielda (cual debe ser, dirán muchos). Lo mismo le ha sucedido a tantos artistas y estrellas del espectácul­o como Juan Luis Guerra, Yuri, Fermin IV de Control Cachete y Vico C. En un abrir y cerrar de ojos descubren a Cristo y siguen adelante con sus carreras cantándole al Señor. El General no, él no hará de su religión un show musical porque ya explicó que esas son cosas diabólicas. Ahora se dedica a predicar La Palabra en Panamá y encabeza la Fundación Niños Pobres Sin Frontera. No dudo de sus buenas intencione­s, pero esperemos novedades. Para bien y para mal, Jehová le ha dado el don de la música. Y desperdici­ar un don es un pecado muy grave. Después de ese encuentro cercano con Edgardo Franco le doy seguimient­o al reguetón, es una prueba más de que la música es un ente vivo y promiscuo que se mueve y evoluciona sin importarle nuestros gustos y prejuicios. Recordé aquella anécdota sobre su creador deseando que no haya cambiado tanto y que, pum pum, siga siendo un tipazo.

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