Re-pensar y re-hacer la escuela
Una de las cuestiones más relevantes en cualquier reforma que se emprenda para mejorar la educación, es pensar y repensar el papel de la escuela. Quienes desarrollan una escolaridad regular, pasan de manera consecutiva más de quince años en la escuela. La escuela les ofrece una experiencia y conocimientos diversos en todos los ámbitos de la vida, algunos más cercanos a la realidad de su entorno y otros más lejanos. Aquí se sitúa uno de los puntos más relevantes en relación a las políticas educativas: la articulación de la escuela con su entorno. Deriva lo anterior en la implementación de estrategias de orden curricular, de formación de maestros, de enseñanza, de aprendizaje y de gestión. Re-pensar y re-hacer la escuela entonces, tiene que ver con repensar la política y el papel que juegan los actores en una comunidad escolar.
Los esquemas de pensamiento que actualmente promueve la política educativa, giran en torno a concepciones de autonomía, colectividad y de mejora, ligadas entre sí y que se pueden advertir en la idea siguiente: La autonomía escolar tiene por objeto que, en cada escuela, se constituya una comunidad y un proyecto de trabajo donde prevalezcan una visión común, comunicación, coordinación y colaboración efectivas entre directivos, docentes, alumnos, padres de familia y autoridades en torno al propósito de mejorar continuamente el servicio educativo y establecer los mejores caminos para hacerlo. (SEB/ DGDC, 2017)
La aspiración parece buena, sin embargo, las condiciones para alcanzarla no son las más adecuadas y más aún, las estrategias que la actual política educativa ha emprendido. ¿Qué condiciones y estrategias son necesarias para alcanzar la autonomía, colectividad y mejora en las escuelas? Sin duda alguna, el inicio es un proceso formativo sólido con los maestros para repensar estos conceptos desde un plano epistemológico y teórico que les permita una verdadera apropiación de ellos. Bajo este supuesto, se piensa a la comunidad educativa con sus actores, roles, expectativas, no cómo elementos acabados e inamovibles en sus posibilidades de acción sino en permanente construcción. Una comunidad escolar que se construye y reconstruye en lo cotidiano de sus prácticas educativas institucionales y que se reconocen en sus relaciones sociales específicas. Es decir, se reconoce a la escuela y sus miembros en su particularidad. Esto abre el camino al sentido de pertenencia a una comunidad y sienta las bases para la colectividad, autonomía y mejora. Y el sentido que se le da a la escuela es, por un lado, como el de una construcción compartida por actores diversos; y por otra, orientada a mejorar el proceso de aprendizaje de los alumnos. Entonces una condición básica es repensar la escuela como una Institución abierta que apueste a una dinámica y estilo organizacional abierto al aprendizaje de todos sus miembros. Al respecto Patricio Chaves (1996) nos dice que “La escuela debe crear permanentemente las mejores condiciones para el aprendizaje de los sujetos a partir de los distintos procesos que se llevan a cabo en la Institución; y tales procesos están constituidos por las relaciones e interacciones del individuo con su medio y con otros individuos. Por lo tanto el proceso pedagógico se verifica en todo el espacio escolar, en toda la institución y en todo momento.”
La idea de la escuela entonces, en el plano de re-pensarla y re-hacerla, debe ser vista en relación con otros factores ubicados espacial y temporalmente, con características culturales y geográficas específicas e interaccionando de forma particular en un proyecto de vida de los sujetos. Para ello es necesario repensar la articulación escuela - contexto con la finalidad de identificar aquellos factores que están dificultando o facilitando las condiciones para enseñar y aprender con la intención de analizar las principales diferencias y semejanzas. En este sentido, López y Tedesco (2002) plantean que “frente a un horizonte de búsqueda de mayor equidad y cohesión social, se instala la necesidad de promover una articulación compleja de las políticas educativas con políticas económicas de promoción social, de salud, de familia, de fortalecimiento comunitario, etc. Esto lleva a la necesidad de profundizar en los esfuerzos por pasar de prácticas políticas sectoriales hacia una visión integrada y transversal de las políticas de desarrollo, entre las cuales las educativas ocupan un lugar de privilegio”.
Finalmente, reitero que la necesidad de re-pensar y rehacer la escuela, requiere como condición básica que se le considere como unidad de análisis y de intervención de políticas públicas en su particularidad, condición indispensable para el logro de una educación de calidad y equidad, entendiendo que cada escuela es una configuración única y compleja que habrá que comprender para transformar. De ahí que una buena política pública con este enfoque necesite reparar en las particularidades que allí se expresan. Con esta condición, es posible entonces que los actores reorienten el sentido de sus roles y funciones.