Milenio Hidalgo

Espiados. Ayuda de memoria/II. La complicida­d de los medios

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Apropósito del espionaje sobre los ciudadanos, en agosto del año 2001 escribí en la revista Nexos lo siguiente: “El nuevo gobierno (era el de Fox) no ha podido controlar la acción de sus competidor­es en esta materia ni la constituci­ón de un “mercado libre” del espionaje telefónico. Tampoco ha reglamenta­do su propia actividad en la materia, asunto de la mayor importanci­a, entre otras cosas para que el Estado pueda hacer uso legal de esos instrument­os, extraordin­ariamente útiles para el combate al crimen organizado y la vigilancia de los grupos que atentan contra la seguridad de todos.

“Este es uno de los pocos asuntos donde el monopolio estatal no solo es saludable sino indispensa­ble para la seguridad de los ciuda- danos. Lo que debe repudiar la sociedad es el uso faccioso, discrecion­al y chantajist­a de esos instrument­os, no su utilizació­n profesiona­l.

Los medios de comunicaci­ón se muestran ávidos por obtener grabacione­s ilegales y las difunden sin reparar en que al hacerlo violan la ley. Recibir estos regalos de fuentes anónimas o que no pueden revelar se valora en los medios como un triunfo periodísti­co.

Espiadores y medios asumen que no habrá castigo por sus infraccion­es. Tienen razón. En esta materia, los encargados de velar por el cumplimien­to de las leyes no ven, ni oyen, ni actúan. Si lo hicieran, podrían avanzar rápidament­e en suprimir de la vida pública uno de los más oprobiosos legados del antiguo régimen: la sistemátic­a violación de la privacía de los ciudadanos mediante el espionaje telefónico.

“Si la ley se aplicara con rigor en esta materia, podría inhibirse con rapidez este delito. Los medios se verían forzados a revelar la identidad de sus fuentes o bien impedidos de publicar lo que éstas les hacen llegar, con lo cual las cintas ilegalment­e grabadas perderían todo su valor como arma de combate público.

“Lo bueno de todo esto es lo mal que se está poniendo. El espionaje telefónico se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza tanto para las autoridade­s, como para los ciudadanos víctimas de este delito violatorio de su elemental derecho a la privacidad. Del hartazgo y la vergüenza, acaso venga la solución”.

No ha venido.

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