Milenio Hidalgo

“GRACIAS, HELMUT KOHL”

Mandatario­s y ex jefes de gobierno y de Estado rindieron ayer, durante las ceremonais fúnebres, tributo al ex mandatario alemán que unificó su país y promovió la Unión Europea

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Las banderas ondeaban a media asta en el Parlamento Europeo en Estrasburg­o, mientras soldados alemanes colocaban en el centro de la sala plenaria el ataúd cubierto con la enseña azul de la Unión Europea que impulsó el difunto ex canciller alemán Helmut Kohl.

La orquesta de la Universida­d de Estrasburg­o entonó la marcha fúnebre de Georg Friedrich Händel para dar comienzo al primer funeral de Estado europeo al líder germano, fallecido el 16 de junio a los 87 años.

Mandatario­s y ex jefes de gobierno y de Estado del continente y del mundo se dieron cita para honrar la memoria de quien fue el artífice de la reunificac­ión de Alemania en 1990 y promovió la unidad de Europa para asegurar una convivenci­a pacífica, consciente del sufrimient­o causado por la Alemania nazi.

Su viuda y segunda esposa, Maike Richter-Kohl, se sentó rodeada por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el titular del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el de la Eurocámara, Antonio Tajani. La canciller alemana, Angela Merkel, tuvo a su lado al presidente francés, Emmanuel Macron, y al ex mandatario estadunide­nse Bill Clinton.

España estuvo representa­da por el rey emérito Juan Carlos, su esposa Sofía y por el ex presidente de gobierno Felipe González, quien recordó a Kohl con cariño.

Los representa­ntes de las institucio­nes europeas, Merkel, Macron, Clinton y el primer ministro de Rusia, Dimitri Medvédev, resaltaron el legado histórico de Kohl para Europa.

Evocaron el momento histórico en el que Kohl y el entonces presidente francés, el socialista François Mitterrand, se dieron la mano en 1984 ante las tumbas de los caídos en Verdun, escenario en 1916 de una de las más sangrienta­s batallas de la Primera Guerra Mundial, con medio millón de muertos.

Juncker llamó a Kohl “un gigante de la posguerra” y no ocultó sus emociones. “Aquí no está hablando el presidente de la Comisión, sino un amigo que se convirtió en presidente de la Comisión”.

“Yo quería a este hombre”, dijo Bill Clinton, quien recordó la legendaria voracidad del robusto líder germano. “Hillary decía que lo quería porque era la única persona con mayor apetito que yo”, contó y mencionó las numerosas ocasiones en las que habían cenado en el restaurant­e preferido de Kohl en Washington.

Los discursos estuvieron llenos de gratitud hacia Kohl. El luxemburgu­és Juncker agradeció en varios idiomas y el italiano Tajani cerró su alocución en alemán con un “Danke, Helmut Kohl” (Gracias, Helmut Kohl).

También expresó su gratitud Merkel, la alemana oriental que Kohl incorporó como ministra más joven de su primer gabinete de la Alemania reunificad­a y que acabó distancián­dose de él por un escándalo de donaciones ilegales que los separó hasta el fin.

“Querido canciller Helmut Kohl, usted jugó un papel decisivo para que yo hoy esté aquí. Gracias por las oportunida­des que me dio”, dijo Merkel. La canciller volvió a su asiento, pero acto seguido se levantó y fue a saludar a la viuda de Kohl, quien se mostró agradecida.

El féretro fue trasladado en helicópter­o a Alemania, donde fue cubierto con una bandera germana y llevado en coche por su ciudad natal, Ludwigshaf­en, donde la gente aplaudió el paso del cortejo fúnebre.

Los restos mortales fueron llevados a bordo del Mainz, un barco usado para excursione­s de invitados oficiales como el presidente mexicano José López Portillo en 1980. El derrotero de 20 kilómetros por el río Rin culminó en Espira, la ciudad en la que Kohl se refugió de niño con su familia tras el bombardeo de su ciudad natal.

“Gracias, Helmut. Bienvenido de regreso a Espira”, rezaba un cartel colgado de un puente sobre el Rin.

En la catedral de Espira, el obispo católico Karl-Heinz Wiesemann ofició una misa de réquiem a la que acudieron 900 invitados, mientras otros varios centenares siguieron los responsos desde fuera a través de una pantalla gigante.

Tras una ceremonia militar, los restos mortales de Kohl fueron inhumados en un cementerio cercano a la catedral de Espira en un círculo íntimo, y no en la tumba familiar en Ludwigshaf­en junto a su primera mujer, Hannelore.

Los hijos de Kohl, Walter y Peter, fueron los grandes ausentes de la despedida del estadista. Ambos están enemistado­s con la segunda esposa, a la que acusan de haber aislado al padre de la familia y de sus colaborado­res más cercanos.

“Usted jugó un papel decisivo para que yo esté aquí. Gracias por las oportunida­des”: Merkel

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ROLAND HOLSCHNEID­ER/AP Bill Clinton recordó la pasión de Kohl por la comida.

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