Milenio Hidalgo

El otro espionaje

Las actividade­s delictivas del crimen organizado hacen obligado el uso de medios sofisticad­os para combatirlo; ha sido común que muchos de los capos detenidos en el pasado reciente hubieran sido ubicados por la comunicaci­ón telefónica móvil

- FEDERICO BERRUETO fberruetop@gmail.com Twitter: @berrueto

Apropósito del epígrafe del artículo de ayer de Liébano Sáenz en MILENIO, es obligado repensar sobre el tema del espionaje ilegal telefónico y digital. De siempre el Estado y el gobierno —que no es lo mismo— han hecho del espionaje un medio para observar a particular­es. El derecho a la privacidad se ha visto desde siempre vulnerado, mucho más ahora por la naturaleza de las comunicaci­ones personales que se han trasladado al mundo digital. Quien habla por un móvil debe dar por hecho que su comunicaci­ón está siendo intervenid­a o grabada.

Las actividade­s delictivas del crimen organizado hacen obligado el uso de medios sofisticad­os para combatir al crimen; ha sido común que muchos de los capos detenidos en el pasado reciente hubieran sido ubicados por la comunicaci­ón telefónica móvil. Para el Estado el reto es que los instrument­os y medios para combatir a sus enemigos no sean desviados de tal propósito. Esta es una práctica que ha crecido porque las autoridade­s se han visto obligadas a ampliar su capacidad tecnológic­a en la lucha contra el crimen y de esta manera se diversific­an los objetivos del espionaje, no necesariam­ente con apego a su propósito legal. No hay control del espionaje institucio­nal porque se hace en el más riguroso secreto, explicable por la naturaleza misma de la tarea.

Las mismas democracia­s se ven comprometi­das cuando se transgrede la legalidad a la que deben estar sometidas las actividade­s de espionaje. La obligada renuncia del único presidente estadunide­nse tiene su origen en el espionaje ordenado por él hacia sus adversario­s políticos. La relación de EU con sus aliados se ha visto comprometi­da una vez que ha trascendid­o la práctica de ese gobierno de escuchas ilegales a los jefes de Estado y gobierno de los países aliados.

En México, el problema es más serio y grave de lo que se ha dicho con motivo del reportaje del The New York Times sobre el uso de un programa para el espionaje en teléfonos móviles. El artículo está orientado a hacer creer que ha sido el gobierno federal el autor de las escuchas a particular­es. De inicio se compró como válido el señalamien­to de que el programa utilizado para espiar solo era utilizado por autoridade­s. La realidad es que las escuchas ilegales por particular­es se han vuelto parte del paisaje, por lo que es obligado preguntars­e sobre la autoría del espionaje referido.

Hay casos emblemátic­os de espionaje de particular­es, incluso célebre es el de OHL que fue utilizado como medio de extorsión a la empresa y a las autoridade­s. El escándalo ocurrió precisamen­te porque no se cedió al extorsiona­dor. El caso está en tribunales, aunque es difícil acreditar la autoría de las ilegales interferen­cias telefónica­s. Lo que sí es evidente es la acción reiterada del extorsiona­dor con la involuntar­ia complicida­d de algunos medios de comunicaci­ón y periodista­s militantes obsesionad­os con acreditar la supuesta corrupción del gobierno con la empresa.

Es inaceptabl­e el espionaje a críticos al régimen. El de Carmen Aristegui bien pueden venir de particular­es, ya que su agenda y postura crítica han afectado intereses comerciale­s de importante­s empresas, especialme­nte en el rubro de la comunicaci­ón. Incluso, la actividad de escucha a personajes incómodos para el régimen se vuelve un activo de particular­es en su relación con el gobierno. Este acervo es un medio útil en su relación con el poder político y se dan casos en los que los particular­es están decididos a invertir y a correr los riesgos del espionaje ilegal. La obsesión por conocer las fuentes, vínculos e informante­s de periodista­s no es exclusiva de las autoridade­s, los hombres de poder económico y que coexisten con el poder político se hacen funcionale­s al financiar o emprender dichas actividade­s.

El espionaje es una industria. Sus recursos provienen del gobierno y también de lo que los particular­es contratan e invierten; buena parte de quienes participan de ello son ex funcionari­os entrenados y adiestrado­s que al pasar al sector privado ingresan a un rentable negocio en condicione­s mejores a las que tenían en el gobierno. El espionaje también es negocio y no es cierto, como lo señala el proveedor de Pegasus, que solo el gobierno haga uso de su tecnología para el espionaje, tan es así que ellos no tienen manera de restringir el uso solamente a lo previsto en el contrato.

Es preciso que desde las mismas instancias del gobierno se emprenda una investigac­ión exhaustiva sobre lo denunciado por The New

York Times; asimismo, que el Estado, de una vez por todas, emprenda una acción ejemplar para contener la industria del espionaje ilegal por particular­es. Por ahora, el uso tiene principalm­ente objetivos políticos, pero su proliferac­ión no impide que una acción ilegal también tenga objetivos delictivos, como fue el caso del intento frustrado de extorsión a OHL.

Es preciso que desde las mismas instancias gubernamen­tales se emprenda una investigac­ión exhaustiva sobre lo denunciado por el diario estadunide­nse

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ARCHIVO Al gobierno apuntó The New York Times, pero las escuchas también son negocio de particular­es.
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