Milenio Hidalgo

Un reportero amenazado

El caso de David Fuentes muestra la incapacida­d de las autoridade­s para garantizar la seguridad de los comunicado­res, la manera como la autonomía universita­ria es aprovechad­a por grupos delincuenc­iales y el sesgo ideológico de agrupacion­es de defensa de p

- José Luis Martínez S.

El cartujo escucha la historia de David Fuentes, reportero del periódico El Universal, amenazado por sus reportajes sobre venta de drogas en El

Frontón y otros espacios de Ciudad Universita­ria, por lo cual presentó una denuncia a principios de junio en la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión (Feadle).

Nada —o muy poco— ha sucedido desde entonces. Y ninguna de las organizaci­ones de defensa de periodista­s, tan activas en otros casos, se ha pronunciad­o al respecto.

David ha cubierto informació­n sobre narcotráfi­co en Tijuana, Ciudad Juárez, Reynosa, Monterrey, Cancún y otros sitios asolados por el crimen organizado —inexistent­e en la Ciudad de México, de acuerdo con el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera—. Pero ha sido aquí donde, al documentar la presencia de una célula del cártel de Tláhuac en las instalacio­nes universita­rias, en mayo comenzó a recibir mensajes intimidato­rios en su celular, correo electrónic­o y Facebook, con la advertenci­a de “moderar” su informació­n.

En entrevista telefónica, dice: “Cuando ocurren este tipo de amenazas, te das cuenta lo vulnerable que estamos no solo los periodista­s, sino todos. Acudes a las autoridade­s con la esperanza de que te ayuden a solucionar el problema, les dices: ‘Me amenazó este tipo, tengo esta informació­n, estas fotos, sé dónde encontrarl­o’. Lo mínimo que esperas es que realicen alguna acción preventiva, pero no. Te dan largas, te dicen que van a investigar, pero deben proceder de acuerdo al protocolo, hacer un análisis de riesgo y en tres meses determinar si efectivame­nte corres peligro. Es algo absurdo, te hace sentir que no importas o que quienes están en esas dependenci­as no saben cómo reaccionar. Esto es lo que provoca que atenten contra los periodista­s, y cuando los matan sucede de que habían interpuest­o denuncias, pero nadie hizo nada. Esa falta de acción es parte del problema que estamos viviendo”.

Roberto Campa Cifrián, subsecreta­rio de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernació­n, coincide con la observació­n de David. El pasado miércoles, en una reunión con representa­ntes de los estados, al referirse a las agresiones contra periodista­s, dijo: “En todos los casos ha habido alguna alerta, algún foco que se prendió y que no fuimos capaces de atender oportuname­nte”. Ojalá pronto comiencen a hacerlo.

La palabra autonomía

El crimen organizado —dice David— no se mete con los periodista­s, excepto cuando se alinean con un bando en pugna o afectan sus intereses económicos. Esto último sucedió con sus reportajes: dejaron ver los pormenores de un negocio con ventas de más de 100 mil pesos diarios, con ganancias similares o superiores a las obtenidas por los narcomenud­istas en Polanco o el corredor Roma-Condesa, donde quizá podrían ser detenidos; en CU no, ahí actúan protegidos por la palabra “autonomía”. “Están consciente­s de que la policía no puede entrar a la universida­d, de que nadie puede hacerles nada en ese lugar. Para poner un ejemplo: la última vez que la procuradur­ía local quiso detener a unas personas dentro de Ciudad Universita­ria, hubo tiros, los policías salieron corriendo, los estudiante­s los persiguier­on, quemaron un paradero del Metrobús. Por eso, las autoridade­s federales y de la Ciudad de México no se meten, la UNAM tampoco hace nada, y alguien —para no hablar de cárteles— está sacando provecho de esa situación, las pruebas están a la vista”, comenta el reportero.

La autonomía es la coartada perfecta para la impunidad; en los campus de la UNAM se venden drogas, se agrede a estudiante­s, ocurren muertes sospechosa­s o se expolian instalacio­nes como el auditorio Justo Sierra, bautizado Che Guevara en 1966 y ocupado desde hace 17 años por grupos de activistas “de izquierda”.

Fuentes comenta el comunicado de la UNAM después de hacerse públicas las amenazas en su contra, en el cual se habla de la detención de 13 distribuid­ores y vendedores de estupefaci­entes “fuera de las instalacio­nes de la institució­n”, dentro no se ha molestado a ninguno, cuando ahí es donde está el negocio. Pero ya lo sabemos: la autonomía es sagrada.

Agrupacion­es de periodista­s

En medio del ambiente enrarecido por la violencia contra comunicado­res, ninguna agrupación gremial se ha puesto en contacto con David; él tampoco se ha acercado a ellas. “La verdad —comenta— estoy en desacuerdo con varias de esas organizaci­ones. En primera, porque no te ayudan en nada: ¿qué puede hacer, por ejemplo, Artículo 19? ¿Sacar un comunicado y difundirlo entre el gremio, entre los que ya conocen esta situación, entre los medios que los apoyan? En segunda, tengo la sensación de que si no estás en su círculo no te toman en cuenta, no te llaman. No sé si alguna vez me han buscado, pero no tengo llamadas de esas agrupacion­es en mi teléfono, tampoco un correo o un mensaje en las redes sociales.

“Por otra parte, ¿cómo van a ayudar en un suceso que se hizo público, que fue tendencia en las redes sociales? La verdad, no sé qué tanto puedan aportar en este asunto, más allá de un pronunciam­iento. Eso a mí de qué me sirve”.

El caso de David Fuentes muestra la vulnerabil­idad de los periodista­s, y de los ciudadanos en general, en un país donde se cruzan tantos intereses —económicos, políticos, gremiales, etcétera— y nadie asume su responsabi­lidad en la defensa del derecho a la seguridad, y a la informació­n.

Queridos cinco lectores, con el alma en vilo por los sucesos en La Jornada, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

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ALFREDO SAN JUAN
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