Aliadófilo y coalicionista
Las alianzas electorales y las coaliciones de gobierno son temas recurrentes aquí y en otros países. Al aproximarse las elecciones surgen propuestas pululantes.
La proliferación de candidatos de partidos, más los independientes, han fragmentado los votos y, salvo excepciones, nadie alcanza la mayoría de los sufragios emitidos; menos si se cuenta la población con derecho a elegir.
Sin ser la panacea, la segunda vuelta electoral corrige ese fenómeno. Si nadie obtiene la mayoría absoluta de sufragios, o el porcentaje mínimo exigido por la ley, los dos punteros participan en nueva contienda que decidirá al ganador. Esta fórmula tiene, además, la ventaja de moderar el lenguaje de los participantes, para lograr empatía con los electores que requieren para la eventual segunda competición.
Regresando a las alianzas electorales y a las coaliciones de gobierno (o gobiernos de coalición) deben verse como hermanas gemelas, porque las alianzas —bajo el tamiz de la ética política— se justifican si están sustentadas en un programa básico de gobierno.
Más aún, gramaticalmente alianza y coalición son sinónimos. Significan: unirse, ligarse o coligarse para un fin común. Lo que las distingue es el momento en que surgen. Las primeras, antes del proceso electoral; las segundas, cuando ya concluyó. Pero si aquellas solo se justifican si contienen programas de gobierno, en esencia son iguales.
Distinto será si el único propósito es evitar el triunfo de un partido o candidato, lo que resultaría inmoral, por constituir un fraude a la sociedad, la que está reclamando a la clase política altura de miras y privilegiar el bien común.
Por fortuna, los líderes del PAN y del PRD, así como muchos que vemos con simpatía la creación de un frente amplio opositor al PRI y a López Obrador han (hemos) insistido en que antes de definir en quién recaería la candidatura presidencial para el año próximo, es imprescindible el programa de gobierno, principalmente dirigido a combatir la pobreza, la discriminación, la violencia y la corrupción. Adicionalmente cabe señalar que las alianzas electorales, así concebidas, tienen ventaja frente a las coaliciones poselectorales, pues anticipan la complicada negociación que obligadamente se dará, con esta última fórmula, una vez pasados los comicios. Basta considerar los graves contratiempos en los países que por su sistema legal se ven obligados a formar gobiernos de coalición.
Ya veremos la calidad humana y política de dirigentes, aspirantes y suspirantes. Recordemos el esfuerzo fallido durante el proceso presidencial del año 2000.
Para concluir le diré que, a pesar del desafío que la tarea implica, estoy en favor de una gran alianza electoral si conlleva al gobierno de coalición. Soy aliadófilo y coalicionista.