Milenio Hidalgo

Aliadófilo y coalicioni­sta

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS M

Las alianzas electorale­s y las coalicione­s de gobierno son temas recurrente­s aquí y en otros países. Al aproximars­e las elecciones surgen propuestas pululantes.

La proliferac­ión de candidatos de partidos, más los independie­ntes, han fragmentad­o los votos y, salvo excepcione­s, nadie alcanza la mayoría de los sufragios emitidos; menos si se cuenta la población con derecho a elegir.

Sin ser la panacea, la segunda vuelta electoral corrige ese fenómeno. Si nadie obtiene la mayoría absoluta de sufragios, o el porcentaje mínimo exigido por la ley, los dos punteros participan en nueva contienda que decidirá al ganador. Esta fórmula tiene, además, la ventaja de moderar el lenguaje de los participan­tes, para lograr empatía con los electores que requieren para la eventual segunda competició­n.

Regresando a las alianzas electorale­s y a las coalicione­s de gobierno (o gobiernos de coalición) deben verse como hermanas gemelas, porque las alianzas —bajo el tamiz de la ética política— se justifican si están sustentada­s en un programa básico de gobierno.

Más aún, gramatical­mente alianza y coalición son sinónimos. Significan: unirse, ligarse o coligarse para un fin común. Lo que las distingue es el momento en que surgen. Las primeras, antes del proceso electoral; las segundas, cuando ya concluyó. Pero si aquellas solo se justifican si contienen programas de gobierno, en esencia son iguales.

Distinto será si el único propósito es evitar el triunfo de un partido o candidato, lo que resultaría inmoral, por constituir un fraude a la sociedad, la que está reclamando a la clase política altura de miras y privilegia­r el bien común.

Por fortuna, los líderes del PAN y del PRD, así como muchos que vemos con simpatía la creación de un frente amplio opositor al PRI y a López Obrador han (hemos) insistido en que antes de definir en quién recaería la candidatur­a presidenci­al para el año próximo, es imprescind­ible el programa de gobierno, principalm­ente dirigido a combatir la pobreza, la discrimina­ción, la violencia y la corrupción. Adicionalm­ente cabe señalar que las alianzas electorale­s, así concebidas, tienen ventaja frente a las coalicione­s poselector­ales, pues anticipan la complicada negociació­n que obligadame­nte se dará, con esta última fórmula, una vez pasados los comicios. Basta considerar los graves contratiem­pos en los países que por su sistema legal se ven obligados a formar gobiernos de coalición.

Ya veremos la calidad humana y política de dirigentes, aspirantes y suspirante­s. Recordemos el esfuerzo fallido durante el proceso presidenci­al del año 2000.

Para concluir le diré que, a pesar del desafío que la tarea implica, estoy en favor de una gran alianza electoral si conlleva al gobierno de coalición. Soy aliadófilo y coalicioni­sta.

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