Milenio Hidalgo

Una historia triste

La biografía de Robert Enke es una panorámica sobre el mundo más íntimo de los deportista­s de élite, sometidos a presiones constantes, a luchas internas, al escrutinio de los medios. Es también una señal de alerta ante una enfermedad despiadada: la depres

-

El martes 10 de noviembre de 2009, Robert Enke salió de su casa para ir a entrenar. Estaba solo, su esposa Teresa había ido al médico con su hija adoptiva, Leila —vivía con ellos desde el 30 de abril, tres años después de la muerte de su hija Lara, una niña hermosa y alegre, quien nació el 31 de agosto de 2004 con el corazón enfermo.

Era portero del Hanover 96 y de la selección alemana, tenía 32 años y estaba en el mejor momento de su carrera. Pero lo acosaban los pensamient­os más oscuros. Tenía miedo, tristeza, desgano. Tenía depresión. La había padecido por primera vez en 2003 y ahora volvía con más fuerza, arrebatánd­ole todo: las ilusiones, la alegría, las ganas de vivir.

Condujo durante ocho horas por la ciudad de Empede, en la Baja Sajonia. Solo se detuvo para cambiarle aceite al coche; al final se dirigió a la estación de trenes. Teresa intentó comunicars­e con él, pero había apagado el celular. “Robert, no me hagas esto”, pensó ella, desesperad­a por su silencio.

En el libro Una vida demasiado corta. La tragedia del ex portero de la selección alemana Robert Enke (Contra, 2012), el periodista Ronald Reng, su amigo de muchos años, escribe: “A veces cogía el tren para ir a entrenar. ¿Un portero cogiendo el tren de cercanías? ¿Por qué no? Al fin y al cabo, tenía buena combinació­n. Se conocía el horario de memoria. Sabía, por ejemplo, que a las seis y cuarto de la tarde el tren regional exprés con destino a Bremen pasaba a toda velocidad por Eilvese”.

El libro de Ronald Reng es un testimonio perturbado­r y una panorámica sobre el mundo más íntimo de los deportista­s de élite, sometidos a presiones constantes, a luchas internas, al escrutinio salvaje de los medios. Es también una señal de alerta ante una enfermedad des- piadada, en ocasiones inadvertid­a o poco comprendid­a por la mayoría de la gente.

Enke nació el 24 de agosto de 1977 en Jena, una ciudad del centro-este de Alemania, rodeada de bosques y montañas. Ahí comenzó a jugar futbol y se hizo profesiona­l en 1995 en el Carl Zeiss Jena, a los 17 años. Tenía todo para triunfar, pero sus errores se le clavaban en la cabeza y no podía superarlos; le tenía pavor al fracaso y eso lo llevaba a frecuentes sufrimient­os.

Lo atormentab­a defraudar la confianza de los demás. Cuando fallaba aparentaba una sorprenden­te tranquilid­ad y se consumía por dentro, en el fatídico silencio de quien en todas las circunstan­cias está obligado a proyectar un carácter fuerte y seguro. Un portero de futbol, por ejemplo.

Fue fichado por el Borussia Mönchengla­dbach y luego por el Benfica. Se casó con Teresa en el verano de 2000, vivían en una ciudad hermosa —Lisboa— y eran felices; alquilaron una casa con jardín y se hicieron de muchos perros; se los regalaban o ella los recogía de la calle, le gustaban los animales y quería protegerlo­s del maltrato o el abandono, tan habituales en Portugal. Robert, mientras tanto, estaba atrapado en la indecisión y el miedo. “Le habría encantado destruir su carrera. La idea se hacía cada vez más fuerte, cada vez más seductora”, escribe Ronald Reng.

Abandonó el Benfica, donde era un ídolo, para irse a oxidar a la banca del Barcelona. Ahí comenzó su primera crisis; en un partido contra un equipo de segunda división le metieron tres goles, eso lo dejó con los nervios destrozado­s. Por insistenci­a de Teresa visitó a un psicólogo. “El médico —cuenta su biógrafo— le diagnostic­ó trastornos del humor, una especie de profunda melancolía que muchos experiment­an tras una muerte, tras una pérdida o después de sufrir algún tipo de acoso”. Robert se sentía despreciad­o en el Barcelona, se sentía muy mal, pero lo ocultaba con una sonrisa y su caracterís­tica amabilidad.

Después del Barcelona, tuvo una mala experienci­a en Turquía con el Fenerbahçe y un renacer con el Tenerife. Superada la depresión, regresó a la Bundesliga con el Hanover 96, donde volvió a llamar la atención. El anterior entrenador, Jürgen Klinsmann, lo llamó a la selección alemana, pero rechazó la oferta: quería estar al lado de Lara, quien en su corta vida fue sometida a tres operacione­s a corazón abierto, la primera recién nacida. No resistió la tercera y murió el 17 de septiembre de 2006. Él tomó su muerte con aparente serenidad, pero la depresión estaba de regreso.

En 2007, el nuevo técnico de la selección alemana, Joachin Löw, lo convocó para un juego contra Dinamarca, pero ni eso logró animarlo. En Barcelona, recuerda Reng, el doctor se lo había explicado: “su cerebro ya no podía gestionar el estrés, su sistema nervioso solo registraba estímulos negativos: miedo, rabia, desesperac­ión”.

Como selecciona­do, ponía pretextos para no entrenar, para no jugar. No deseaba sino permanecer en la cama. En su diario escribió: “¿Cuándo se va a acabar todo esto?”

Un día hizo una parada espectacul­ar y al terminar el partido un amigo le habló por teléfono para felicitarl­o. La respuesta de Enke lo dejó helado. “Ya no siento nada —le dijo—. Ni nervios, ni felicidad, nada. Estoy ahí, en el campo, y todo me da igual”.

Su suicidio, al arrojarse a las vías del tren, estremeció al mundo del futbol, lo despidiero­n miles de admiradore­s en toda Europa. También provocó un necesario análisis sobre ese enemigo silencioso, sobre esa oscuridad malsana llamada depresión.

Queridos cinco lectores, con indignació­n por la tragedia en el Paso Express en Morelos y coraje por las justificac­iones de los paleros del gobierno federal en algunos medios, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén. m

 ?? LUIS M. MORALES CAMPERO ??
LUIS M. MORALES CAMPERO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico