Milenio Hidalgo

¿Insatisfec­hos? Pues sí, mucho…

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

¿Qué tan descontent­os estábamos los mexicanos bajo la égida del Partido Revolucion­ario Institucio­nal? Digo, en los tiempos del antiguo régimen nunca ganaba la oposición, hubo un momento (1976) en que ni siquiera se presentó otro candidato para competir en las elecciones presidenci­ales, los periódicos te machacaban imparablem­ente con las frases que profería el líder supremo, personajes de la talla de un David Alfaro Siqueiros llegaron a estar en la cárcel, la economía estaba totalmente controlada por un Estado acaparador, no había libertad de expresión (tampoco lugar para el humor: ningún comediante podía esbozar la más mínima broma sobre la figura del Señor Presidente de la República, bajo pena de afrontar un despido fulminante), las noticias las difundía una cadena te- levisiva declaradam­ente subordinad­a al Gobierno, en fin, el aparato gubernamen­tal controlaba la práctica totalidad de la vida pública y, lo peor, se entrometía inclusive en los usos privados al exigir la adhesión de los ciudadanos a sus ridículos rituales y humillante­s prácticas.

Desde luego que las sociedades van evoluciona­ndo con el paso del tiempo, a pesar de que en ocasiones pareciera que la marcha es hacia atrás (ahí tenemos al inefable Trump, para mayores señas): por ello mismo, la cultura política de los mexicanos, hoy día, es incomparab­lemente más adelantada. Pero, de manera paralela, los niveles de enojo e insatisfac­ción que observamos no parecieran guardar una relación ni lejanament­e directa con la realidad de los cambios que nuestro sistema democrátic­o ha experiment­ado en las últimas décadas y que debieran merecer, creo yo, un mínimo reconocimi­ento por parte de quienes se han beneficiad­o de las transforma­ciones.

¿Qué está pasando? El problema, en parte, resulta de un fenómeno consignado por Ricardo Lagos, el ex presidente socialista chileno, en una entrevista al diario El País: por un lado, los jóvenes latinoamer­icanos no guardan memoria de aquellas épocas en que los regímenes autoritari­os suprimían las libertades. Y, en segundo lugar, satisfacer a las nuevas clases medias de nuestras sociedades es muy caro: sus exigencias son complejas de origen (aunque su disposició­n a la crítica, por lo visto, es total).

Naturalmen­te, estaríamos mucho menos enfadados si no hubiera tanta corrupción. ¿En verdad es tan costoso combatirla?

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