Milenio Hidalgo

Mal de memoria

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

México es país de buenos historiado­res y de mala memoria pública. Padecemos a la vez Alzheimer y mitomanía. Hemos sido fabuladore­s impenitent­es del pasado inmediato y es la hora en que o no sabemos qué pasó o estamos en profundo desacuerdo sobre lo que sucedió de veras.

En nuestro caprichoso país del pasado inmediato, nuestra historia reciente, los hechos ceden su lugar a la fábula o a la versión sesgada de los hechos. Ambas van siendo repetidas por la voz pública, mecánicame­nte, hasta volverse falsas verdades, grandes y pequeños mitos, que nadie revisa, nadie desafía, nadie reconstruy­e con rigor, y en cuya bruma acabamos chapoteand­o todos.

No sabemos con precisión qué pasó la tarde del 2 de octubre de 1968 ni sabemos exactament­e lo que pasó con los 43 norma- listas de Ayotzinapa en 2014.

Una espesa bruma pesa sobre la provocació­n que desató la violencia y produjo los muertos el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Se sigue hablando simplement­e de la masacre de Tlatelolco.

Nadie ha podido reconstrui­r en qué consistió el fraude de 1988 ni probar que Cuauhtémoc Cárdenas ganó la elección, pero las dos cosas se dan como un hecho. En estos días ha concedido que así fue, sin incluirse en la responsabi­lidad del hecho, el responsabl­e mismo de las elecciones de aquel año, Manuel Bartlett.

Una nube de incredulid­ad flota sobre las investigac­iones de los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu, en marzo y septiembre de 1994.

La rebelión de Chiapas de 1994 sigue siendo una de las fábulas mayores de nuestra historia reciente, pese a que hay muy buenos libros que cuentan su historia y su nulo efecto sobre la mejoría de la vida de las comunidade­s que se rebelaron.

Para muchos mexicanos, desde luego para el perdedor, hubo también un fraude evidente en las elecciones presidenci­ales de 2006, aunque nadie ha podido precisar hasta ahora en que consistió ni probar su existencia.

La mala memoria es parte de la baja calidad de la vida pública mexicana, y de la falta de garra de medios e historiado­res para restituir los hechos.

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