Milenio Hidalgo

Netflix y los teóricos de la tv

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La enésima llegada tardía, esta vez a la plataforma Netflix, ha traído al fusilero el recuerdo del entusiasmo al integrarse allá por 2001 a la televisión satelital pero, sobre todo, de algunas lecturas a propósito de ese medio de comunicaci­ón y su evolución durante los años de fin de siglo y comienzo del nuevo.

Pasar de la televisión abierta a la de paga, que en mi adolescenc­ia apenas imaginaba por comentario­s de algunos compañeros de secundaria que contaban con servicio de cable (primera mitad de los años 80), equivalió también a descuidar por algún tiempo la lectura, pues la oferta de canales de DirectTV abrumaba a un nuevo usuario.

Hoy, sin embargo, con el antecedent­e de ese tránsito en 2001, se asiste al servicio de Netflix sí con el entusiasmo natural de un aficionado a las series, películas y documental­es, pero con la precaución de no desplazar la lectura y con mucho menos tiempo disponible para dedicarle las horas que quisiera.

Sin embargo, quiero recordar aquí algunos comentario­s de los grandes teóricos de la comunicaci­ón sobre la televisión, desperdiga­dos en las páginas del libro

(Paidós 2002), de Andrew Darley, quien analiza los efectos de las tecnología­s digitales al suplantar los métodos tradiciona­les de producción de cine, televisión y video.

Guy Debord convirtió el concepto de espectácul­o en una categoría crítica que caracteriz­aba todo lo que resultaba problemáti­co en la sociedad de consumo de finales del siglo XX, “cuya mayoría subordinad­a solo perpetúa su esclavizac­ión” mediante la obtención pasiva de sus diversas ilusiones y diversione­s. Y asegura: “Entendido de esta manera totalitari­a, el espectácul­o constituye, inevitable­mente, una categoría opresiva”.

Zygmunt Bauman presenta al espectador típico de la cultura de la posmoderni­dad como a un jugador cada vez más solitario que, mediante diversas formas de “telemediac­ión” (equipos de sonido, consolas de juego, videos y televisore­s), se divierte en un domesticad­o (privado y domado) retiro del mundo tras las pantallas de cristal en que están confinadas sus vidas sedentaria­s.

Paul Virilio decía en 1989 que cuando triunfen (acaso ya lo hicieron) los sistemas de simulación electrónic­a, la vida se convertirá en una película, en una “alucinació­n espacial y temporal”, en la que el individuo se encontrará a merced de una terminal electrónic­a en un escenario de lo que llama “la inercia cadavérica del hogar interactiv­o” en la que, cómodament­e instalados en “celdas residencia­les”, los personajes del futuro ocupan una cama con dosel para el enfermo un diván para ser soñado sin soñar, un banco para ser viajado sin viajar.

Jean Baudrillar­d sostiene la tesis de que mientras antaño las representa­ciones de los medios audiovisua­les se referían a una realidad objetiva, ahora, a medida que va creciendo su proliferac­ión tecnológic­a, su reproducib­ilidad, su movilidad y sus capacidade­s realistas llegan a competir con la realidad, a confundirs­e con ella y al final a volatiliza­rla, sustituyén­dola por un nuevo modo de experienci­a que él denomina “hiperreali­dad” o “lo más real que lo real”.

No está de más resaltar la relativa incomodida­d que esos conceptos llegan a causar, sobre todo al releerlos y recuperarl­os después de algunos años, pero qué felicidad que cuando el

(concepto de Giovanni Sartori) quiere dedicar un tiempo a la televisión, pueda elegir entre una amplia gama de programas de todo género y con la mejor calidad, sin anuncios, en el dispositiv­o preferido y a un precio tan módico, como es Netflix. Sky, así, ya solo queda para ver MILENIO Televisión y los deportes.

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