¿El próximo? Igual de impopular que Peña
Un pronóstico muy adelantado, con el permiso de ustedes, porque a estas alturas no sabemos siquiera los nombres de los competidores directos en la inminente carrera presidencial: quien gobierne a partir de 2018 comenzará, muy pronto, a sufrir las mismísimas críticas y denuestos y escarnios y descalificaciones y censuras que ahora conlleva Enrique Peña. O sea, que no estará en una situación más cómoda y apenas disfrutará, con algo de suerte, de una muy fugaz luna de miel con los rabiosos ciudadanos de este país.
¿Razones para estar enojados? Pues, todas, señoras y señores: ineficiencia y corrupción en el aparato público, oportunismo y rapacidad en los partidos políticos, maridaje entre los poderes económicos y la casta gobernante, etcétera, etcétera, etcétera. Los resultados de esta colosal dejadez los padece a diario una población amenazada por la inseguridad y golpeada por la pobreza. Pero, curiosamente, el resentimiento de los mexicanos se manifiesta de manera todavía más patente en esas clases medias emergentes que han ido surgiendo de la mano de una economía que, a pesar de todos los pesares, ha logrado crear un amplísimo segmento de consumidores; y es que, las exigencias de quienes ya no afrontan el agobio cotidiano de solventar las necesidades más básicas son mucho más difíciles de satisfacer para los Gobiernos: el ciudadano-compradorpagador de impuestos demanda servicios más sofisticados y reclama bienes de mayor valor agregado para sentirse satisfecho: si no hay buenas carreteras, si la educación privada se vuelve una opción casi obligatoria, si en el barrio se perpetran robos constantemente y si la seguridad social no asegura una buena atención médica, entonces el descontento ante las raterías de los gobernadores o los privilegios de la casta parlamentaria se acrecentará tanto que, al final, ya no habrá nada bueno que se pueda pregonar ni progreso que se pueda proclamar sin que ese mexicano, tecleando además mensajes en las redes sociales, responda con total cinismo, indiferencia, amargura e indignación.
Y, como los milagros no existen, ustedes dirán: seis meses de gracia para Obrador, a lo mucho, si es que llega al poder. Lo mismo para cualquiera de los otros. Pues eso.