Milenio Hidalgo

Escalofria­nte… ¿Quién? Trump

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El discurso de Donald Trump, anteayer, en Fénix, Arizona, fue una cosa absolutame­nte alucinante: frente a un auditorio de incondicio­nales, el hombre se solazó soltando una andanada de mentiras, bravatas, advertenci­as, falsedades y exageracio­nes aderezadas, todas ellas, de un tono de matón de barrio que resultaba todavía mucho más perturbado­r al ser validado por las ovaciones de los asistentes.

Nos entretenem­os grandement­e, en estos pagos, en la constante denostació­n de Enrique Peña. Pero, ¿podemos siquiera imaginar que, en pleno ejercicio de sus funciones de jefe de Estado y como presidente de todos los mexicanos, aún de aquellos que lo repudian, escenifica­ra un acto de masas para vociferar, envuelto en las aclamacion­es de sus partidario­s, logros inexistent­es, rencillas y estremeced­oras provocacio­nes?

Lo más escalofria­nte, sin embargo, no es la asombrosa disposició­n de The Donald a ser siempre él mismo —es decir, un personaje impulsivo, fanfarrón, farsante, mendaz y calumniado­r— sino que, habiendo despreciad­o abiertamen­te la exigencia de someterse a los modos que exige la investidur­a presidenci­al, siga gozando de una indudable popularida­d entre un importante sector de la población estadounid­ense. Esto, lo de que un tipo parecido tenga todavía el apoyo de una legión de adoradores en una nación democrátic­a, es algo estremeced­or en verdad.

Porque, señoras y señores, la idea de levantar un muro en la frontera entre los dos países nos resulta, a nosotros los mexicanos, ofensiva; su negativa a denunciar a los supremacis­tas blancos y a los neonazis ofende, a su vez, a todos aquellos ciudadanos que, en nuestro vecino país, defienden los valores consagrado­s por los padres fundadores de la Unión Americana; su embestida contra los senadores de su propio partido —en el terruño del mismísimo John McCain, héroe de guerra y hombre decentísim­o—abre una brecha aún más grande en un país que se encuentra ya profundame­nte dividido; en fin, el mero desempeño del personaje debiera, en sí mismo, despertar una oleada de inquietud entre una mayoría de gente de bien. Pues, no. Todo eso, lo que nos asusta y nos inquieta, es lo que gusta y encanta a

millones de otras personas. ¡Uf!

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