Milenio Hidalgo

Noticias del Imperio

Hace 30 años apareció la novela de Fernando del Paso, una historia que recrea, imagina, explora a los personajes de hace 150 años, penetra la tragedia y recupera la historia

- gil.games@milenio.com

Gil leyó en alguna página que se cumplen 150 años del fusilamien­to de Maximilian­o de Habsburgo. Gamés sabe la pequeña historia: después de la Guerra de Reforma, el gobierno juarista no pudo pagar la deuda contraída con algunos países europeos y declaró la suspensión de pagos. Francia, España e Inglaterra constituye­ron la Triple Alianza y bloquearon los puertos mexicanos del golfo para presionar. Los buques aliados llegaron a finales de 1861 y principios de 1862. Después de las negociacio­nes de Manuel Doblado con los representa­ntes europeos, españoles e ingleses acordaron retirarse a condición de la reanudació­n de pagos. Los franceses se quedaron e invadieron México. Zaragoza se cubrió de gloria y fue a parar a los billetes de 500 pesos, en los cuales no aparece como un rayo de guerra sino como un serio investigad­or del Colegio de México. Luego los franceses llegaron a la capital y empezó el breve y trágico imperio que terminó con el fusilamien­to de Maximilian­o el 19 de junio de 1867. Juárez entró a la Ciudad de México en julio de aquel año.

Este episodio de la historia de México ha quedado impreso en las páginas de una novela que cumple 30 años de edad. En 1987 apareció Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, una historia que recrea, imagina, explora a los personajes de ese entonces, penetra la tragedia, recupera la historia y se detiene, en especial, en la emperatriz Carlota perdida en el laberinto de su delirio. Gil caminó sobre la duela de cedro blanco, llegó al muro norte del amplísimo estudio y sacó de un entrepaño (gran palabra) su ejemplar de

Noticias del Imperio publicado por Diana en 1987, primera edición. A Gil no le roban sus primeras ediciones, como a Margo, porque están todas en desorden, nadie sabe el paradero de ningún libro. Gilga encontró algunos subrayados de esta novela de Del Paso y ofrece un fragmento de un monólogo enloquecid­o de Carlota. Gran cosa, la verdad. Yo soy Carlota Amelia de México, Emperatriz de México y de América, Marquesa de las Islas Marías, Reina de la Patagonia, Princesa de Teotihuacá­n. Tengo ochenta y seis años de vida y sesenta de vivir en la soledad y el silencio. Asesinaron al Presidente Garfield y al Presidente McKinley y no me lo dijeron. Nacieron y murieron Rosa Luxemburgo y Emiliano Zapata y Pancho Villa y no me lo contaron. No sabes, Maximilian­o, las cosas que han sucedido desde que tu caballo Orispelo se tropezó en el camino de Querétaro y tú y tus generales se quedaron sin agua, pero con champaña, cuando envenenaro­n con cadáveres de los republican­os las aguas del Río Blanco (…) Yo soy Carlota Amelia de Bélgica, Baronesa del Olvido y de la Espuma, Reina de la Nada, Emperatriz del Viento. (…) Si supieran, Maximilian­o, si tan solo imaginaran, sabrían que no estoy loca, que las locas son ellas. Ayer vino a verme un mensajero del Imperio y me trajo, en un estuche de terciopelo rojo, tu lengua. Y en una caja de cristal, tus dos ojos azules. Con tu lengua y con tus ojos tú y yo vamos a inventar de nuevo la historia. Lo que no quieren ellas, lo que no quiere nadie es verte vivo de nuevo, es que volvamos a ser jóvenes de nuevo, mientras ellas y todos están enterrados desde hace tanto tiempo. Levántate, Maximilian­o, y dime qué es lo que deseas, qué es lo que prefieres. ¿Te gustaría no haber nacido en Schönbrunn, sino en México? ¿Te gustaría no haber venido al mundo a unos cuantos pasos de distancia de la recámara donde agonizaba el Duque Reichstadt, y del cuarto donde Napoleón Primero le hizo el amor a la Condesa Walewska? ¿Hubieras preferido, dime, nacer en los jardines de nuestra Quinta Borda, que te dieran su sombra los flamboyane­s, que te alimentara­n en la boca los colibríes, que te arrullara la brisa dulce de las tierras templadas? ¿Te gustaría, Maximilian­o que no te hubieran fusilado en México, haber sido el gobernante justo y liberal de un país grande y próspero donde la paz reinara para siempre, envejecer como un patriarca de barba blanca y morir adorado por tus indios, por todos esos indios mexicanos a los que también inventamos nosotros, y a los que nosotros mismos volvimos tan ingratos, pero tan ingratos, Max, que no hubo uno solo, uno solo, escúchame, Maximilian­o, que cuando ya estabas caído, prisionero, dejado de la mano o de Dios, condenado por Juárez, uno que te visitara en tu celda para llevarte una gallina, uno solo que se colgara al cuello un manojo de cactos y de rodillas fuera al templo de la Virgen de Guadalupe para pedirle que salvara tu vida y la vida del Imperio? Ándale, Maximilian­o, levántate, que vamos a inventar de nuevo nuestra vida. Sí, los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero trae la charola que soporta el whisky Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular la frase de Claude Adrien Helvétius por el mantel tan blanco: “La historia es la novela de los hechos, y la novela es la historia de los sentimient­os”. Gil s’en va

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ESPECIAL
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