Periodismo y canalladas
Se suele creer que la política y el periodismo están inconexos y son fácilmente diferenciables, pues en la primera actúan funcionarios públicos y políticos en general, mientras que los periodistas observan, juzgan y difunden el comportamiento de aquellos, y se involucran en la investigación y difusión de todo lo que esté al alcance del conocimiento y la imaginación de los humanos.
La realidad descubre esa falsedad. Día a día comprobamos que, sin desconocer las diferencias intrínsecas, de hecho y por derecho, que deben existir en esas tareas, los periodistas también influyen decididamente en la realidad de los países y del mundo. Por tanto, hacen política.
Esto es así puesto que las acciones y omisiones de los hombres públicos reciben aprobación o rechazo de los medios de comunicación. De ahí la enorme responsabilidad del periodista, pues inexorablemente su tarea está vinculada a la cosa pública y, por ende, orientará el destino de las naciones.
Por ello, la importancia de distinguir, como en toda profesión, lo auténtico, lo veraz y lo valioso de aquello que resulta simplemente porquería.
Un reportaje, que apareció el miércoles pasado en El Universal, dio cuenta de un patrimonio que se empezó a constituir hace 50 años y que no era cuestionado. El periodista tomó los datos de sociedades y bienes inmuebles inscritos en el Registro
PÚBLICO de la Propiedad, perteneciendo la mayoría de ellos a la familia política de Ricardo Anaya, presidente nacional del PAN y mencionado como posible candidato presidencial por ese partido. Más allá que la investigación periodística falseó parte de la información, no requirió de mayor esfuerzo: se concretó —como ya dije— a transcribir datos públicos, errando, además, en algunos de ellos.
Lo inadmisible es que, sin elementos, pruebas ni indicios, dados a conocer, la nota insinúa que el crecimiento de ese patrimonio deriva de, o se explica por, la actividad política del dirigente panista. Independientemente de que esa “información” fue inmediatamente desmentida por los agredidos y por sectores de la comunidad queretana, y que no es algo insólito en cuanto a difamaciones —muchas de ellas promovidas y pagadas por terceros que no dan la cara y que resultan políticamente beneficiarios—, debemos ser especialmente cautos en tiempos electorales frente a las noticias que nos llegan, para distinguir el auténtico periodismo frente a la cizaña de plumas bien o mal pagadas, y nulificar los efectos del viejo adagio: “calumnia, que algo queda”.
Se inicia una cruenta competencia por la Presidencia de la República y miles de cargos públicos. Aumentará la tolvanera. No olvidemos que para calumniar solo se requiere ser canalla.