Milenio Hidalgo

El rey del albur

- Gil s’en va

El aniversari­o del centenario del nacimiento de Armando Jiménez no ha sido la gran noticia en todos los medios, y debió serlo. En el país del doble sentido, en el lugar en el cual el más chimuelo masca rieles, en el sitio donde los que están parados se sientan y los que están sentados se paran

Como todo mundo sabe, el círculo más cercano al presidente Peña Nieto sabía el día, la hora y la intensidad del sismo que sacudió ferozmente a una parte de México. Como todo mundo sabe, los altos funcionari­os guardaron silencio, un silencio avieso. Un enigmático científico, Alex Backman, afirma y difunde en las redes sociales que se trata de reacciones horrendas del Sol. Las autoridade­s sabían del temblor. Llamaradas clase X en el Sol, del complejo 2673: se acerca una tormenta severa geomagnéti­ca, tormenta solar G-8. El magnetismo es terrible. El índice Capella bajó a 4 (desde luego Gil no sabe qué es el índice Capella). El científico se refería al Sol, en sus adentros del Astro Rey ocurren cosas muy raras que ni el universo puede explicarse. ¿Por qué el gobierno no hizo nada si ya sabían que iba a temblar? Porque son muy malvados los miembros del gobierno federal, como Lex Luthor.

Aquí viene la revelación: este sismo ha sido el precursor de un terremoto próximo de 12 o 13 grados Richter. A Gilga se le perló la frente, ¿12 grados en la escala de Richter? O sea, las redes sociales traen muchas cosas buenas, pero, uta, mil veces trae unos ríos grandes y caudalosos de estupidez sin límites. En las redes, la tontería crédula no conoce límites.

El rey del albur

Gil cree que el aniversari­o del centenario del nacimiento de Armando Jiménez no ha sido la gran noticia en todos los medios de comunicaci­ón, y debió serlo. En el país del doble sentido y el albur, en el lugar en el cual el más chimuelo masca rieles, en el sitio donde los que están parados se sientan y los que están sentados se paran, Picardía

mexicana es un libro que dice sin decir muchas más cosas que los ontológico­s ensayos de Justino Fernández. El autor de Picardía Mexicana aparece en una fotografía con una camiseta blanca y un lema en el pecho: “Este es el gallito inglés, míralo con disimulo, quítale el pico y los pies y métetelo en el…”.

Ciertament­e se requiere agilidad mental y un toque creativo para alburear, pero tampoco se trata de un ajedrez; de ser así, las primarias y las secundaria­s estarían repletas de Fischers y Spaskis, grandes campeones del ajedrez. Gilga pasó por la gran escuela de albures: la educación básica. Un maestro del sexto de primaria les decía a los alumnos, entre los que se contaba Gamés, que había tres obras en el teatro: una de amor, otra de guerra y una más de carácter social, una novela de la Revolución: “Bésame mucho”, “El Rifle” y “Los de Abajo”. ¿Quieren ver las tres? Esos eran maestros y no pedazos, pero no nos desviemos.

Gil recuerda

El templo mayor del albur al que asistió Gilga fue el baño de la Escuela Secundaria Número 32, José María Morelos y Pavón. ¿Qué si vas a ver al cardenal Gasdás? El que no se ponía aguzado corría peligros mayores: Allá te espera el sargento Cabas. A unos hermanos Santillana les pusieron apodos inolvidabl­es que Gil aún recuerda: Don Amedas y Don Itarrasco. Sí, verdad de verdades: el contenido de los albures rara vez escapa a la vida masculina y al linchamien­to de los homosexual­es. Cuidado, no es lo mismo Anita súbete a la hamaca que súbete a la macanita.

Gamés traerá aquí cuatro de sus mejores recuerdos, todos traídos del pasado y del baño de hombres de la secundaria pública. Son duros pero así era la cosa (no empiecen): 1) En mejores tepalcates he frito mi longaniza. 2) Dime entonces, mi Pocahontas, ¿cuándo matamos el osito a puñaladas? 3) Se me hace que les gusta la Cocacola en rebanadas. 4) Si vas de viaje, tómale una foto al pájaro quema Marías. Por cierto, Gil los espera en San Jasmeo. Habrá fiestota. Y recuerden la frase: “Sin ser picapiedra yo sí te daba daba du”.

Caracho, todo es muy raro. Como diría Maupassant: Cualquier cosa que se quiera decir, solo hay una palabra para expresarla, un verbo para animarla y un adjetivo para calificarl­a.

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CUARTOSCUR­O/ARCHIVO El autor del libro Picardía mexicana con su gallito inglés.
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