La reconstrucción en tiempos de destrucción
Sismos y ciclones los decide la naturaleza. Pero en una sociedad injusta como la mexicana, los desastres naturales son más profundos entre los que menos tienen.
Del sismo del 7 de septiembre y tras el dolor por las víctimas que fallecieron, el tema más importante es la reconstrucción de los que sobrevivieron.
No obstante, el tipo de reconstrucción se define por las formas de atención y organización de los damnificados directos e indirectos, ante la búsqueda obsesiva del regreso a “la normalidad”; tratando de olvidar para que todo siga igual entre los humanos, así como en su relación depredadora con la naturaleza.
Es en estos tiempos de polarización y de ruptura social, cuando se pone a prueba la capacidad creativa, de organización autónoma, para demandar una reconstrucción que favorezca los intereses populares y no a los que buscan imponerse en los territorios afectados, expulsando a los más pobres en las ciudades y pueblos. Es decir: dónde había mercados, construir plazas comerciales y donde había barrios integrados con usos mixtos, hacer suburbios exclusivos.
El impulso y primer instinto de solidaridad es fuerte en un principio, pero empieza a desvanecerse al paso de los días y al surgir nuevos problemas que acaparan la atención de los medios. La experiencia del sismo de 1985 en Ciudad de México constituyó una escuela de participación popular y defensa de los barrios mediante la organización independiente. Los efectos transversales impactaron no solo lo material, sino también lo cultural, la política y la conciencia sobre el derecho a la ciudad.
Del sismo del 85 devino toda una corriente oficialista que ha buscado hacer de las medidas de protección civil y atención una política contrainsurgente para impedir, en casos de desastre, la organización popular independiente.
En los casos de Chiapas y Oaxaca, particularmente en ciudades como Tonalá o Juchitán, el reto de la reconstrucción de sus mercados, edificios, viviendas, reglamentos de construcción y el uso del suelo será punto de debate entre una visión autoritaria y de negocio y la de sus habitantes organizados que vean la tragedia como oportunidad para mejorar las condiciones de vida y la comunidad. Los efectos de los desastres empiezan a mitigarse mediante la reconstrucción y ésta no es un suceso, sino un proceso vivo y que no se olvida.
El sismo del 85 fue el epicentro de movimientos que se convirtieron en fuerza democrática y aceleró el proceso de nuevas formas de gobierno en la capital. Ahora, las zonas afectadas por el sismo de 2017 tienen en sus manos la posibilidad de transformar en su beneficio o ser víctimas de la manipulación y la corrupción.
Es la reconstrucción o la destrucción; el cambio o el regreso a una normalidad injusta.