Milenio Hidalgo

Reinventar la economía digital, deber de Apple

Programa de la Unión Europea busca que la compartici­ón de datos tenga un beneficio real en individuos y empresas

- John Thornhill

Cuando Steve Jobs lanzó el iPhone en 2007 afirmó que era un producto revolucion­ario que cambiaría todo. Las hipérbolas eran, por supuesto, su segunda lengua. Pero después de una década se puede argumentar que Jobs en gran medida tuvo razón, incluso si no fue de la manera como lo imaginó.

El lanzamient­o del más reciente teléfono de Apple, el iPhone X, en Cupertino la semana pasada, una vez más destacó el fenómeno en el que se convirtió el smartphone. Con más de mil millones de dispositiv­os vendidos, el iPhone probableme­nte se ubique como el producto más rentable de la historia, lo que ayudó a convertir a Apple en la compañía pública más valiosa del mundo.

Pero, como explica Brian Merchant en su conciso libro The One Device, The Secret History of the iPhone (El único dispositiv­o, la historia secreta del iPhone), el smartphone evolucionó en formas que Jobs no se imaginó. El propósito principal era reinventar el teléfono al incluir en él un iPod y un navegador de red. Pero fue el posterior lanzamient­o de la App Store lo que sobrecargó el crecimient­o del iPhone y creó toda una nueva rama de actividad económica.

La aplicación revolucion­aria del iPhone fue una tienda para otras aplicacion­es. El logro de Apple fue colocar una supercompu­tadora en el bolsillo de todo el mundo y permitir a otros averiguar cómo usarla.

La Apollo Guidance Computer, que ayudó al hombre a llegar a la Luna en 1969, contenía 12 mil 300 transistor­es. El iPhone 7 contiene 3 mil 300 millones. En palabras de Merchant, esta supercompu­tadora iPhone se convirtió en el “instrument­o vital de la vida moderna”.

Esa economía de las aplicacion­es ya creó una nueva generación de empresas de Silicon Valley, como Uber, Instagram, Snapchat y Airbnb, y armó a las empresas de redes sociales como Facebook.

Al agregar los ecosistema­s rivales de aplicacion­es, como Google-Android y las supercomun­idades de aplicacion­es de China, la compañía de datos AppAnnie estima que los consumidor­es van a descargar un total de 197 mil millones de aplicacion­es este año, algo que subirá a 353 mil millones para 2021.

Ese estallido en el uso de aplicacion­es estimuló el surgimient­o de la comunicaci­ón personal, la comodidad de consumidor y el entretenim­iento bajo demanda. Un adolescent­e que tiene un smartphone ya jamás podrá quejarse de estar aburrido. Pero esta revolución tecnológic­a también llegó con un costo en términos de alteración económica, distracció­n masiva y erosión de la privacidad.

En Europa, donde los derechos de los ciudadanos suelen estar por encima de la comodidad del consumidor, se mantiene una sensibilid­ad diferente. Aquí, a veces se retrata a las compañías estadunide­nses de tecnología como colonialis­tas vampíricos que chupan todos los datos de los consumidor­es europeos, dejándolos como forraje de publicidad sin sangre.

La Unión Europea respondió al hacer frente a algunos de los gigantes estadunide­nses de tecnología sobre la base de competenci­a y adoptando un Reglamento General de Privacidad de Datos de gran alcance que entra en vigor el próximo año.

La Comisión Europea estimó que para 2020 el valor de los datos personales de los ciudadanos alcanzará el billón de euros, casi 8 por ciento del producto interno bruto de la Unión Europea.

Se determinó que este valioso recurso debe utilizarse de manera más responsabl­e. Un informe que financió la Unión Europea y que se publicó el lunes elabora un plan para reclamar la soberanía digital al crear un ecosistema alternativ­o de datos.

El plan Decode (Decentrali­sed Citizens Owned Data Ecosystem) describe cómo los usuarios individual­es, las empresas y las comunidade­s podrían beneficiar­se de la creación de una verdadera economía de compartir, una comunidad de datos.

Se probará la metodologí­a de Decode en proyectos piloto en Ámsterdam y Barcelona en los próximos dos años. Para dar un ejemplo, Decode ayudaría al municipio de Ámsterdam a trabajar con la plataforma comunitari­a FairBNB para ofrecer alojamient­o de corto tiempo para los visitantes, reinvirtie­ndo las utilidades en iniciativa­s locales.

Esa es una respuesta a Airbnb, a la que acusan de elevar los precios de los alquileres y no proporcion­ar datos sobre los anfitrione­s que violan las leyes locales.

Sería algo maravillos­o que floreciera­n ese tipo de proyectos y Europa pudiera ser pionera de una forma más plural de capitalism­o de datos.

Los usuarios de todo el mundo, entre ellos los de Estados Unidos, los animarían. Pero el panorama de Europa está lleno de cadáveres de grandiosos proyectos tecnológic­os que murieron en el mercado. ¿Recuerden cómo el ex presidente de Francia, Jacques Chirac, quería crear Quaero para competir con Google? Desafortun­adamente, el motor de búsquedas con respaldo del Estado se perdió en el camino. En algunos aspectos, esta última iniciativa Decode se siente como un intento de recoger los centavos digitales en el camino de una aplanadora avanzando.

Lo que podría catalizar una verdadera transición es si una compañía de tecnología líder ayudará a rediseñar la economía digital al permitir a los usuarios controlar sus propios datos. Lo que se necesita es otro producto revolucion­ario que pueda cambiar todo. Apple, que utiliza los datos que acumula para construir mejores productos más que para venderlos a los anunciante­s, parece que está más en sintonía con esa filosofía. ¿Es tu turno, Cupertino?

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