Ante la tragedia, la sociedad se empodera
Tras el sismo de 1985, después de la tormenta no llegó la calma. Darse cuenta de que se estaba con vida e iniciar la reconstrucción social y arquitectónica, no fue suficiente.
“¿Cómo sigo con mi vida?, ¿cómo continúo adelante con tanto dolor en la mente?” Para poder levantarse por completo, debía procesarse el horror tatuado para siempre en el consciente y en el inconsciente. El siguiente paso era eliminar a los fantasmas que una y otra vez venían a la cabeza mediante imágenes devastadoras.
Como sociedad era necesario hablar, hablar, hablar. Pero si toda la gente necesita hablar ¿quién escucharía?, ¿y cómo podrían hablar al mismo tiempo todas las personas con la sangre guardada en la memoria? Todas y todos debían procesarlo. Era parte de la reconstrucción.
Hablar sobre la tragedia no fue una decisión tomada de manera consciente, se trató de una reacción del instinto de supervivencia. Entonces, la sociedad civil no sólo se dio cuenta de que no contaba con el gobierno, sino de que necesitaba comunicarse masivamente. La mayoría de los medios que hasta entonces servían para ello se dedicaban sólo a difundir el discurso oficialista. Entonces, la sociedad mexicana les exigió comunicar, no únicamente informar.
El 19 de septiembre de 1985 no fue sólo determinante en la construcción de nuestra sociedad civil, ha sido también un parteaguas en la historia de los medios masivos de comunicación nacionales.
Así, los estragos demoledores de los sismos ocurridos hace más de tres décadas llevaron a México a cuestionamientos colectivos fundamentales, que obligaron a dar vuelta al timón de la inercia en la cultura dominante.
Los medios masivos son ciertamente muy poderosos, pero no son omnipotentes. Son un reflejo de la sociedad de la que emergen (por eso son “medios”, y no “fines” de comunicación). Es la ciudadanía la que marca la pauta, aunque en ocasiones la audiencia sea inmensamente tolerante con los malos productos mediáticos.
Muchos años después, quienes ostentaban el poder seguían sin dimensionar el alcance real de los medios masivos. Cuando no los sobrestiman considerándolos dioses capaces de estupidizar a cualquiera, los subestiman asignando el manejo mediático a cualquier persona improvisada.
Sí, hace 32 años la sociedad obligó a los medios a democratizar sus contenidos, pero las inercias posteriores hicieron resurgir el gatopardismo, y el poder movió todo, para que todo siguiera igual.
A la juventud de hoy, ésa que ha sido tan minimizada por la gente adulta, ésa que hoy ha tomado el control de los rescates ciudadanos, a esa juventud le cuesta trabajo creer que en 1985 la gente que entonces era joven, también tomó el control del rescate y la reconstrucción. “Si entonces lograron ese impulso, ¿qué les pasó después?, ¿por qué nos están entregando un país arruinado en todos sentidos”, me preguntan con incredulidad mis estudiantes millenials.
La gran diferencia entre la juventud de entonces y la de hoy, se llama Internet. Por este medio tecnológico se consiguió acelerar la caída de máscara ante las manipulaciones mediáticas, como el patético caso de la niña “Frida Sofía”. También por Internet se han comunicado toda clase de represiones policíacas y de insensibilidades gubernamentales para meter maquinarias a los escombros en donde aún hay gente sepultada, tal como ocurrió en el rescate en el multifamiliar en Tlalpan que realiza la brigada de estudiantes de la UNAM, o durante el impedimento de entrada de maquinaria en la fábrica textilera en Chimalpopoca por parte de la brigada feminista, en donde las autoridades y los propietarios se niegan a que continúe el rescate de obreras, debido entre otras razones de corrupción, al estatus migratorio de muchas de las trabajadoras que aún están bajo los escombros.
También mediante las redes sociales la gente está sabiendo de primera mano qué ayuda específica se requiere y en qué lugar concreto se está necesitando, de tal manera que la ayuda ciudadana no se ha concentrado únicamente en la capital del país.
Otro mito que afortunadamente se derrumba es uno que el poder hegemónico nos impuso por mucho tiempo a quienes nos dedicamos al activismo: La creencia de que la ayuda debe ser anónima. No, la ayuda no debe ser anónima, debe gritarse, debe publicarse en las redes sociales, debe correrse la voz por todas partes de lo que estamos haciendo en colectivo, para que el ejemplo cunda, para que crezca la crítica social ante las omisiones y ante la corrupción.
En este momento nos encontramos todavía en lo más fresco del dolor y la tragedia, pero conforme los días pasen, veremos si efectivamente este sismo nos despierta como sociedad y nos empodera ante la corrupción y la violencia generalizada.
La situación no debe volver a la normalidad que teníamos antes de estos sismos, porque esa normalidad era horrenda y había sacado lo peor de nuestra sociedad. Si esta desgracia no nos hace cambiar como nación y tomar el poder como ciudadanía, entonces, nada lo hará.