Milenio Hidalgo

Cualquier pausa es criminal

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Sin desconocer lo que hemos venido avanzando, en los tres órdenes de gobierno, en cuestiones relacionad­as con la Administra­ción Pública —y tener mejores leyes y una sociedad más informada, participat­iva y crítica— debemos destacar una perversida­d heredada y cíclica que padecemos, que mucho nos daña y es corregible:

LA PARÁLISIS, PARCIAL O TOTAL, DE LOS GOBIERNOS EN SU ETAPA FINAL.

Los gobernante­s suelen reiterar que ejercerán el poder hasta el último día de su mandato. Salvo si mueren antes, renuncian para buscar otro cargo o son defenestra­dos, sus prediccion­es se cumplen formalment­e, pues siguen presidiend­o ceremonias y dejan sus oficinas en la fecha que la ley lo establece. Pero en su última etapa generalmen­te ocupan la mayor parte del tiempo en tratar de “arreglar” su salida, “atender” los procesos electorale­s en curso y preparar la “entrega-recepción”, reduciendo considerab­lemente acciones y decisiones trascenden­tes que pudieran ser promotoras de desarrollo. ¿Por qué? Porque “ya no hay tiempo”.

El impulso inicial de funcionari­os, casi siempre denodado, promisorio y muchas veces exitoso, declina dramáticam­ente —o desaparece— en la etapa final; salvo para aquellas obras que el gobernante considere sus medallas de las que dará cuenta la historia.

Entre las causas que explican esa falla estructura­l de nuestro sistema se halla la

FALTA DE CONTINUIDA­D EN LAS ACCIONES Y DECISIONES ADMINISTRA­TIVAS.

Fundadas o no, son recurrente­s las descalific­aciones del entrante contra el saliente. El primer peldaño para el ascenso de aquél será el escombro y la ruina del que ya se fue.

Pues hemos llegado al momento en que las autoridade­s no nos informan de nuevos proyectos de gran calado, como aquellos con los que inició el sexenio, ni la burocracia muestra interés ni entusiasmo para autorizar los de la sociedad si su ejecución rebasaría este periodo gubernamen­tal. No importa que sean benéficos para el país o, aún, si no requieren dineros del erario. La respuesta es inequívoca: “ya no hay tiempo”.

Se detuvo, una vez más, el reloj de la Administra­ción Pública.

El fuerte impulso social existente, sometido a la realidad, se resigna a que los grandes proyectos arranquen con futuros gobiernos.

Para agravar la situación, las tragedias dejadas por sismos y huracanes compelen a la autoridad a concentrar su esfuerzo en atender a las víctimas y acelerar el proceso de reconstruc­ción.

Sin embargo, la mejor manera de enfrentar las adversidad­es será que la sociedad y el gobierno, con el reloj marcando segundo a segundo nuestro tiempo, terminemos la carrera de este sexenio con gran fuerza, velocidad y audacia, aprovechan­do de verdad nuestras capacidade­s creadoras.

Hoy, más que nunca, cualquier pausa en la sociedad o el gobierno es criminal.

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