Cualquier pausa es criminal
Sin desconocer lo que hemos venido avanzando, en los tres órdenes de gobierno, en cuestiones relacionadas con la Administración Pública —y tener mejores leyes y una sociedad más informada, participativa y crítica— debemos destacar una perversidad heredada y cíclica que padecemos, que mucho nos daña y es corregible:
LA PARÁLISIS, PARCIAL O TOTAL, DE LOS GOBIERNOS EN SU ETAPA FINAL.
Los gobernantes suelen reiterar que ejercerán el poder hasta el último día de su mandato. Salvo si mueren antes, renuncian para buscar otro cargo o son defenestrados, sus predicciones se cumplen formalmente, pues siguen presidiendo ceremonias y dejan sus oficinas en la fecha que la ley lo establece. Pero en su última etapa generalmente ocupan la mayor parte del tiempo en tratar de “arreglar” su salida, “atender” los procesos electorales en curso y preparar la “entrega-recepción”, reduciendo considerablemente acciones y decisiones trascendentes que pudieran ser promotoras de desarrollo. ¿Por qué? Porque “ya no hay tiempo”.
El impulso inicial de funcionarios, casi siempre denodado, promisorio y muchas veces exitoso, declina dramáticamente —o desaparece— en la etapa final; salvo para aquellas obras que el gobernante considere sus medallas de las que dará cuenta la historia.
Entre las causas que explican esa falla estructural de nuestro sistema se halla la
FALTA DE CONTINUIDAD EN LAS ACCIONES Y DECISIONES ADMINISTRATIVAS.
Fundadas o no, son recurrentes las descalificaciones del entrante contra el saliente. El primer peldaño para el ascenso de aquél será el escombro y la ruina del que ya se fue.
Pues hemos llegado al momento en que las autoridades no nos informan de nuevos proyectos de gran calado, como aquellos con los que inició el sexenio, ni la burocracia muestra interés ni entusiasmo para autorizar los de la sociedad si su ejecución rebasaría este periodo gubernamental. No importa que sean benéficos para el país o, aún, si no requieren dineros del erario. La respuesta es inequívoca: “ya no hay tiempo”.
Se detuvo, una vez más, el reloj de la Administración Pública.
El fuerte impulso social existente, sometido a la realidad, se resigna a que los grandes proyectos arranquen con futuros gobiernos.
Para agravar la situación, las tragedias dejadas por sismos y huracanes compelen a la autoridad a concentrar su esfuerzo en atender a las víctimas y acelerar el proceso de reconstrucción.
Sin embargo, la mejor manera de enfrentar las adversidades será que la sociedad y el gobierno, con el reloj marcando segundo a segundo nuestro tiempo, terminemos la carrera de este sexenio con gran fuerza, velocidad y audacia, aprovechando de verdad nuestras capacidades creadoras.
Hoy, más que nunca, cualquier pausa en la sociedad o el gobierno es criminal.