La sucesión: descifrar al PRI
El partido tricolor ya no es el de antes, la autonomía sobre el capital se ha perdido, los poderes fácticos influyen mucho más respecto al pasado, la democracia disminuyó el presidencialismo y con ello la discrecionalidad presidencial
El componente de mayor peso en las élites mexicanas ha sido el PRI. Algunos lo interpretan de manera peyorativa; es mucho más que eso. Son rituales, códigos, fijaciones y actitudes que se acumularon por más de medio siglo en el ejercicio del poder. El porfiriato y el PRI tienen más en común de lo que parece. También López Obrador y el Morena tienen mucho más del PRI de lo que se alcanza a percibir. Se puede decir que el PRI, más que un partido, es una cultura.
Es la cultura del poder. Habrá de recordarse que a los marxistas se les dificultaba entender la autonomía del gobierno priista respecto al capital, y para ello usaron categorías como las del bonapartismo, refiriéndose a Luis Bonaparte en Francia, por aquello del espacio propio del poder político respecto al económico.
El PRI de ahora ya no es el de antes. La autonomía sobre el capital se ha perdido. Los poderes fácticos influyen mucho más respecto al pasado. La democracia disminuyó el presidencialismo y con ello la discrecionalidad presidencial. Fue la crisis económica la que acabó con el régimen en el que el presidente podía resolver y decidir con discrecionalidad. Su último acto fue la estatización de la banca con López Portillo. De allí en adelante se juega dentro de las reglas del sistema económico vigente.
El poco espacio que le queda al presidente es el de la sucesión. Pero ya no es como en el pasado, cuando el ungimiento como candidato representaba develar al próximo mandatario. Zedillo no quiso designar sucesor, lo entendía como una práctica poco avenida a la modernidad y que propiciaba complicidades entre pasado y futuro. Ni Fox ni Calderón pudieron imponer sucesor, la práctica democrática del PAN se los impidió. Peña es la expresión de la ortodoxia y él habrá de designar. Anaya y AMLO tienen en común el que se han impuesto, simuladamente el primero y abiertamente el segundo. Margarita Zavala se vuelve ficha suelta que modifica el equilibrio y el juego. Beneficia al candidato con más lealtades consolidadas, AMLO, aunque unos digan que es al PRI.
Siempre ha sido difícil descifrar al gran elector. Se cree que los presidentes ya tienen definido preferido con años de anticipación y que todo lo que hacen es un juego de espejos para legitimar una decisión que más que caprichosa o arbitraria, se corresponde a la visión y cultura política de quien habrá de ungir. No todo es lo que parece, incluso se dice que hay margen para cambiar una decisión predeterminada; por ejemplo, se dice que Luis Echeverría dejó correr al gobierno de Estados Unidos la idea de una conspiración comunista desde la UNAM (hay que leer a Philip Agee, CIA
Diary) y así alterar a su favor la decisión del presidente Díaz Ordaz que se perfilaba hacia Ortiz Mena, secretario de Hacienda.
En las últimas semanas se ha dicho que el secretario Meade es quien habrá de ser favorecido. Sin embargo, la presencia de Margarita como candidata y la de Anaya por el frente significaría que Meade sería un tercero más en la disputa del mismo segmento electoral. Se dejaría solo a López Obrador para ganar
Zedillo no quiso designar sucesor, lo entendía como una práctica poco avenida a la modernidad y que propiciaba complicidades entre pasado y futuro
el voto del centro, incluso de muchos priistas definidos. Meade cuenta con la simpatía de importantes senadores panistas, pero el problema es que ellos no representan nada en el PAN. El secretario de Hacienda es una buena opción para la Presidencia, pero la circunstancia se le complica, además de que su destino en el Banxico sería garantía para la economía y certeza para los tiempos de incertidumbre.
La designación ortodoxa y de formación mexiquense hace pensar que la decisión se daría en el grupo estrecho, entre Aurelio Nuño y Miguel Ángel Osorio. El primero es un proyecto por construir y con potencial para generar identidad independientemente del PRI. Osorio sería el reencuentro del Presidente con su partido. No es suficiente para ganar, pero el secretario de Gobernación podría lograr con mayor facilidad el respaldo del 20 por ciento de los votos de origen priista.
Narro, Calzada y De la Madrid allí están y nada debe descartarse, todos tienen lo suyo para aspirar y ganar. El imaginario, los anhelos y preocupaciones del Presidente solo los conoce el Presidente. Nadie puede darse por descartado. Todos lo saben. El triunfo en el Estado de México y los resultados de la asamblea del PRI ratificaron a Peña como el gran elector.
¿Quién es el mejor candidato para competir y ganarle a López Obrador? La respuesta no es inequívoca, cada cual con su morral. Las historias negras y la maledicencia sobre los contendientes también juega su parte. Los argumentos son múltiples y contradictorios. Solo una opinión vale, la de quien decide. De esa premisa hay que partir.